domingo, 27 de octubre de 2019

GRANADAS


Las granadas me recuerdan a un tiempo viejo. Es una fruta de aparador en casa antigua, de frutero de tías venerables, de muchos años, de huerta con árboles ya sin hojas, en las tardes cortas con olor a humo. Decía don Rafael Ortega y Sagrista, caballero muy erudito de Jaén, y algo pariente mío por los Bonilla, los Toral y los Nieto, que la granada es fruto de invierno y de cuelga, es decir, apropiado para conservar atado a tomizas y espartos en terrados o cuartos fruteros, que deben ser estancias secas y bien ventiladas. Citaba él distintos tipos de granada. La enumeración al respecto es un verdadero tesoro: granadas albares, cajines, zafaríes, ciñuelas y de diente de perro o de Castilla, muy agrias y buenas para acompañar las migas. Las granadas zafaríes nos sugieren la vida de frontera, venturosa y arriesgada, a las ahumadas y cabalgadas del siglo XV. Seguro que los personajes de los romances fronterizos desgranaban granadas tafaríes cuando oteaban los horizontes en los portillos de mi tierra. Ortega y Sagrista rescata del pasado otra palabra, la tastana, nombre que recibe la membrana amarga y amarilla, que separa los gajos.

lunes, 14 de octubre de 2019

EL PRIOR DE LA ROCHELA Y LOS SECESIONISTAS (1642)

Pellicer recogió en sus avisos, correspondientes al cuatro de febrero de 1642, el viaje que hicieron unos catalanes que se levantaron contra Felipe IV en busca de alianzas con Francia y Portugal. Aquí, dice Pellicer, el duque de Braganza los despidió con buenas palabras y poco más, sin compromiso alguno por su parte. Alegó que las penurias del Reino y  sus cortos medios no daban para mucho. Bastante tenían con lo suyo. A la descaminada comitiva secesionista le fue peor, según la fuente citada, en Francia. Fueron a parar a La Rochela y el Prior de esta plaza, al conocer sus fines, les dijo lo que sigue:

 “que se espantaba que los catalanes teniendo tal generosidad del Rey como el de España, que quisiesen sujetarse a otro [el de Francia] que por la menor palabra ponia a los pies la mas principal cabeça y confiscaba sus bienes y tenia puestos tantos tributos que hasta de casarse y de enbiudar le pagaban y de los criados que despedian”.


No contaban con la simpatía del público en general pues “por las calles de La Rochela los llamaban traydores i lo mismo oyeron en Paris tanto que fue forçoso les pusiesen guardia y del Rey Cristianísimo no pudieron alcançar cosa”.

martes, 1 de octubre de 2019

EN EL CASINO DE EL CENTENILLO


En Retablo de la Vida Antigua ya hemos tenido la alegría de citar el libro de Luis García Sánchez-Berbel dedicado a El Centenillo*. Hay una espléndida descripción del casino de este honrado pueblo que el que esto escribe recuerda haber visitado a finales de los sesenta e inicios de los setenta, ya muy en decadencia, camino de la familiar dehesa de Navalcardo. El casino contaba con unos urinarios, y perdonen ustedes por detalle tan poco fino, majestuosos, creo yo que poco menos que eduardianos que bien podrían haber estado instalados en el Royal Albert Hall de Londres. Cuando El Centenillo estaba en pleno esplendor, por la actividad minera, el casino contaba con una notable biblioteca y un salón de juego decorado con diferentes trofeos de caza, entre los que se contaban lobos, jabalíes, ciervos, zorros, águilas, búhos, mochuelos y jinetas. Este alarde de taxidermia no escandalizaba a nadie en aquellos tiempos. Desconozco si se caldeaba con chimenea o estufa de leña. Entre los asiduos al círculo, el autor menciona a un personaje apodado “El Sordo” que al grito de “¡Viva la Guerra!”, como si fuese correligionario de Marinetti, entró a caballo en el salón del establecimiento tras subir, con destreza, cuatro dificultosos escalones. Otro socio era Manolo “El Pelón” que, por ciertas diferencias, descargó su pistola contra un rival aunque, gracias a Dios, sólo le chamuscó la sien, con la lógica combustión capilar. El autor del pistoletazo fue procesado y, además de la pena correspondiente, obligado a pagar el arreglo de la patilla chamuscada en la barbería local.
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*Un pueblo andaluz y minero, 1993.