viernes, 19 de enero de 2024

DEL UTILLAJE NECESARIO PARA BARBAS Y BIGOTES BARROCOS



La 
afición por ir bien puesto y aderezado en bigotes, perillas y barbas era muy del gusto de los españoles del siglo XVII. Llevar unos bigotes bien retorcidos constituía todo un arte y conseguirlo suponía una tarea no exenta de riesgos. Bien lo supo aquel valiente, cuyos mostachos parecían dagas de ganchos y esponjas de vino, que se expuso a la inexperiencia barberil de Estebanillo González. A punto estuvo de morir abrasado, como san Lorenzo, por el efecto de unos hierros al rojo que el pícaro aplicó imprudentemente sobre sus bigotes. No se le puede reprochar demasiado que, en su justa irritación, llamase a Estebanillo "hijo de cien cabrones y de cien mil putas". Este gusto por los barroquismos capilares era compartido por todos, desde el Rey Felipe IV a la gente del trueno. También, por supuesto, por la nobleza. En el inventario y almoneda de los bienes de don Felipe de Silva, virrey y capitán general de Cataluña, aparecen cepillos, perfumadores, pomos para aguas de olor, en concreto “un pomito de plata para tener agua de olor”, “dos cagicas de mondadientes, una escobilla de vigotes y una cestica toda de plata de ojuela”. Los españoles fuimos precursores del dandismo siglos antes de que Beau Brummell estuviese en el pensamiento de Dios. Hay, además, un apartado, en el inventario del Capitán General, con el título Recaudo de hacer la barba en el que se incluyen varias cajas; una con once navajas y dos cuchillos, otra “con tres yerros de vigotes, quatro pares de tigeras y unas piedras de amolar” y otra más con dos pares de tijeras y dos hierros de bigotes más una peinera vieja de tafetán verde con ocho peines. Asimismo, en las cuentas del duque del Infantado, cuando fue virrey en Mesina, constaba con frecuencia el gasto de un huevo fresco y vino "para lavar los bigotes al duque mi señor". Todos estos caballeros, como es natural, dormían con unas bigoteras para que no se les chafasen las guías del bigote. Tiempos de elegancia, poderío y decadencia.


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