jueves, 29 de marzo de 2018

EL CULTO A LA AGONÍA DE LA MADRE (UNAMUNO)

“Hay en mi patria española, en mi pueblo español, pueblo agónico y polémico, un culto al Cristo agonizante; pero también le hay a la Virgen de los Dolores, a la Dolorosa, con su corazón atravesado por siete espadas. Que no es propiamente la Pietá italiana. No se rinde culto tanto al Hijo que yace muerto en el regazo de su Madre, cuanto a ésta, a la Virgen que agoniza de dolor con su Hijo entre los brazos. Es el culto a la agonía de la Madre.”

Miguel de Unamuno, La agonía del Cristianismo, 1924.

domingo, 25 de marzo de 2018

SOBRE LAS PALMAS DEL DOMINGO DE RAMOS EN EL SIGLO XVII

En los libros de fábrica del archivo parroquial de Vilches, en la provincia de Jaén, consta el pago de las palmas para las procesiones del Domingo de Ramos. Se recogen dieciséis años, entre 1658 y 1694. El coste total fue de 898 reales. Las partidas corresponden a períodos de cuatro o cinco años, las más bajas fueron de 213 reales y las más elevadas llegaron a los 375. En resumen, unos 55 reales por año. No estaba mal ni era poco. Salvo en 1662, en estas partidas no se incluyen los ramos de olivo que quizás eran regalados por los labradores o cada uno lo aportaba por su cuenta.

viernes, 23 de marzo de 2018

BOTAS, ODRES Y BOTILLOS

La bota va y viene por el área de España y por los espacios de la Historia, decía Azorín, que escribió sobre curtidores, zurradores, guarnicioneros, talabarteros, boteros, odreros, guadamecileros y pellejeros. Gracias a sus páginas sabemos que los pellejos de mayor capacidad eran las odrinas y los de menos el botillo. Azorín encontraba esta explicación al uso y difusión de las botas, odres y demás:

"España es un país quebrado, montuoso. Hay en España caminos reales, o carreteras, y hay caminos vecinales  y caminos de herradura. Por los de herradura sólo pueden transitar las caballerías aisladas o recuas. Oficio también nacional es el de recuero, trajinero o cosario. Ninguna vasija más apropiada para ser conducida a lomos de macho, por quebradas y puertos, por cotarros y caminejos torcidos y pedregosos que la vasija de cuero."

Y sigue: "Quedamos, pues, en que la bota es utensilio eminentemente nacional. Se encuentra, como en su propia casa en mesones, paradores y ventas, y es llevada y traída en las barjuletas de los carros y en las seras y serones de los arrieros".

martes, 20 de marzo de 2018

LA MONTERA Y LAS ESTACIONES.

En el muy ilustrado blog Indumentaria y vida cotidiana en España, del que tanto aprendemos, consta que las monteras, con la que se cubrían las molleras nuestros antepasados, tenían la copa más o menos alta dependiendo de la estación. Nos preguntamos cuáles serían las medidas adecuadas, para no desentonar en estrados y paseos a partir de fechas como la de hoy, cuando entra la primavera. Respecto a esta prenda, en Jaén hay un dicho muy antiguo, que roza lo herético: “Cuando Jabalcuz trae montera llueve quiera Dios o no quiera”. Jabalcuz es un monte de unos 1.600 metros de altura, cercano a ciudad, y la gente antigua le daba el nombre de montera a los nubarrones que entraban por sus cumbres, procedentes del suroeste y cargados de aguas como las que diluvian sobre tan ilustre concejo. Desconozco si el Santo Oficio tomó alguna vez cartas en el asunto por la afirmación, casi herética, del refranillo. Por afirmaciones más moderadas se vieron algunos en un auto de fe.

domingo, 18 de marzo de 2018

LOS GUSANOS DE SEDA Y EL ORDEN DEL MUNDO


Contemplar los gusanos de seda tenía algo de estampa del Japón: “En los que crían / gusanos de la seda / hay algo antiguo”. Lo escribió uno de sus poetas hace ya muchos siglos. Sin sospecharlo ni ser aficionados por entonces a japonismos, por San José, abríamos las cajas de cartón y con ceremonia desplegábamos un trapo. Y allí estaban, milagrosamente, recién nacidos, los gusanos de seda. Después venía su callado quehacer, hasta que labraban los capullos y se enclaustraban dentro para transmutarse, resplandecientes como resucitados, en modestas mariposas. Lo siguiente, entre las tareas que Dios les había encomendado desde el origen de los tiempos, era dejar segura a su futura descendencia y así, en la oscuridad de su recogimiento, contribuían a sostener el orden del mundo. 

sábado, 10 de marzo de 2018

DON CELESTINO VIAJA A INGLATERRA

Don Celestino del Piélago y Fernández de Castro era teniente coronel del cuerpo de Ingenieros en 1844. Fue enviado por el Gobierno a Francia, Inglaterra, Prusia y Bélgica. Debía obtener información sobre academias, acuartelamientos, arsenales, fortalezas y otros aspectos de la vida militar de esos países. Una vez de vuelta, publicó su Relación del viaje a Francia, el Rhin, la Bélgica e Inglaterra (Madrid, Imprenta Nacional, 1847) en la que dio cumplida cuenta de lo que había visto. Gran parte de sus observaciones –y que me abstendré de mencionar- son áridas y de carácter técnico. Otras, en cambio, tienen todos los rasgos propios de un libro de viajes.
En esta breve incursión mencionaré algunas consideraciones que escribió sobre Inglaterra. Visitó, entre otros lugares, Woolwich, acompañado por el coronel Wylde, veterano de la primera guerra carlista. En su Academia de Artillería e Ingenieros -observó nuestro teniente coronel- los cadetes ingresaban a los quince años con su ejemplar de la Biblia y su libro de oraciones. Vivían como colegiales, se les enseñaba a leer y a escribir en el más correcto inglés además de aritmética, álgebra, geometría -según el primer libro de Euclides- y francés. También traducían a Julio César, estudiaban Historia, en especial la de Inglaterra, y practicaban el dibujo de contornos y paisajes. Jugaban a la pelota y se fortalecían en un gimnasio. Antes de comer –asado, patatas y pasteles- se leía algún pasaje de la Biblia. El comedor de oficiales del cuartel de Artillería de Woolwich, dejó escrito don Celestino, estaba lujosamente amueblado: “tienen vajilla de plata muy bien surtida, y con ella me hicieron notar un gran candelabro del mismo metal que les fue regalado por el rey Jorge IV”. Los artilleros disponían, también, de una rica biblioteca, con servicio de préstamos, y de una sala de lectura. Nuestro viajero no dejaría de comparar dichas comodidades con las austeridades de los cuarteles españoles de su tiempo, instalados en destartalados caserones y conventos desamortizados. En Greenwich estuvo en el Hospital de Inválidos, vio la casaca de Nelson “en una caja de caoba con tapa de cristal” y, más adelante, visitó el Victory -“objeto de la veneración inglesa”- en Portsmouth. Reconocía y comprendía el respeto demostrado a tan gran marino pues “por todas partes levanta Inglaterra monumentos a este hombre” y afirmó que el culto a Nelson garantizaba la soberanía marítima británica.
Mostró su asombro ante la capital de Inglaterra: “la impresión principal que deja Londres en el ánimo es la de su desmesurada grandeza” pues “en ninguna parte se siente con tanta fuerza como allí la insignificancia individual”. Las calles concurridas a más no poder, el tráfico de los carruajes, la vitalidad de la City “adonde todo hombre de negocios acude durante el día”, la actividad en los docks, el ir y venir de los buques, todo lo citado, “llenan el ánimo de un extranjero de envidia y admiración”. Elogió los grandes puentes sobre el Támesis, cuya perfección técnica valoraba como ingeniero militar y autor de tratados sobre ingeniería. Sin embargo, a veces y sin renunciar a su sequedad castrense, don Celestino del Piélago se abandonaba un poco a la nostalgia pues: ”en medio de este torbellino [el viajero] alza los ojos al cielo y no lo ve, y echa de menos el sol, el aire transparente, el cielo estrellado de su patria y suspira por ella con nuevas ansias de pisar su suelo”.
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*Publiqué este artículo en Neupic hace algo más de cuatro años.

domingo, 4 de marzo de 2018

MÁS SOBRE ARRIEROS


Baile entremesado de los carreteros de don Juan de Matos (1608-1689) es un entremés del siglo XVII, hay una referencia a los de este oficio, indispensable para el mantenimiento de los abastos y comunicaciones. Un buen arriero debía ser hombre bragado, bregado y de recursos. Acaba con una advertencia: “nadie llegue à meterse / con los arrieros; / que son hombres que al diablo / se dan por tercios". El que aparece en la ilustración, vara en mano, es de finales del XVIII.