jueves, 17 de mayo de 2018

RAYOS DE METAL Y TREMENDISMO BARROCO

Sor Martina de los Ángeles y Arilla, fue una monja aragonesa, que vivió entre  1573 y 1638. Antes de tomar estado como religiosa "buscaba cuerdas para disciplinarse". Pasado el tiempo, esto le parecía poco y "algo mas crecida usó de cadenas que llevaba ceñidas a la carne; de rallos de metal, ajustados al pecho, con que se atormentaba, y afligia sin piedad". Después, ya en la vida conventual, se hizo de otros artilugios espantosos y se aplicaba unas mortificaciones que "se erizaban solo de oirlas las religiosas". Sus hermanas de orden y claustro, imagino, estarían acostumbradas a asperezas de toda naturaleza, pero lo de sor Martina debía de sobrepasar lo conocido por ellas. Así lo recogió fray Andrés de Maya, en la hagiografía que escribió sobre la monja y que se publicó en Madrid, imprenta de Juan de Villanueva, en 1712. No caigamos, sin embargo, en intepretaciones grotescas, propias de folletín anticlerical, subido de tono y de mal gusto. La mentalidad de sor Martina parece precursora de las extravagancias devocionales y excesos barrocos que tanto proliferaron en el siglo XVII y en buena parte del XVIII.

lunes, 7 de mayo de 2018

ESTRADOS

El Diccionario de Autoridades (1739),  definía el estrado como “el conjunto de alhajas que sirve para cubrir y adornar el lugar o pieza en que se sientan las señoras para recibir las visitas que se compone de alfombra, taburetes o sillas bajas”. Existía también la costumbre de que las mujeres se sentasen a la morisca, sobre grandes cojines. Cuando la estación lo requería, el suelo se recubría de esteras de junco como las que había, según Galdós, en Palacio, en la antecámara de las habitaciones de Fernando VII. Al entrar el otoño, las salas se recubrían de tapices. En el Entremés de la hidalguía, de Francisco de Monteser (1620-1668), se menciona el estrado como estancia propia de señoras principales. Trata la obra sobre un casamiento desigual entre una hidalga y un labrador rico. No debieron de ser raros en la España del siglo XVII y XVIII. El autor defendía, con criterios muy conservadores, que cada uno enlazase con los de su estado y se evitasen confusiones estamentales que no traían nada más que suspicacias, desabrimientos y desdenes. La hidalga exigía, para el mantenimiento de su rango y lustre, contar con dueña, esclava, enana, monillo, chocolate, tocador y, por supuesto, estrado para recibir visitas de cumplido y merendar en honesta conversación.

jueves, 3 de mayo de 2018

AMARGAS DULZURAS



"Acá en este mundo cien mil desventuras,
cuidados, fatigas, trabajos y daños,
robos y muertes, maldades, engaños,
passiones, tormentos, pesares, tristuras,
plazeres amargos, amargas dulçuras,
descontentamientos y desesperanças,
falsas firmezas de varias mudanzas,
deleytes que cuestan cien mil amarguras"

Juan del Enzina, "A la dolorosa muerte del Príncipe Don Juan, de gloriosa memoria, hijo de los muy católicos Reyes de España, Don Fernando el quinto, y Doña Ysabel, la tercera desde nombre" (465-472)