Entradas

LAS ESTEPAS DE ESPAÑA

Imagen
  Don Eduardo Reyes Prósper (Valencia, 1860 - Madrid, 1921) fue catedrático de la Universidad Central de Madrid.  En 1915 publicó, a expensas de la Casa Real,  Las estepas de España y su vegetación  (Sucesores de Rivadeneyra, Paseo de San Vicente, núm. 20, Madrid), una obra dedicada a Alfonso XIII "como iniciador y protector de los estudios esteparios españoles".   Reyes Prósper recorrió las estepas españolas, más de 72.000 kilómetros cuadrados que, afirmaba, atesoraban "manantiales de riqueza" y que antaño estuvieron cultivadas o cubiertas de bosques. En su obra, además de su indiscutible valor científico, hay un marcado espíritu regeneracionista. Denuncia, con dolor, la apatía nacional ante estas grandes extensiones incultas y yermas, capaces de sostener millones de cabezas de ganado y que sólo mantenían algunos rebaños "que se crían casi en estado cimarrón". Un suelo baldío, decía, que producía escasa riqueza, mucha pobreza y pocos o ningunos soldados. ...

CASAS DE CONVERSACIÓN

  Tenemos una imagen equivocada del Barroco español. No todo eran calaveras, bayetas negras y agoreras meditaciones sobre las postrimerías. Las comedias, las zarzuelas, el rasgueo de las vihuelas, los toros y cañas, las luminarias y los fuegos artificiales también fueron parte de nuestro gran siglo XVII. La necesidad de oxigenar la vida no es monopolio de ninguna época. Tampoco las ganas de hablar que no faltaban a los españoles de entonces. Calderón menciona, en su También hay duelo en las damas las gratas noches de invierno “en buena conversación”. Los caballeros del siglo XVII se reunían en las llamadas casas de conversación.   Allí se departía, se celebraban ocurrencias, se chismorreaba, se despellajaba al prójimo, se diseccionaban linajes, se celebraban concursos para resolver charadas y demás pasatiempos. También se organizaban rifas de guantes, baratijas, medias y hasta de bebidas y alimentos selectos. Además, por supuesto, los asiduos se entregaban al naipe aunque de u...

EL AÑO DEL DILUVIO

1 626 fue llamado el Año del Diluvio por sus lluvias furiosas. En Sevilla se padecieron muchas desgracias y grandes desastres. Los temporales comenzaron el 17 de enero, al día siguiente de san Antonio Abad,  y no pararon hasta el 20 de febrero. El 24 de enero, a las doce de la noche, se desbordó el Guadalquivir.  Causaba espanto el rugido del agua y del viento. Desde los barcos, avisaban a los vecinos para que, con premura, subieran a las estancias altas de las casas si tenían en algo la vida. Los que escapaban –decía Rodrigo Caro-  gritaban: “¡Que se aniega la ciudad! ¡que se aniega la ciudad!”.  Un comentarista anónimo escribió que era “tan grande [el] estruendo y [el] ruido, que parecía que era el Diluvio general, y que era la fin del mundo”. Desde embarcaciones socorrían a los que estaban en mayor peligro. Hubo muchos actos de valor pero también infamias y pillaje. Se tocaban las campanas sin pausa y “en la oscuridad y tristeza de la noche, todo junto formaba un ...

LA MUERTE MEDIEVAL DEL REY DON FERNANDO

  Fernando Magno, rey de León, se sintió morir, cuando guerreaba en Valencia en el otoño de 1065. Decidió que era hora de volver a León. Tras un largo viaje en el invierno medieval, llegó el veinticuatro de diciembre de ese año. No lo esperaban palacios ni campamentos sino la sepultura. Esa nochebuena estuvo la iglesia de San Isidoro  iluminada por candelas, oraciones, cánticos y solemnidades mozárabes. Amaneció el día de Navidad, el Rey oyó misa y comulgó en las dos especies, como hacían los seglares del siglo XII. En brazos de sus fieles, volvió a palacio. Los que poco tiempo antes meneaban las armas y vestían lorigas llevaban a su Rey, muriéndose a chorros, ligero como pavesa al viento. Durante los dos días siguientes, Don Fernando se preparó a bien morir. El tránsito debía hacerse de manera pública, serenamente, sin veladuras, improvisaciones ni ocultaciones, ante todos. Así era la muerte medieval Así era la muerte medieval y así ha sido hasta no hace tanto. Volvió el Rey ...

CARTAS CAÍDAS DEL CIELO

Hubo un tiempo en el que se enviaban cartas desde el Cielo. Una de éstas, "a nombre de Cristo", llegó hasta Vincencio, obispo de Ibiza en el siglo VI. La consideró tan verdadera que la hizo pública en el púlpito para general conocimiento y asombro de los fieles. Recoge el caso Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles que, además, menciona otros ejemplos de comunicación epistolar desde las alturas como la carta del Redentor a Abgaro de Edessa y otra que decían remitida por la Virgen a los ciudadanos de Messina. Todos estos prodigios y extravagancias fueron muy del gusto de la época, saturada de herejías y, en particular, de los gnósticos, aunque, según don Marcelino, la carta difundida por el obispo de Ibiza parece más obra de un cristiano muy influido por el fariseísmo, por su especial insistencia en respetar los domingos y en cumplir con ciertos rituales alimentarios. No hay que pensar que todos creían en estas historias y fantasías. La Iglesia ha sido sie...

"SI JUSTICIA OVIERA EN EL MUNDO" (DEL HIJO DE UN MÉDICO CONFESO)

El licenciado Juan de Carmona, vecino de Montilla, era médico y confeso. Hacia 1575 el Santo Oficio procedió contra su hijo, llamado Antonio de Silva. Por el apellido parece que era de origen portugués. En una conversación, "tratando de conversos", dijo: "si justicia oviera en el mundo que el Papa, Rey, obispos y arzobispos avian de ser confesos, más que andava el mundo al revés y que lo mejor que el Rey tenía era traer una brizna". No le faltaba orgullo de casta a Antonio de Silva y no siempre se podía estar callado. Aunque las paredes oyesen. Respecto a la brizna de sangre judía de Felipe II, debía de referirse al linaje de Doña Juana Enríquez, madre de Fernando el Católico. Era asunto conocido en aquellos siglos. Alguien escuchó esta afirmación y fue denunciado. Desconozco cómo acabó todo.

NOMBRES DE LOS SIGLOS IX Y X

Imagen
Imagen: CC. Biblioteca Nacional de España. Leo una conferencia de fray Justo Pérez de Urbel* sobre los que, en el siglo IX, abandonaron sus refugios del norte de España y se lanzaron a la peligrosa empresa de repoblar Castilla. Fueron, en palabras del historiador, los más audaces, espíritus inquietos y aventureros, hombres libres, muchos de ellos monjes, que con la espada, el azadón y el arado, erigieron sus chozas y sus oratorios en los valles para cultivar y defender tierras que no eran de nadie. Recoge fray Justo algunos de sus nombres. No se pueden leer sin cierta emoción pues ahí está el origen de Castilla y, con ella, de España. Uno de estos hombres fue el abad Vitulo, hijo de un guerrero llamado Levato. A su paso -y al de sus juniores, antiguos siervos convertidos en compañeros de aventura o gasalianes, huéspedes y peregrinos- nacieron villas, iglesias y monasterios. De ese tiempo es Lupino, el primer notario castellano, q...