jueves, 30 de diciembre de 2010

DÍA DE REYES EN EL SIGLO XV

"Los trabajos y las alegrías de la vida, todo tiene su norma fija. La religión, la caballería y el amor cortés suministran las formas más importantes de la vida" (Johan Huizinga, El otoño de la Edad Media, 1919).

Leo en una crónica del siglo XV: "Para la fiesta de los Reyes, el señor condestable fazía e mandaba conbidar a los regidores e jurados, cavalleros e escuderos e letrados e otros cibdadanos para comer a la mañana e çenar a la noche".

Era el condestable don Miguel Lucas de Iranzo hombre de probado valor, privado de Enrique IV, refinado, dentro de lo posible en una ciudad de frontera como Jaén, y amigo de jugar a los dados. En la mañana de Reyes trompetas, atabales, chirimías y cantores le "davan el alvorada". Después oía misa, asistía a una procesión y adoraba la Santa Verónica, una reliquia que movía a mucha devoción. Acabados estos ejercicios piadosos, mandaba acudir a sus casas principales a lo más esclarecido de la ciudad "e luego traían de comer con los trompetas e atabales e cheremías, como en las otras fiestas". Todo con gran movimiento de maestresalas y capellanes que bendecían las mesas. Tras levantar manteles "el señor condestable y la señora condesa dançavan un rato y cantavan en cosante". Era la Condesa antepasada del conde de Villardompardo que, un siglo después, fue virrey del Perú y tantos hijos ofreció al servicio de Dios y del Rey.

También el día de Reyes se jugaba a las cañas y a la sortija, con "munchos cavalleros, y bien arreados". Era toda gente muy curtida en la vida fronteriza, capaz de leer el humo de las almenaras, hombres de dicho y hecho, siempre más derechos que una vela en venturas y desventuras. No eran caballeretes de alfeñique. Iban, cuenta el Cronista, aparejados por las calles "en sus cavallos de la brida e muy bien guarneçidos, sus lanças en los muslos", alumbrados con antorchas y, para más demostración de júbilo, "los espingarderos disparando munchas espingardas". El vecindario, atronado y contento con esta tormentaria, se asomaba por los ventanucos.

Los juegos de sortija se hacían junto a la torre de la posada del Condestable. Ante "munchas dueñas e donzellas a las ventanas e tejados". Damas ya olvidadas que se llamaban doña Guiomar, doña Juana, doña María o doña Violante. Los más esforzados recibían como galardones "çiertas joyas y sedas". Los que marraban el tiro, airados,"quebravan lanças por las paredes". Tengo por cierto que juraban en voz baja por no ser oídos.

Después de estos alardes volvían al palacio del Condestable a cenar y a danzar otra vez "con aquel abundancia y çirimonias ya dichas". Y al final "se mandava fazer la Estoria de quando los Reyes vinieron a adorar y dar sus presentes a nuestro señor Iesuchristo" que todos tenían gran placer en contemplar. Como era ya noche cerrada, y a veces helaba, se encendían grandes braseros. Las estancias olían a sahumerios de alhucema y cornicabra de los montes cercanos y algún galopillo, escapado de las cocinas, removía las ascuas a golpe de paleta. Después de una colación el Condestable, siempre tan cumplido, despedía a los concurrentes y "se davan muchas antorchas y pajes con que fueses a sus posadas".

Los datos están tomados de la Relación de los hechos del muy magnífico e Más virtuoso señor, el señor don Miguel Lucas muy digno condestable de Castilla.




jueves, 23 de diciembre de 2010

POR ORDEN DE DOÑA MARIANA

El doctor Juan Alonso y de los Ruyzes de Fontecha era catedrático de la Universidad de Alcalá. Escribió un libro titulado Diez privilegios para mujeres preñadas, editado en 1606. Si ellas, decía el autor, ponían en riesgo la vida al traer hijos al mundo, justo era que recibiesen particulares honores. En gran medida era idea compartida por muchos españoles de aquel tiempo. Guevara en el Relox de Príncipes afirmaba que el varón "desde el tiempo en que sintiese estar su mujer preñada, ni hora ni momento se había apartar de ella, porque en ley de buen marido cabe, que emplee los ojos en mirarla, las manos en servirla, la hacienda en regalarla, y el corazón en contentarla".

Ejemplo visible de estas obligaciones era el satisfacer los antojos propios de tales circunstancias. Felipe IV no fue una excepción ya que, como narra Jerónimo de Barrionuevo en un aviso de 8 de noviembre de 1657, "estando a la mesa la Reina, se le antojaron buñuelos. Fueron volando a Puerta Cerrada y le trujeron ocho libras en una olla, porque viniesen calientes, y volcándolos en su presencia en una fuente y mucha miel encima, se dio un famoso hartazgo, diciendo no había comido cosa mejor que ellos, por ser picarescos. Es cierto".

No me consta si fueron palaciegos o gente de escalera abajo los enviados a ir con el pote por las calles de Madrid. Tampoco si los buñuelos fueron de viento o de jeringa. Sí es muy donosa la consideración de "picarescos" para una fruta de sartén tan popular. Esta real apreciación debió de saber a gloria al pueblo llano de Madrid. Ese día los buñoleros de la Corte se sintieron un poco gentilhombres.

A todo lo referido cabe añadir que, en las jornadas previas al nacimiento de Don Felipe Próspero, llegó a Palacio una comadre desde Granada para asistir a la Reina en el alumbramiento. Dormía cerca de su cámara por si acaso. Debía de ser una dueña con mando en plaza. Don Juan José de Austria con largueza principesca envió una cama bordada y aderezada con oro, piedras y aljófar, con doce ricas almohadas y dos sillas. Era de bronce dorado y no de madera y costó su hechura 2.000 ducados que no eran una bagatela.

Tras el parto fue obligado el reposo para Doña Mariana y evitar peligros y achaques. Su primera salida a misa fue celebrada con júbilo. Así el 28 de enero de jugaron toros en la Plaza Mayor de Madrid. Participaron ocho cuadrillas de lo más lucido. Fueron encabezadas por el corregidor de Madrid, el duque de Béjar, el marqués de Priego, el conde de Chinchón, el príncipe de Astillano, el almirante de Castilla, el conde de Monterrey y el condestable de Castilla. Bien estaba que Doña Mariana tuviese jornadas entretenidas pues años vendrían de desvelos y desengaños.

Estas líneas se escriben en homenaje a Doña Mariana de Austria a raíz de la acertada iniciativa del blog Reinado de Carlos II. Y que pasen todos ustedes unas Felices Pascuas de la Navidad de Nuestro Señor.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

UN RECUERDO DE DON LUIS DE ÁVILA Y ZÚÑIGA

Don Luis de Ávila y Zúñiga sirvió en las guerras que el Emperador tuvo con los príncipes protestantes, allí en Alemania, por los años de 1546 y 1547. Vio don Luis muchas cosas en su vida a las que,por ser de natural caviloso, daba no pocas vueltas hasta desentrañarlas. No era el único pues la vida militar, con sus esperas, caminatas y velas, da buenas ocasiones para pensar aunque sin el peligro de caer en esas melancolías que suelen darse en frailes y estudiosos de los filosofos.

Entre los muchos episodios que recoge don Luis en su Comentario de la guerra de Alemania hay dos que merecen recordarse, aparte de las batallas y sucesos políticos allí referidos. Así "pasando la infantería española anduvo un águila muy mansamente, torneando sobre ella muy gran tiempo". Algo quería decir esto. Tengo por seguro que a los más leídos, y a los que habían pasado por Salamanca, Alcalá o alguna escuela de gramática, el hecho les recordaba a las historias de los antiguos romanos. Si Carlos V era el sucesor de los emperadores romanos bien podían serlo ellos, pica al hombro, de las legiones romanas.

Y todavía departían sobre la novedad "y andando ansí salió un lobo muy grande de un bosque,el cual fue muerto por los soldados a cuchilladas en medio de un campo raso". Sería cosa de ver a aquellos Hernandos, Alonsos y Fadriques lidiando a la fiera con la pica y la espada. El lance era para recordarlo. Don Luis, sentencioso, consideraba: "son acaecimientos éstos, que,o permitidos de Nuestro Señor, o ofreciéndolos el caso así, miraron mucho en ellos los que los vieron".

Después, alrededor de la hoguera estos soldados, muchos de ellos descencientes de pastores, estragados y mal cobijados, compararían el lobo abatido con otros, conocidos por ellos, que habían señoreado en dehesas y jarales de España.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

VOTOS POR LA INMACULADA

La devoción a la Inmaculada Concepción tuvo especial difusión en la España de los siglos XVI y XVII. También en Jaén. El Cabildo municipal de esta ciudad pronunció un voto y juramento en defensa de la Inmaculada en 1640 y el de Baeza en 1645. La Universidad de Baeza lo hizo mucho antes, en 1618. El Cabildo municipal de Andújar se unió a dichas empresas en 1680, como consecuencia de la epidemia de peste que asolaba estas tierras por aquellas fechas. Para evitar olvidos se renovó el voto de Andújar en 1755 a raíz del terremoto de ese año. En Jaén se editaron en el siglo XVII no menos de cuatro libros para promover la proclamación del dogma inmaculista. Desde mediados del seiscientos los caballeros veinticuatro de Jaén, al ser recibidos en sus oficios, debían jurar "defender el misterio de la limpia y pura Concepción de Nuestra Señora, que lo fue sin pecado original hasta la muerte". Destacó como especial devoto un esclarecido caballero de Jaén, don Alonso Vélez Anaya y Mendoza, que vivió durante casi todo el siglo XVII. Imágenes de la Inmaculada, desde modestas estampas a lienzos de más mérito, formaban parte de las dotes matrimoniales. Sirva de ejemplo la de Juana María Colmenero, vecina de Jaén, que incluía entre sus bienes, en 1719, un lienzo de la Inmaculada valorado en doce reales. Por el precio, debía de ser obra modesta como pobre la casa a la que iba destinada. Es cosa segura que no le faltaron ni luz ni avemarías.

Algunos datos citados están recogidos en:
Coronas Tejada, Luis, Jaén, siglo XVII, Jaén 1994
María Soledad Lázaro Damas, La Inmaculada Concepción de María, Jaén, 2001.

martes, 7 de diciembre de 2010

OTRA VEZ DON LUYS DE VALDERRAMA

De manera involuntaria eliminé la entrada dedicada a don Luys de Valderrama. No me he resignado a perder las pobres líneas que escribí dedicadas a clérigo tan discreto como dado a las buenas acciones. Es posible que lo suyo fuese publicar hoy, y no a inicios de diciembre, esta evocación pues don Luys murió en las vísperas de la fiesta de la Inmaculada.

Y si algo lamento más es haber perdido los comentarios que, con tanta generosidad, hicieron lectores de tanto lustre como La Dama Masquée, Carmen Béjar, Aurora Pimentel, José Eduardo de Vicente y Carolus II. Desde aquí mi agradecimiento y mis excusas por mi poca maña para estas faenas. Y ahí va lo del otro día:

Don Luys de Valderrama fue hombre de iglesia del tiempo del Quijote. Vivió en tierras de Córdoba. En 1616 fray Juan Redondo, visitador y definidor de la Orden de la Santísima Trinidad y Redención de Cautivos, pronunció en su honor una oración fúnebre muy lucida. En ésta se compendiaban todas las virtudes del Licenciado que corresponden a lo que debía ser un buen cura del tiempo de la Contrarreforma.

Era don Luys "entre los devotos el más fervoroso, entre los recogidos el más retirado, entre los solos el más encerrado, entre los buenos el mejor, en el vestir humilde, en el comer austero, en el hablar medido, en la penitencia demasiado: los ojos modestos, el rostro grave, su boca nunca se abría si no era para hablar de Dios y de su madre santísima". No era don Luys como "esa gente que siendo dedicada a Dios hurta el cuerpo a la reformación, hablando, comiendo, bebiendo y vistiendo aseglaradamente y profanamente". Cabe pensar que tampoco iría de caza, con o sin reclamo, no parece que fuese dado a pasear con armas ocultas, a ver correr toros o lucir bigote y perilla bien cuidados, costumbres nada infrecuentes en otros clérigos, no tan ejemplares, y que eran censuradas con dureza por los más rigoristas.

Para no caer en tentaciones ni dar en murmuraciones y hablillas no solía hablar con mujer alguna, tampoco con religiosas "sino estaua muy mortificada". Cuentan en su haber buenas acciones realizadas con disimulo, para que no fuesen conocidas. Acudía al Hospital de la Caridad de La Rambla y llevaba alimentos ocultos en el manteo "porque fuesse más secreto", para los pobretes allí acogidos y "se encerraba en el Hospital con ellos a espulgarlos, sin tener asco de sus inmundicias; y otras mil cosas que callo". Recuerda fray Juan como "alguna vez estuvo toda la noche ayudando a bien morir a un pobre".

Entre todas estas mortificaciones había un desahogo, un alivio, aunque naturalmente piadoso pues cuando celebraba las octavas del Santísimo, abría con liberalidad su bolsa para encargar sermones a los más célebres predicadores y concertar "músicas, coloquios y danças".

Murió don Luys de Valderrama en vísperas del día de la Inmaculada en la confianza de que Dios "este cuerpo de tierra, de materia vil y baxa, y suxeto a tantas miserias, lo reformará hermoseándolo con los dotes de gloria". Es verdad, no parecer ser como san Ignacio o san Juan de Dios. Quizás estuvo a muchas leguas de la santidad y del heroísmo. Pudo el trinitario ser demasiado generoso en su semblanza pero esto no debe importarnos. Tampoco era cuestión de poner en evidencia sus flaquezas pues, como mortal que era, las tendría .

Lo que fuese en el mundo queda sepultado bajo la losa del tiempo y sólo Dios lo sabe.


Los datos biográficos del Licenciado proceden de la obra Sermon funebre predicado en las honras de el Benerable padre, el licenciado Luys Balderrama Presbitero. Por el Padre Maestro Fray Ioan Redondo, Diffinidor y Visitador de la Orden de la Santísima Trinidad, y Redempcion de Captiuos de la Provinzia de Andaluzia. Impreso en Córdoba por la viuda de Andrés Barrera, 1616.