CARTAS CAÍDAS DEL CIELO

Hubo un tiempo en el que se enviaban cartas desde el Cielo. Una de éstas, "a nombre de Cristo", llegó hasta Vincencio, obispo de Ibiza en el siglo VI. La consideró tan verdadera que la hizo pública en el púlpito para general conocimiento y asombro de los fieles. Recoge el caso Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles que, además, menciona otros ejemplos de comunicación epistolar desde las alturas como la carta del Redentor a Abgaro de Edessa y otra que decían remitida por la Virgen a los ciudadanos de Messina. Todos estos prodigios y extravagancias fueron muy del gusto de la época, saturada de herejías y, en particular, de los gnósticos, aunque, según don Marcelino, la carta difundida por el obispo de Ibiza parece más obra de un cristiano muy influido por el fariseísmo, por su especial insistencia en respetar los domingos y en cumplir con ciertos rituales alimentarios. No hay que pensar que todos creían en estas historias y fantasías. La Iglesia ha sido siempre, con toda razón, muy desconfiada y cauta ante prodigios, arrobos, estigmas, levitaciones, milagros y milagrerías. Como dijo Camilo José Cela en una ocasión: los milagros existen pero dentro de un orden. Además, no le cabía en la cabeza a Liciniano, obispo de Cartagena, que Vincencio diese por verdadera una carta tan mal escrita. En las secretarías de los cielos, pensaría, se harían las cosas con más estilo y no así, de manera tan deslavazada. Liciniano, aunque supongo que no por esta opinión, fue desterrado por Leovigildo y llegó hasta Constantinopla donde murió envenenado.

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