lunes, 7 de mayo de 2018

ESTRADOS

El Diccionario de Autoridades (1739),  definía el estrado como “el conjunto de alhajas que sirve para cubrir y adornar el lugar o pieza en que se sientan las señoras para recibir las visitas que se compone de alfombra, taburetes o sillas bajas”. Existía también la costumbre de que las mujeres se sentasen a la morisca, sobre grandes cojines. Cuando la estación lo requería, el suelo se recubría de esteras de junco como las que había, según Galdós, en Palacio, en la antecámara de las habitaciones de Fernando VII. Al entrar el otoño, las salas se recubrían de tapices. En el Entremés de la hidalguía, de Francisco de Monteser (1620-1668), se menciona el estrado como estancia propia de señoras principales. Trata la obra sobre un casamiento desigual entre una hidalga y un labrador rico. No debieron de ser raros en la España del siglo XVII y XVIII. El autor defendía, con criterios muy conservadores, que cada uno enlazase con los de su estado y se evitasen confusiones estamentales que no traían nada más que suspicacias, desabrimientos y desdenes. La hidalga exigía, para el mantenimiento de su rango y lustre, contar con dueña, esclava, enana, monillo, chocolate, tocador y, por supuesto, estrado para recibir visitas de cumplido y merendar en honesta conversación.

4 comentarios:

  1. Seguro que sentándose en estos estrados más de una tuvo que hacer malabarismos para poder levantarse de nuevo. Escenas jocosas se darían entre las damas que se reirían de esta o de aquella por su poco estilo a la hora de ponerse en pie. Y es que debía de ser muy incómodo.
    Un saludo

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    1. Son situaciones que, sin duda, se darían como bien indique usted. Imagine lo que sería con afecciones reumáticas y demás achaques.
      Mil gracias, doña Carmen.

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  2. Los estrados. Ese espacio tan íntimo. Donde las mujeres realizaban sus labores, leían. Recibían a sus amistades más íntimas, para charlar o tomarse un chocolate.

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    1. El chocolate no podía faltar. Es verdad.

      Mil gracias, doña Consuelo.

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