El campo ha sido siempre fuente de peligros. Y no sólo por los lobos y los ladrones. Así, los
lisos y los
tiros eran muy temidos en ciertos medios rurales. Para unos eran salamandras y para otros eslizones, luciones o
culebras de cierta peligrosidad. También se identificaban con las alicántaras de imprecisa y confusa identificación. La prevención hacia estas criaturas era general. Recuerdo que, a finales de los ochenta, en una aldea, entre la Sierra de Segura y la de Alcaraz, un vecino, de edad provecta, las describía como sabandijas de las que más valía guardarse y que vivían, silenciosas y acechantes en las chimeneas, cerca del fuego. Lo decía cuando, allí, estábamos cerca de la lumbre, en una fría y todavía temprana primavera. "Si te pica el alisón coge la espuerta y el azadón" afirma un agorero refrán. También existía la creencia de que el
liso era el macho de
la víbora y se le atribuía la capacidad de chupar, durante largos ratos, la sangre de sus víctimas. Si conseguía herir a algún desgraciado con la lengua, aseguraban, la tragedia era inevitable.
El Dr. García Ramos ha escrito textos muy documentados
sobre creencias relacionadas con estos animales que constituyen, a su manera, una modesta fauna fantástica propia de nuestros campos. El liso es, en la creencia popular, tan rencoroso que
persigue aviesamente a sus víctimas y las ataca cuando duermen -con temeraria despreocupación- la siesta. Manuel Alvar, Antonio Llorente y Gregorio Salvador recogieron, además, interesantes referencias sobre estas criaturas en su
Atlas lingüístico y etnográfico de Andalucía, a principios de los cincuenta.