domingo, 23 de agosto de 2020

EL VISITADOR GENERAL DE TINTES DEL REINO

Se llamaba don Luis Fernández. Ejerció el oficio de visitador general de tintes del Reino cuando acababa el Antiguo Régimen. Inició su tarea cuando reinaba la devota, ilustrada y cazadora majestad de Carlos III, padre de sus pueblos. Supongo que las obligaciones de este oficio, consistirían en fiscalizar y contrastar la calidad de los tintes para evitar fraudes y desengaños. Nada más dieciochesco y de mayor utilidad pública. Los tintes, antes de que los químicos alemanes democratizasen las posibilidad de vestir ropas de colores, eran caros y escasos, frecuentemente de origen exótico. Me pregunto si el colorido de majas, currutacos y chisperos goyescos debió algo al rigor y a los desvelos de nuestro visitador. Tenía que saber mucho del añil, del índigo, la grana o la cochinilla. Vivió don Luis cuatro reinados -no cuento el del Intruso-, sobrevivió a la guerra y quizás admiró secretamente los colores de coraceros, dragones y mamelucos. En aquellos días de revoluciones y reacciones, abrazó convencido la causa absolutista. Sentó plaza, de los primeros y a pesar de su edad, como voluntario realista. Le hizo gracia el gesto a Fernando VII, al que le gustaban estos detalles. En 1824, cuando la persecución a los liberales arreciaba, le concedió 12.000 reales para que encargase un uniforme de granadero “para estímulo de unos y confusión de otros”. Con los mejores tintes, por supuesto.


lunes, 17 de agosto de 2020

UNAS NOTAS SOBRE EL MARQUÉS DE SALAMANCA

 Paso las horas, en estas tardes de verano, con las memorias de don Fernando Fernández de Córdoba, un militar de los tiempos de Isabel II. Este personaje, de interesante biografía, estuvo unos años al servicio del futuro marqués de Salamanca. Fue en los tiempos de la unificación de Italia y de la caída del Rey de Nápoles. Entre sus muchos negocios, Salamanca era contratista de la construcción del ferrocarril en Roma, durante el pontificado de Pío IX. La empresa concesionaria era de capital francés. Fernández de Córdoba fue llamado por Salamanca para ejercer un alto cargo en estos negocios romanos. Aunque nuestro general no disimula en sus recuerdos cierto desdén hacia la clase media, relativizó sus escrúpulos aristocráticos con el eficaz lenitivo de un sueldo de 24.000 duros anuales que era mucho dinero en aquella época. No era hombre de empresa pero sí de mundo, con desenvoltura, relaciones y acceso a los más altos despachos y salones. Así, reconoce que su cometido “tendría ante todo un carácter político y diplomático, porque era preciso entenderse con el Gobierno de Su Santidad”. En las citadas memorias, Fernández de Córdoba se detiene con detalle en describir algunos rasgos de José de Salamanca, en particular su privilegiada inteligencia para los negocios y la “seguridad de su golpe de vista que tenía algo de inspiración”. Llegó a contar, afirma, con la mayor fortuna de España y una de las mayores de Europa. Su forma de vida era “grande y magnífica, pero agitadísima y devoradora, casi nómada.” Nada que ver con el estereotipo del burgués rentista y sedentario. Fernández de Córdoba prueba lo dicho con la correspondencia que mantuvo con él y cita, a modo de ejemplo, sólo la del año 1861. Constata que, en enero y febrero de 1861, Salamanca le escribió desde París; en marzo desde Lisboa; en abril desde París y Madrid; en mayo estaba en Turín y durante los meses siguientes vivió en Berlín, Roma, Nápoles, París, Madrid, Pamplona y Lisboa. Viajaba en trenes especiales, ocupaba plantas enteras en los mejores hoteles, o fondas - como se llamaba entonces a los establecimientos hoteleros de postín- cuando no se alojaba en los palacios que tenía en Madrid, Vista Alegre, París o, éste alquilado, en Roma. Estas residencias contenían valiosas obras de arte, libros raros, antigüedades y todo tipo de alhajas además de caballerizas. No sin admiración, que no era para menos, Fernández de Córdoba, asegura: “no recuerdo ninguno de sus viajes a Roma en que no trajera 4 ó 5 millones de francos en oro para atender sus negocios, gastos y caprichos”. Era como un personaje de novela de Dumas.