sábado, 28 de marzo de 2020

DE ROGATIVAS Y DEVOCIONES CONTRA LA PESTE

Ante la amenaza de epidemia se recurría a dos medios. En primer lugar, los concejos tomaban medidas preventivas para evitar la expansión del contagio; después, y esto no era menos importante, se decidían las de carácter espiritual, representadas por las penitencias y rogativas. En Jaén durante el siglo XVII, se recurrió al amparo de la Virgen de la Capilla y de los santos especializados contra la peste: san Sebastián, San Roque y san Nicasio. De san Sebastián se decía en Alcalá la Real que era “patrono e defensor de cloración de los aires e pestilencia e reparador de las ruynas”.La popularidad de estos santos queda demostrada por la existencia de muchas ermitas que, bajo su advocación, se erigieron en la provincia. Era, en muchos casos, la consecuencia de votos pronunciados por los concejos al superar alguna epidemia. Estos votos, que obligaban al mantenimiento del culto en dichos santuarios y a una fiesta anual, a veces se olvidaban para ser otra vez reanudados, en medio del espanto general, ante la aparición de nuevas epidemias. Recordemos unos datos de mediados del siglo XVII. Entre los abogados contra la peste, el santo que contaba con más ermitas dedicadas en el Reino de Jaén era San Sebastián, con nada menos que 38. Después, a gran distancia, era seguido por san Roque, con ocho, y san Nicasio, con siete ermitas, respectivamente. En Jaén, además, se hacía una procesión anual dedicada a san Nicasio en la que participaba el Cabildo municipal. Las rogativas se oficiaban antes de la llegada de la epidemia, para prevenir acontecimientos, y cuando se tenía noticia de la presencia de la peste en ciudades y pueblos relativamente cercanos, como Málaga, Córdoba o Cartagena. Fue lo ocurrido en 1676, ante la noticia de la presencia de la peste en Cartagena. De igual manera se procedió en 1677, por la difusión del contagio en la tierra de Murcia y en 1678 en Málaga. Al final, el flagelo se extendió por Jaén en 1681. La victoria sobre esta enfermedad se atribuyó a la protección de Nuestro Padre Jesús Nazareno. En pleno zafarrancho se prohibía la concentración de personas para evitar contagios, aunque no siempre se seguía con rigor tan razonable disposición. Al finalizar las epidemias se mandaban celebrar oficios de acción de gracias y procesiones generales como la que tuvo lugar en diciembre de 1646.

martes, 24 de marzo de 2020

LA PESTE DE 1602 EN JAÉN

No fue demasiado diferente a lo de ahora. Corrieron noticias de una epidemia de peste que llegaba de Córdoba. Ya en febrero de 1601 el Cabildo municipal de Jaén prohibió la entrada de telas de cualquier procedencia, aunque su origen estuviese en lugares libres del contagio. Después se pasó al control de todas las mercancías y viajeros que llegaban a la ciudad. Pasaron los meses y en abril de 1602 se supo de la primera enferma, una mujer que fue aislada en la ermita de San Nicasio que al final fue convertida en hospital de apestados. Era natural que la inquietud y después el miedo se apoderasen de la ciudad. Mandaron a sus casas a los niños que estudiaban con sus maestros las primeras letras, cerraron la escuela de Gramática y dijeron a las mujeres que enseñaban labores a las niñas que dejasen la tarea para mejor momento. Preguntaban a los médicos y nadie sabía, a ciencia cierta, lo que podía pasar. El corregidor de Jaén advirtió con severidad a los médicos de las penas en que incurrirían si ocultaban la realidad y no revelaban las cifras reales de afectados. El Cabildo nombró al doctor Alonso de Freylas, facultativo de probada fama, como cabeza de una comisión de médicos de la ciudad, que dirigirían la lucha contra la epidemia. Participaron en estas tareas los doctores Soria Vera, González, Acuña del Adarve y Zafra de la Cueva; también los licenciados Pedro del Adarve Acuña, Higueras y Lorenzo de Vilches. Al frente del citado hospital de apestados, ubicado en la ermita de San Nicasio, estaba el licenciado Higueras, con un salario diario de ocho ducados, asistido por el barbero Antón Crespo que recibiría una paga diaria de dos ducados. Lo que hicieron, y pensamos que actuaron bien, no se pagaba con dinero. Se menciona también un boticario, del que desconocemos tanto su nombre como su salario, si lo tuvo. Para conducir a los contagiados al hospital se reclutaron cuatro ganapanes. Si se ofrecieron a esta tarea por desesperación, desprecio al peligro o generosidad nunca lo sabremos pero justo es reconocerles el mérito. Dios los tenga en su gloria. El hospitalico pronto quedó atestado y hubo que recurrir a unas casas cercanas a La Salobreja, un paraje entonces extramuros de la ciudad; tampoco fue suficiente de manera que también se habilitó, para recluir a los enfermos,  la ermita de la Virgen de la Cabeza. Los médicos estaban acuartelados en el convento de San Jerónimo. Y así transcurrió la primavera. En mayo, al parecer, disminuyeron los contagios y el número de muertos. En el Cabildo hubo disputas sobre si el mal había ya pasado o no, también sobre si era conveniente abrir las puertas de la ciudad y, de esa manera, facilitar los abastecimientos y el comercio. Decían que en otros pagos ya habían acabado con la clausura. Así se hizo. Hasta autorizaron la venta de queso añejo y fresco, alimentos considerados perjudiciales para la salud o que asociaban a la enfermedad. Fue una decisión precipitada pues en julio volvió a arreciar el mal y había más de cien contagiados en el Hospital de la Misericordia. Todo remitió en septiembre. En la Catedral se oficiaron exequias por las almas de todos los que habían muerto en esos tristes días. El número se desconoce.
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*Los datos sobre la epidemia los tomo del estudio del profesor Coronas Tejada, Jaén, siglo XVII, 1994.

lunes, 16 de marzo de 2020

LOBOS RELLENOS DE PAJA

Hubo un tiempo en el que el lobo era enemigo natural del pastor y del caminante. Ahora se concibe todo de otra manera y, sin desear el perjuicio de los ganaderos, nos alegramos de que este animal vuelva a nuestras sierras. Pero no era así antes. El lobo es una figura fascinante y amenazante, arquetípica incluso. No es casualidad que los lobos pueblen los romances, los escudos de armas y los cuentos o que, como escribió el sabio antropólogo Manuel Amezcua, a las criaturas de poca edad se les enseñase a cantar aquello de “Cinco lobitos tuvo la loba”. Luis González Ripoll, cuenta en sus Narraciones de caza mayor en Cazorla, el caso de un lobo cazado, mucho antes de la guerra de España, y que fue entregado al padre de unos críos que habían dado cuenta de su presencia. ¿Qué se podía hacer con un lobo muerto?. Pues bien, fue desollado y la piel, adobada y rellena de paja, la llevaron por los pueblos, aldeas y cortijos para pedir una gratificación a los ganaderos, que eran muchos. Ésta consistía, en ocasiones, en la entrega de una res: “el uno una borrega, el otro una chota. Cada cual lo que tenía voluntad”. Los afortunados zagales juntaron, por este medio, un hato de cuarenta reses. Un buen punto de partida para no pasar tantas penurias y para convertirse en un pequeño ganadero. Esta costumbre de presentarse en los concejos con patas, orejas o pieles de lobo para pedir donativos, no era, por supuesto, exclusiva de estas serranías del sureste español.