sábado, 30 de noviembre de 2013

BARBOS

Son peces de aguas mansas, difíciles de pescar por la enojosa desconfianza que muestran ante los cebos. Tienen a veces un tono amarillento. Poderosos cuando resisten al tirón del sedal, pueden vivir, sin mayores problemas en estanques, tablas y albercas. Cuando son viejos nadan con lentitud y solemnidad, indiferentes al mundo desde sus modestas querencias. Son poco apreciados en las artes culinarias. No siempre fue así. Tiempos hubo en que los humildes barbos eran servidos en mesas reales y principescas. Francisco Martínez Montiño, cocinero en la corte de Felipe III, los incluía en la relación de platos adecuados para el mes de mayo. Debían, en su autorizada opinión, prepararse fritos, con tocino y picatostes. Por cierto, en Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, se habla de una huéspeda, de muy mala catadura, que "quedó toda enharinada, como barbo para frito". Luis Cabrera de Córdoba afirmaba que el duque de Mayenne,  embajador extraordinario del Rey de Francia en la Corte de Felipe II,  recibía- para los días de vigilia- cien libras de barbos. Llegarían a las casas principales de dicho personaje en grandes canastas. En esas jornadas las cocinas del señor de Mayenne olerían a ovas y saltarían las escamas entre juramentos de pícaro.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

UN BALLENERO DEL SIGLO XVIII

El cinco de febrero de 1793 atracó en el puerto de La Coruña la goleta La Ballena. Pertenecía a la Compañía Marítima. Estaba matriculada en Montevideo y procedía de Maldonado. Portaba 11.763 cueros salados de lobo de mar, 534 vergas de grasa de ballena, 2.147 barbas de ballena en bruto y catorce mantas de guanaco.

Correo Mercantil de España y sus Indias, 21-2-1793

domingo, 24 de noviembre de 2013

UNA ALCOBA DE CIRIOS



El reinado de Alfonso XII inició, con la Restauración, el primer período de estabilidad de la España contemporánea. Tras la detestada y desprestigiada Isabel II, es justo reconocerlo, Don Alfonso no dejó mal recuerdo. Fue un rey magnánimo, de buena voluntad  y joven.  A pesar de reinar más de once años nunca dejó de ser un monarca llegado del exilio. El exiliado es una sombra, decían los romanos, y el destierro siempre imprime carácter. No era, sin embargo, un hombre triste y le faltó, en muchos de sus comportamientos, la gravedad que corresponde, y se espera, de los reyes. Mucho más necesaria que la llaneza y el gracejo. Podría haberse recluido en los recovecos del Palacio de Oriente como un príncipe shakesperiano o un Austria taciturno, hastiado del mundo y atormentado por el destino del Reino. Cuadra más con la imagen del Rey que lo que se contaba de sus andanzas y aventuras. Su memoria, a pesar de todo, queda redimida por su buen corazón y por dos tempranas muertes. La de Doña María de las Mercedes y la suya. El romance, dedicado a la Reina, llegó a oírlo -muchas veces- el que esto escribe, como un eco perdido del siglo XIX. Sobrecogía la aparición de la reina muerta -una sombra negra- cuando Don Alfonso subía por unas escaleras destartaladas y en penumbra.

 Agustín de Foxá describió, con nostalgia monárquica, a Don Alfonso, ya enlazado con la Muerte:


"El rey venía tosiendo
  tuberculoso, amarillo,
           a muerto oliendo sus manos
    y a naftalina su vestido.
              <<¿Dónde vas Alfonso XII?>>
      cantan en rueda los niños.
       <<En un Escorial de rocas
            tengo una alcoba de cirios>>.



Murió el 25 de noviembre de 1885 en el Palacio Real del Pardo. Fue el primer rey cuyo cadáver trasladaron a El Escorial en tren. No estuvieron muy acertados en esta decisión. Mejor era cuando a los reyes los conducían al Real Sitio en una comitiva nocturna, alumbrada con hachas, arropada por los rezos y las lúgubres sombras de frailes, monteros de Espinosa y gentilhombres. En poco quedan las monarquías sin los rituales que corresponden a cada trance. Signo de los tiempos. Gabriel Maura, un niño de seis años entonces,  recordaba como, desde el monte Las Regaderas, contempló el paso del convoy junto a su padre -el gran don Antonio Maura- que se destocó, en señal de respeto. Era un día de brumas, de noviembre, y el frío calaba hasta los huesos.


El fragmento del poema en: Agustín de Foxá, Poesía, Antología 1926-1955. Prólogo de Luis Alberto de Cuenca, Renacimiento, 2005.

domingo, 17 de noviembre de 2013

LOBEROS



Estos alimañeros cazaban lobos y capturaban camadas de lobeznos. Después los mostraban por cortijadas, caserías y casas de ganaderos para recibir alguna que otra recompensa. Al final, los llevaban a los ayuntamientos y recibían la correspondiente gratificación. Moreno Castelló hace constar que, en el último cuarto del XIX, se pagaban en tierras de Jaén unos diez reales por cada lobo abatido. Una vez librado el dinero, se cortaba una oreja del animal para evitar que se volviese a presentar como recién cazado. Se encuentran muchos datos, al respecto, en los archivos de Jaén. Cuando los lobos campaban por los montes concejiles, villas y lugares de sierra.  Matabegid, La Pandera, Valdepeñas y Los Villares aparecen citados con especial frecuencia. Precisamente Moreno Castelló menciona este último pueblo, Los Villares, donde vivía, un hombre dedicado a cazar lobos. Detectaba sus guaridas por el olor y por los pelos que los animales dejaban.

Para capturar los lobeznos, en ocasiones, tenía que reptar por agujeros profundos y oscuros sin saber muy bien lo que podía encontrar dentro. Darse de bruces con una loba era causa de muerte segura. En una ocasión, tras conseguir cuatro o cinco lobillos de esta forma, y de vuelta al aire libre, se atascó de tal manera que no podía seguir adelante. El trance fue pavoroso pues escuchó aullar a la loba que se acercaba y "vio la sombra que proyectaba  su cuerpo a la entrada del túnel". Oía hasta "castañetear los dientes de la fiera". Dos horas estuvo la loba esperando afuera,  dando bandazos y resoplando, pues tampoco se decidía a entrar a por el cazador. Al final éste, encomendándose a Dios, consiguió salir y montar la escopeta. Se encaró con la loba que, amedrentada, se fue retirando hacia atrás, con unos gruñidos que daban espanto, para huir después.

Causó admiración, entre todo el vecindario, el lance pero nuestro personaje pasó tanto miedo que quedó maltrecho, afectado por un mal tonto, como decían en esa época. Ganado por la tristeza, perdió el  hombre las ganas de vivir y de salir al monte. A los dos meses se murió.

viernes, 15 de noviembre de 2013

El TIEMPO DE NOVIEMBRE EN 1792

"En las provincias de Ávila, Burgos, Valladolid, Palencia y Salamanca se ha experimentado un tiempo templado y favorable; en las de Toro, Zamora, Soria, Aragón y Cataluña le ha hecho vario con algunas lluvias, lo que en estas dos últimas no es provechoso a la vendimia,que todavía sigue en algunos pueblos. En Galicia han cesado las aguas, y en Guadalajara se ha empezado a sentir el frío".

Correo Mercantil de España y sus Indias, jueves 8 de noviembre de 1792

jueves, 14 de noviembre de 2013

ROPA DE GALEOTES


El triste atavío de los condenados a galeras constaba, según se recoge en Guzmán de Alfarache, de dos camisas, dos pares de calzones de lienzo, una almilla colorada, un capote de jerga y un bonete colorado. Una almilla era un jubón de abrigo, con mangas y ajustado al cuerpo. Sobre esta prenda iba el capote. A todos, antes de amarrarlos al banco, se les rapaba la barba y la cabeza como remedio -ineficaz- contra piojos, pulgas y otros insectos que poblaban esos tristes paraderos. Por su buena relación con el cómitre, el personaje de Mateo Alemán pudo mejorar su estampa con "un vestidillo a uso de forzado viejo, calzón y almilla de lienzo negro ribeteado, que por ser verano era más fresco y a propósito". Esto le permitiría al pícaro mejorar su estado de ánimo y, de paso, agudizar su ingenio para salir de tan complicado destino. La buena presencia siempre ayuda en cualquier trance. Para resguardar, de mala manera, a los forzados del sol y de la lluvia, se cubrían los bancos con unos toldos de lona, aunque no todas las galeras contaban con tal protección.

domingo, 10 de noviembre de 2013

ARTE TORMENTARIA



Cuando Carlos V entró en Valladolid en 1522, acabada ya la guerra de las Comunidades, trajo un buen tren artillero compuesto, entre otras, por las siguientes piezas:

Un trabuco llamado Magnus Draco, con cabeza de serpiente o de dragón. Tenía grabado el retrato de Felipe el Hermoso y sus armas. Era de 26 palmos de largo y la boca de un palmo.

Dos tiros famosos, El Pollino y La Pollina, de 16 palmos de largo y palmo y medio de boca.

Otro tiro tenía por nombre Espérame que allá voy, de 17 palmos de largo y casi dos de boca.

Dos tiros llamados Santiago y Santiaguito, eran de 26 palmos de longitud y con la boca de un palmo, adornados con los lises del Rey de Francia. Quizás fue capturado a los franceses en alguna jornada y fueron rebautizados al uso de España.

Otro tiro se llamaba La Tetuda, de 17 palmos de largo y casi dos de boca. El nombre -lo tengo por cosa segura- debía de ser invención de soldados

Y para acabar, El Gran Diablo, con 18 palmos de largo y casi dos de boca.

La marcha la encabezaba la guía, un caballero sobre montura blanca que elegía el camino más pertinente. Participaron en esta entrada, un total de  2.128 mulas -tan servidoras del César Carlos como el más veterano de sus piqueros- gobernadas por 1.074 carreteros.Varias brigadas de azadoneros precedían el convoy arreglando los caminos. Aparte iba la munición y pelotería.


Ramón de Salas,capitán del Arma de Artillería, Memorial histórico de la Artillería española, Imprenta que fue de García, calle de Jacometrezo, número 15, 1831

lunes, 4 de noviembre de 2013

SOBRE EL COSTE DE LA VIDA EN TIEMPOS DEL QUIJOTE



Los productos de primera necesidad, y en particular los alimentos, eran mucho más caros en el siglo XVII que ahora. Igual ocurría con el vestido, el menaje doméstico y el utillaje de trabajo. Aparecen como objetos valiosos en los inventarios y testamentos. La abundancia de la sociedad industrial y la superabundancia de la postindustrial habrían resultado inimaginables  para las gentes del tiempo de Cervantes. Un paseo por unos grandes almacenes producirían, quizás, más asombro que los más sofisticados aparatos electrónicos o los viajes en avión.
                                       
En el primer tercio del siglo XVII un campesino en Jaén percibía, por día de trabajo, unos dos reales y medio que equivalían a 85 maravedíes con los que se podía adquirir, diariamente, lo siguiente:
  • Un pan de un kilo (34 maravedíes).
  • Un cuarto de litro de vino (6 maravedíes)
  • Un cuarto de kilo de bacalao (9 maravedíes).
  • Un cuarto de litro de aceite  (10 maravedíes).
  • Medio litro de leche (6 maravedíes).
  • Un cuarto de kilo de queso (12 maravedíes)
  •  Jabón: (0,5 maravedíes).
  • Alquiler de vivienda (7 maravedíes).
Con esta frugal cesta de la compra tenía que arreglarse, cada día, una familia en la que sólo trabajase uno de sus miembros. Una vez distribuido lo adquirido -por ejemplo- entre cuatro personas, veremos que la ración que corresponde a cada una de ellas es exigua. Esto explica, en no poca medida, los elevados porcentajes de solteros entre jornaleros y demás pobres. Los gastos de vestido, muy de tarde en tarde, y los de botica no entran en estas pobres cuentas.Tampoco, cuando el frío apretaba, el consumo de leña o carbón vegetal, nunca abundantes, para hornillos y braseros. La carne se limitaba a la ocasional adquisición de despojos, despachados los sábados en los rastros, y al tocino salado. Los garbanzos eran poco menos que un lujo, rango que tenían los huevos y el azúcar.

Téngase en cuenta, además, que los jornaleros padecían, regularmente, largas temporadas de paro estacional. Una subida de los precios del cereal, como consecuencia de una sequía, de los temporales o de las plagas de langosta conducían a una situación desesperada a la gran mayoría de la gente corriente. Estas situaciones condenaban a los más desventurados al amparo de la caridad de las órdenes religiosas, de las parroquias o de los propios ayuntamientos que, en caso de penuria extrema, distribuían trigo almacenado en los pósitos. La agobiante presión fiscal -por medio de impuestos indirectos sobre productos de primera necesidad que encarecían todavía más su precio- los procesos inflacionistas provocados por el vellón, el intervencionismo económico municipal y real, además de la nula capacidad de ahorro contribuían al crónico empobrecimiento de la sociedad española de la época.