viernes, 30 de octubre de 2015

LA TUMBA SEVILLANA DE SIR ALEXANDER DUNCAN

Improvisaron en Sevilla, durante los días de la Guerra de la Independencia, un molino de pólvora. Estaba en un caserón cercano al Hospital de San Jorge, frente a la Real Maestranza de Artillería. El 29 de septiembre de 1812 se produjo una explosión cuando era visitado por Sir Alexander Duncan, mayor de la Royal Artillery. Velázquez y Sánchez -que en sus Anales de Sevilla* lo llama, a la buena de Dios y erróneamente, Sir Arturo- lo describió como "hombre de excelentes prendas, porte gallardo y de treinta y nueve años de edad". Según El Conciso**, unía a su bizarría un excelente carácter que le hacía ser muy apreciado en sociedad. Debía de ser muy caballero. Su resolución, al frente de sus cañones, fue decisiva en la batalla de La Barrosa, en marzo de 1811. Con tales prendas, la muerte de este "benemérito isleño" -como lo denomina la mencionada publicación - produjo un sentimiento de general pesar. Hubo, incluso, cierta polémica en la prensa de la época sobre las circunstancias del accidente. La elaboración de pólvora provocaba con frecuencia percances de esta naturaleza. Se produjo además una situación embarazosa pues Sir Alexander era anglicano y no podía ser enterrado en sagrado. Se hubo de improvisar una tumba en El Arenal, cerca del Triunfo que, años antes, se había erigido a iniciativa de ese flagelo de jacobinos que fue fray Diego de Cádiz. No estaba bien -pensaban muchos- que militar tan ilustre yaciese allí en tan deslavazada y deslucida sepultura, quién sabe si rodeado de desgraciados y suicidas. A iniciativa de sus compañeros de armas británicos, portugueses y españoles se mandó levantar un monumento funerario, rodeado de rejas, con una lápida en la que constaba nombre, patria, rango y hechos del difunto. Fue costeado, eso sí, por los de las Islas. En la mañana del 13 de noviembre los oficiales británicos, encabezados por un ministro de la Iglesia de Inglaterra, asistieron a un oficio religioso y rezaron por Sir Alexander Duncan. El clérigo, creo yo, sería como los de las novelas de Jane Austen.

_________________________________

* Velázquez y Sánchez, José, Anales de Sevilla (1800-1850), 1872.
** El Conciso, 17-10-1812.

jueves, 22 de octubre de 2015

GRIPES, CATARROS Y VISITAS

Ahora que vienen tiempos de catarros, gripes, dolores de coyunturas y otros achaques no es mala idea seguir los consejos de don Juan Manuel Calleja* si nos vemos en el compromiso u obligación de visitar a un enfermo. En primer lugar, nos recomienda que tales visitas sean cortísimas. Coincido con el autor pues es inhumano que el visitante se instale al lado de un ser quebrantado, normalmente sin posibilidad de huir y, durante horas,  aumente sus padecimientos con el látigo de su palabra. No hay derecho, la verdad, ni necesidad de padecer tales tormentos. El visitante, eso sí es lo correcto, y lo advierte don Juan Manuel, debe interesarse por el estado de salud del visitado, ponerse a su disposición, también a la de su familia, y largarse pronto. Nuestro autor proscribe la impertinente, imperdonable y agorera costumbre de hablar mal de los médicos que atienden al doliente "porque es sembrar la desconfianza y el desconsuelo en el enfermo y en la casa". El visitante ha "de abstenerse de recetar como suele hacerse, y mucho más de porfiar porque se use de los remedios que se les propone con indiscreción y ligereza". La corta duración de las visitas es también muy aconsejable en las visitas de cumplido y, llegado el momento, el visitante pretextará "el motivo de no ser molesto, de no querer robar tiempo, etc. etc." -¡civilizado siglo XIX!- despidiéndose con una inclinación de cabeza "doblegando ligeramente el cuerpo".

______________________________
*D. Juan Manuel Calleja, Prontuario de las reglas de buena crianza y de urbanidad que deben saberse y practicarse por todos los que aspiren a pasar por bien criados y educados, Imprenta de Benito Monfort, Valencia, 1847

domingo, 18 de octubre de 2015

UNA LUMBRE POR SAN LUCAS


La imagen ilustra el Missale secundum consuetudinen ecclesiae giennensis, conservado en el Archivo Diocesano de la Catedral de Jaén. Es de inicios del siglo XVI. Aparecen un labrador afanado en plena sementera y, al lado, un acompañante, sedente y arrimado a una fogata, cebada quizás con leña de lentisco o con unas ramas de majuelo. "En seco o en mojado, por San Lucas ten sembrado" decían y también "Octubre, echa pan y cubre". Hacia el día de San Lucas -evangelista y muy principal en la Corte de los Cielos- empieza a hacer frío y hay rastros de humo en el aire. No es casual que nuestros personajes estén arropados con sus sayos y tengan sus molleras bien abrigadas con gorras aunque, en esto de las vestimentas, hablo con incertidumbres y reparos por lo que les remito a la autoridad de Consuelo Sanz de Bremond.  Estos dos hombres estaban, eso lo tengo por cierto, en el campo bien temprano, cuando ya tardean las amanecidas y los  pájaros mañanean muy soliviantados y se buscan, muy atentos al voleo de las semillas, su sustento. ¿Son tordos o mirlos?. O, a lo mejor, son grajos o grajillas que- según los romanos que tanto sabían de labranzas y señales-  presienten las lluvias. 

martes, 13 de octubre de 2015

OCTUBRE DE 1792

Leo en un periódico de finales del XVIII -un siglo muy agrarista- una descripción del tiempo y de las labores agrícolas. Tiene la relación un tono horaciano, antiquísimo, que no dejará indiferentes a los aficionados al campo de antaño:

"En las provincias de Zamora, Toro, Burgos, Cataluña, Salamanca, y Galicia se han experimentado nortes fuertes, y lluvias; y estas an sido nocivas a los mayces. En las de Avila, Aragón, Guadalaxara,Valladolid, Soria, Asturias y Leon ha hecho un tiempo sereno y fresco favorable a la sementera. En la de Palencia se ha experimentado un temporal seco y árido. Generalmente hablando la estación es bastante varia; pero se prepara una buena sementera".  

Se vivieron años muy fríos en toda Europa. El orden de las estaciones y de los trabajos era el de siempre, pero ya -en 1792- nada era igual. 

Correo Mercantil de España y sus Indias, Jueves 11 de octubre de 1792

domingo, 11 de octubre de 2015

LOS LOBOS DE NAVALCARDO

Por la Virgen del Pilar llegaban los rebaños de las serranías de Cuenca y de Teruel a las majadas de Navalcardo. Tengo yo un recuerdo, viejo y muy venerado, de esos días de otoño en la dehesa de nuestros padres y abuelos. También del sonido de las esquilas, de la majestad de los mastines y de la vivacidad de los careas. No he vuelto a Navalcardo desde hace más de cuarenta años aunque no he dejado de recordar cada día, por una u otra razón, los tiempos vividos allí. Cada uno -pues esto nos pasa a todos- tiene su paraíso perdido. Días pasados tuve la fortuna de descubrir una serie de entrevistas realizadas a José Ramón Marín Hortelano en las que nos habla de lobos y de pastoreo, de caza y encinares y, también, de la gente de Sierra Morena. Son vivencias centradas en Navalcardo que se remontan, las más antiguas, a mediados de los años cincuenta del pasado siglo. Otras de tiempos anteriores proceden, con rigurosa veracidad, de familiares muy queridos y nunca olvidados. Las palabras de mi primo José Ramón Marín - profesor, cazador, criador de pondencos y hombre de bien- demuestran un conocimiento de las cosas del monte que no se aprende en los libros sino en lo vivido. También prueban una singular capacidad de observación que hacen de sus evocaciones un documento muy valioso para naturalistas, ganaderos, historiadores, cazadores, antropólogos y filólogos. Es admirable su dominio de las palabras relacionadas con el monte. Son términos desconocidos para la gente, olvidados ya, e imprescindibles cuando se habla de la sierra. El lobo es el argumento central de sus recuerdos. Estaba ahí, bien lo sabíamos, muy cerca de nosotros, aunque no lo veíamos. Estaba ahí desde siempre. Antes que, muchos siglos atrás, los grandes señores de la trashumancia abrieran cañadas, veredas y cordeles. No podía faltar este testimonio en un cuaderno dedicado a la España antigua.




MEMORIAS DEL LOBO EN SIERRA MORENA (NAVALCARDO 01) from SIECE on Vimeo.

domingo, 4 de octubre de 2015

DON ALFONSO O LA CONVENIENCIA DE LA TEMPLANZA


Don Alfonso de Vico, mozo soltero, vecino de Huelma, en Jaén, fue condenado por incontinencia en 1690 "a que sirbiese a Su Magestad quatro campañas en la parte donde elijiese dandole un año de termino para su prebencion". Supongo en don Alfonso una naturaleza rijosa, inmoderada e incorregible. Personas sensatas pensaron, no sin razón, que una temporada de vida campamental, en cualquier presidio lejano, y algún que otro hecho de armas, podrían apaciguarlo. La Justicia, sin embargo, se tomaba su tiempo y en 1694 todavía estaba Vico, joven libertino de pueblo, campando por sus respetos, aunque quiero creer que un poco más templado y un tanto menos soliviantado. Mal panorama acechaba al señorito con el suelo por cama, la pitanza mal sazonada, la galleta dura como peñones y la vida en almoneda, aparte de otros notorios inconvenientes del oficio castrense. Trataba de ajustar, el muy ladino, "la paga de otra persona [...] hasta ser cumplidas las dichas cuatro campañas". O lo que es lo mismo, que otro cumpliese por él la pena a cambio de una gratificación. Don Alfonso era un pájaro de cuenta.