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SEÑORITAS DE PUEBLO

Carlos Arniches en Los caciques , publicada o representada en 1920, menciona, con unción y afecto, a las señoritas de pueblo. Dos personajes, Cristina y Alfredo, conversan. La primera reconoce no ser más que una señorita de pueblo a lo que Alfredo responde: “La señorita de pueblo siempre me ha inspirado a mí una viva simpatía”, y continúa: Cuando en mis viajes he visto paseando por los andenes de las pequeñas estaciones, esos grupos de muchachas cogidas del brazo, me ha parecido siempre adivinar en la mirada de sus ojos dulces el cansancio de la vida monótona, y es su triste sonrisa el anhelo de una existencia mejor. ¡Con qué resignada melancolía miraban alejarse el tren!...A mí, te digo, que me daban ganas de cogerlas a todas en un puñado y llevarlas a otro mundo, y a otra vida que valiese la pena de vivirse, fuera de aquel estrecho ambiente pueblerino, egoísta y brutal, que sólo ellas encantaban con el hechizo de su juventud. Creo que ya no hay señoritas de pueblo. Los personajes y l...

LAS MINAS DE ALMADÉN O EL INFIERNO EN VIDA

  Comenzaron a explotarlas los Fúcar en el siglo XVI. La falta de trabajadores para las minas de azogue de Almadén se suplió con condenados a galeras y a presidio. Así fue hasta 1801. De todo había, pero no todos habían cometido delitos atroces. Hay razones para pensar que eran el infierno en vida. El vestuario de los presos, según las ordenanzas de 31 de enero de 1735, se componía de una casaquilla colorada, una chupa y calzones, todo confeccionado con paño de Torremilano. La dieta diaria de los esclavos o forzados , así se les llamaba, que trabajaban en la mina o realizaban trabajos duros consistía en tres libras de pan, dos cuartillos de vino y una libra de carne. A los destinados a las herrerías y otras tareas, consideradas menos penosas, y a los convalecientes, se les suministraba una “comida menor”, limitada a dos libras y media de pan, cuartillo y medio de vino y una libra de carne. Los enfermos y los exhaustos recibían una alimentación más variada: una libra de pan, tres c...

AULAGAS

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Las aulagas alegran las tardes de febrero. Tienen un color de librea de escudero o, si se quiere, de disfraz o disfrace, como decían en el siglo XVI, de carnaval. Pasear cerca de una ladera de aulagas levanta el ánimo y presagia el final del invierno. Si en la distancia, alborotan las perdices, ya lo tenemos todo. Estas plantas de flor amarilla -no sólo las aulagas sino también las retamas y genistas- tienen muchos nombres. En algunos casos se intuye su razón de ser pero en otros son un puro enigma. Unos, como montesina o marigüela, parecen de romance muy viejo o de pliego de cordel, de los que narraban crímenes, ajusticiamientos y grandes amores;  otros nombre, mencionan al santo de la estación, como yerba de san Blas , amigo de cigüeñas y sanador de gargantas. Por el color, la aulaga es también conocida, alegremente, como canario o canariera. Hay muchas denominaciones más: hallada, eulalia, santa jaulaga, abulaga, argoma, ulagino, cascaula, aulaga diente de perro, archilaga, arde...

POBRES VERGONZANTES O MORIRSE ENTRE CUATRO PAREDES

El pobre vergonzante es, según el Diccionario de Autoridades (1737) "la persona, que por su calidad y obligaciones no puede pedir limosna de puerta en puerta: y lo hace de modo que sea con el mayor secreto possible". Pérez de Herrera en su Amparo de pobres decía, a finales del siglo XVI, que esta pobretería, movida por una necesidad extrema, llegaba a abandonar sus lugares de origen e iba por otras tierras en busca de limosna "porque en las suyas tendrán algunos verguença de andar mendigando , y antes se dexaran morir que pedirlo, por lo poder ganar por sus inutilidades y serían muy afrentados y vituperados de sus deudos, pareciendioles que los deshonran en mendigar por sus puertas" y, además, "por ser honrados, y averse visto en algún descanso y bien, no quieren descubrir sus necesidades, mendigando de puerta en puerta, que son en mucho número, y de gran necesidad, muy dignos de ser socorridos". Estos pobres vergonzantes le quitaban el sueño al obispo d...

LAS ESTEPAS DE ESPAÑA

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  Don Eduardo Reyes Prósper (Valencia, 1860 - Madrid, 1921) fue catedrático de la Universidad Central de Madrid.  En 1915 publicó, a expensas de la Casa Real,  Las estepas de España y su vegetación  (Sucesores de Rivadeneyra, Paseo de San Vicente, núm. 20, Madrid), una obra dedicada a Alfonso XIII "como iniciador y protector de los estudios esteparios españoles".   Reyes Prósper recorrió las estepas españolas, más de 72.000 kilómetros cuadrados que, afirmaba, atesoraban "manantiales de riqueza" y que antaño estuvieron cultivadas o cubiertas de bosques. En su obra, además de su indiscutible valor científico, hay un marcado espíritu regeneracionista. Denuncia, con dolor, la apatía nacional ante estas grandes extensiones incultas y yermas, capaces de sostener millones de cabezas de ganado y que sólo mantenían algunos rebaños "que se crían casi en estado cimarrón". Un suelo baldío, decía, que producía escasa riqueza, mucha pobreza y pocos o ningunos soldados. ...

CASAS DE CONVERSACIÓN

  Tenemos una imagen equivocada del Barroco español. No todo eran calaveras, bayetas negras y agoreras meditaciones sobre las postrimerías. Las comedias, las zarzuelas, el rasgueo de las vihuelas, los toros y cañas, las luminarias y los fuegos artificiales también fueron parte de nuestro gran siglo XVII. La necesidad de oxigenar la vida no es monopolio de ninguna época. Tampoco las ganas de hablar que no faltaban a los españoles de entonces. Calderón menciona, en su También hay duelo en las damas las gratas noches de invierno “en buena conversación”. Los caballeros del siglo XVII se reunían en las llamadas casas de conversación.   Allí se departía, se celebraban ocurrencias, se chismorreaba, se despellajaba al prójimo, se diseccionaban linajes, se celebraban concursos para resolver charadas y demás pasatiempos. También se organizaban rifas de guantes, baratijas, medias y hasta de bebidas y alimentos selectos. Además, por supuesto, los asiduos se entregaban al naipe aunque de u...

EL AÑO DEL DILUVIO

1 626 fue llamado el Año del Diluvio por sus lluvias furiosas. En Sevilla se padecieron muchas desgracias y grandes desastres. Los temporales comenzaron el 17 de enero, al día siguiente de san Antonio Abad,  y no pararon hasta el 20 de febrero. El 24 de enero, a las doce de la noche, se desbordó el Guadalquivir.  Causaba espanto el rugido del agua y del viento. Desde los barcos, avisaban a los vecinos para que, con premura, subieran a las estancias altas de las casas si tenían en algo la vida. Los que escapaban –decía Rodrigo Caro-  gritaban: “¡Que se aniega la ciudad! ¡que se aniega la ciudad!”.  Un comentarista anónimo escribió que era “tan grande [el] estruendo y [el] ruido, que parecía que era el Diluvio general, y que era la fin del mundo”. Desde embarcaciones socorrían a los que estaban en mayor peligro. Hubo muchos actos de valor pero también infamias y pillaje. Se tocaban las campanas sin pausa y “en la oscuridad y tristeza de la noche, todo junto formaba un ...