Antonio
José de la Cruz Expósito, El Chato de Jaén*, fue un personaje de cierta relevancia en la
mala vida de finales del siglo XIX e inicios del XX. No era un ratero más o menos desgraciado, ni un bandido de los que se
tiraban a los caminos- aunque estuvo un tiempo huido en Sierra Morena, como
mandan los cánones- sino un gánster, en el sentido más amplio de la palabra.
Nació hacia 1868, en Jaén. Era un hombre delgado, ágil y de expresión dura. Lucía un bigote de notable tamaño. Hasta cierto punto y dentro de sus criterios, era refinado. Calzaba
zapatillas de terciopelo negro en su casa, llevaba varias sortijas en los dedos y trataba de vestir como un señorito. Vivió en Madrid en la Cuesta de las Descargas, cerca de la Ronda de Segovia
y de La Latina, con su querida, María de la Sierra
-conocida también como Araceli o como Marcelina Asensio, si es que es la misma- y dos
hijos pequeños. Lo de los cambios de nombres era habitual en su mundo. El Chato de Jaén, en particular, utilizó varios**. Frecuentaba casas
ilegales de juego, colmados y tabernas. Allí acudían tratantes de ganado, tahures, gente del trueno y
toreros de poco cartel, como uno llamado El Valencia. Eran tascas de su especial
predilección la ubicada en la plaza de Santa Ana, regentada por un tal Hipólito
Rodríguez, y otra en la calle de San Millán, cerca de la calle de Toledo. Su
compañero de fechorías -considerado un "amigo de verdad - se apodaba El Carpeta.
El Chato de Jaén fue un personaje popular. Había mucha afición, es innegable, a seguir y comentar las barbaridades y desplantes de matones y tipos crudos de este pelaje. Se narraban sus hechos, como si de proezas se tratasen, en pliegos de cordel y aleluyas. Su ingreso en la cárcel de
Jaén, en octubre de 1901, por un robo y enfrentamiento con la fuerza pública, levantó una enorme
expectación. Acudió mucha gente a la puerta del establecimiento penitenciario para ver en persona al jaque. La Vanguardia publicó al respecto: “El Chato penetró descaradamente en la Prisión”. Imagino que entre el aplauso general. Hay que indicar que, por esas fechas, su historial era ya muy extenso. La prensa nacional solía dar cuenta de sus tropelías. La Vanguardia lo calificaba de “famoso bandido” y ABC lo conceptuaba como ladrón extremadamente peligroso; para La Correspondencia de España era un pájaro de lustre en los bajos fondos.
En los robos con escalo y las fugas fue un reputado profesional por su fuerza física y gran agilidad. El primer encuentro que tuvo con la
Justicia, del que tengo noticia, se debió al hurto de un reloj en 1885, por el
que fue condenado a 125 pesetas de multa. En 1898 cumplió una pena de cinco
meses por otro hurto y, en años posteriores, a cinco años de presidio por robo. Estuvo
implicado en el desvalijamiento de una casa de préstamos de la calle Barquillo de Madrid. Realizó otros robos famosos en su tiempo. Es de destacar el asalto al palacio
del marqués de Urrea, en Zaragoza, donde se apropió de dinero y objetos por
valor de 50.000 pesetas. Fue en agosto o a inicios de septiembre de 1896, cuando el Marqués estaba ausente, de veraneo. La desfachatez del
Chato y sus socios llegó a tal punto que se instalaron en el palacio, con todo regalo, durante unos días. Es probable que dieran buena cuenta de las existencias de bodega y despensa.
El crimen mas espectacular de El Chato de Jaén, pero no el
más grave, fue el atraco perpetrado en una casa de cambio de la Calle Carretas, en Madrid. Fue el 7 de noviembre de 1899 y consiguió un botín de más de 14.000 duros en oro, plata y billetes. Todo un capital a finales del XIX.. Los autores materiales del robo fueron tres, El Chato de Jaén, Ángel
Marcos de León y José López Firias. Accedieron a las oficinas del establecimiento escalando una
pared, desde una cochera que previamente habían alquilado en la calle de San
Jacinto. Una vez dentro, redujeron a
dos empleados a punta de pistola y se llevaron el dinero en cajas y talegas.
Sus huidas en las redadas policiales eran rocambolescas, cinematográficas incluso. Una vez, se escapó de una detención saltando por los tejados, debidamente disfrazado. En otra ocasión, perseguido por la policía, se abrió paso a tiros por medio de la madrileña calle de
Malasaña. Su uso de las armas no era una novedad y tenía en mucha estima su revolver Smith. En Córdoba asesinó a un guardia civil aunque al El Chato de Jaén le asestaron un más que merecido sablazo en la cabeza.
También fueron célebres sus fugas de prisiones y penales.
Así, se evadió de las cárceles de Ciudad Real,
de Novelda- en compañía de El Carpeta antes citado - y tuvo una tentativa de fuga de
la prisión de Córdoba, en junio de 1901. No pudo consumar la fuga pues descubrieron un
agujero en su celda y todo un dispositivo para descolgarse por los muros. Este hecho motivó su traslado al penal de
Cartagena. Allí llegó en agosto de 1901, formando parte de una cuerda de más de
treinta presos. Los periódicos denunciaron la escasa seguridad de dicha prisión para
albergar a un personaje de tal catadura, y aconsejaban su traslado al penal de Chinchilla. No carecían de razón. El 16 de diciembre de 1902 se fugó una vez más,
aunque estuvo poco tiempo en libertad pues dos policías le siguieron la pista y, en
marzo de 1903, fue capturado en Málaga, cuando trataba de embarcarse, en el
vapor Grao, con su mujer y sus dos hijos pequeños, rumbo a Orán. En diciembre de
1905, como consecuencia del robo de la calle Carretas, fue condenado a catorce
años, ocho meses y un día de prisión. Fue enviado a cumplir condena a Ceuta y
para que estuviese a buen recaudo, lo mandaron a Chafarinas. Unos seis meses
más tarde, en 1906 se fugó de allí. Es la última referencia que tengo de su
vida.
Ángel Aponte Marín.
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*De mi intervención en la Cena Jocosa, organizada anualmente por la Confraternidad de los Amigos de San Antón, Jaén noviembre de 2013.
** Utilizó indistintamente los nombres de Antonio López Conesa Obella, Rafael Almagro y Manuel
del Río, y los alias de Maestrín y Peste