jueves, 30 de junio de 2016

EL VIAJE ALEMÁN DEL CONDE DE LAS ALMENAS


La vida en el balneario de Spa era elegante pero un poco monótona. Muchos aristócratas españoles pasaban allí la temporada estival. A veces, según un cronista de la época, la alameda de Sept-heures parecía El Retiro o la Casa de Campo. Transcurrían sus días entre excursiones campestres -con meriendas muy bien servidas- bailes, conciertos en el Casino y funciones de teatro. Al parecer, la prohibición de la ruleta, si bien salvó a muchos de la ruina, trajo consigo cierto decaimiento en la estación termal. Con o sin ruleta, imaginamos al conde de las Almenas un poco harto de la vida de balneario. Su carácter inquieto y curioso se ahogaba entre las aguas medicinales y las de aquel lluvioso verano de 1880. Para romper con el tedio, decidió viajar por Austria y Alemania.

En Berlín lo esperaba el conde de Benomar, embajador de España. Pocos podían introducirlo mejor entre las elites prusianas. El 18 de agosto escribía desde allí una carta a La Época* en la que Almenas manifestaba sin reservas su entusiasmo por Alemania. Es, quizás, una prueba de la incipiente germanofilia de ciertos círculos conservadores españoles. Nuestro conde quedó deslumbrado por Berlín. El oro ganado a Francia había financiado la construcción de una capital imponente, con grandes espacios urbanos y majestuosos monumentos. Sentenciaba: "quince años han bastado para que la Prusia haya realizado sus propósitos de engrandecimiento, paseando triunfante por el Continente el águila de su bandera". Alemania era un ejemplo para él por la eficiencia de su administración, por el culto a la disciplina, al orden y al mérito, también por la rectitud y sencillez de sus ciudadanos. El sentido de lo público se manifestaba en el cotidiano ejercicio de las virtudes cívicas. Admirábase Almenas ante la ausencia de recomendaciones y arreglos personales: "aquí no puede comprenderse que los destinos se tengan por favoritismo político, ni se explican las posiciones improvisadas [...] no se conoce la política de las personalidades, que todo lo mata y envenena; aquí se tiene un profundo respeto al talento y al mérito". Almenas sabía de lo que hablaba e inevitablemente comparaba tal situación con la de la España de su tiempo. Venía a decir, sin expresarlo de manera tajante, que no había enchufados ni caciques en Alemania. Este contraste se mostraba en el Ejército: "aquí no se comprende un general que entienda en política ni que se ocupe de ella. El gran Moltke, jefe del estado mayor de los ejércitos imperiales, tiene sus antesalas libres de pretendientes, que considerarían la mayor de las locuras poner en juego sus influencias para obtener un destino" y declaraba: "el mariscal no se ocupa más que de sus soldados". Con todo, el peso del Ejército era notorio: "Berlín está lleno de soldados" y "constantemente en movimiento siendo a su paso por las calles objeto de admiración y respeto". Había, sin embargo, gran actividad política en la prensa, en la vida social  y en las instituciones pero siempre buscando el bien del Estado, el interés público y con la indiscutible lealtad hacia "su respetable y anciano Emperador". El conde de las Almenas, conservador notorio, afirmaba ante los también conservadores lectores de La Época: "así se hacen los pueblos fuertes y poderosos, y sólo así son respetados y temidos". Hay en su escrito elogios a Bismarck y se sentía, además, orgulloso del respeto que inspiraba Cánovas en los altos círculos alemanes en los que se consideraba al Pártido Conservador como la única opción razonable de gobierno en España. Muy orgulloso decía: "he visto con grandísimo placer (porque soy español antes que todo) que estos hombres políticos y eminencias militares tienen de nosotros idea mucho más elevada que la que tenemos de nosotros mismos."
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La Época, 23-8-1880

domingo, 12 de junio de 2016

EL DÍA EN QUE FRANCISCA ENTRÓ EN EL MUNDO


Cuatro años tenía Francisca, hija de Alonso Rodríguez y de María de la Cámara. Cuatro años cuando entró a servir, en 1636, en la casa de su tío Cristóbal Rodríguez de Moya. Era de Torredonjimeno y a Jaén la llevaron sus padres. Al pasar el zaguán, Francisca no sabía que allí permanecería, si Dios no disponía otra cosa, los siguientes dieciséis años. Después ya se vería. Incierta era la vida para saber lo que vendría con el tiempo. Los padres recibirían 2.000 maravedíes por año. Una paga que, sin ser mucha, era superior a la habitual, dada su relación familiar, pues "sigún la costumbre que se tiene de ganar las mozas de serbicio, no se les dé más de hasta tres ducados cada año". También recibiría vestido, manutención y todo lo necesario, correspondiente "a su hedad, estado y calidad". Nunca sabremos si se despidieron de ella con alivio o con pena. Ese día, sin saberlo, Francisca -cuatro años, pariente pobre, hija de Alonso y de María- entró en el mundo. Aquí comenzaron los quehaceres de la niña. Al principio muy pocos. Después barrería, limpiaría vidriados, bruñiría el cobre, despabilaría velones, acompañaría a misa a su tía y, con el buen tiempo, ayudaría a desesterar las estancias. Así, como sin darse cuenta, vería pasar tras los cristales los lentos días del siglo XVII.

miércoles, 8 de junio de 2016

EXVOTOS


 "Que si andamos, les ofrezcamos las muletas de cuando estuvimos agravados y tullidos con pobreza; si escapamos de trabajos, les vamos a sacrificar la mortaja que la fortuna nos tenía cortada, cirios y figuras de cera, declarando ser el milagro suyo, y colguemos en su templo las cadenas con que salimos a puerto del cautiverio de nuestras miserias." (Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, 1599 )

jueves, 2 de junio de 2016

HOTELES ISABELINOS.



En la Guía oficial de los viajeros en los caminos de hierro, vapores y diligencias (Imprenta de La Iberia, Madrid, 1865) se incluyen varios anuncios de fondas y hoteles de Madrid y del extranjero. Comencemos con los de Madrid y, en particular, con el Hotel de Francia, ubicado en la calle del Carmen, 30, y a cargo de Bautista Landarreche. En el anuncio se destacaba su centrica posición, cercana a la Puerta del Sol y también que "la cocina está dirijida a la francesa y a la inglesa", con mesa redonda a las seis de la tarde y restaurant en la planta baja. La mesa redonda -de la que Josep Pla da cuenta en su Viaje en autobús- consistía en un servicio de comedor en el que los clientes comían juntos y en buena compañía sin que, en principio, tuviesen relación familiar o de amistad. El restaurante o restaurant, que es el término utilizado, era -o pretendía ser- de más empaque y los comensales se distribuían en mesas individuales. Otro establecimiento anunciado es el Gran Hotel-Restaurant de Embajadores, calle de la Victoria 1, en la casa de la célebre Fontana de Oro. Todavía
retumbaban los discursos de los más arrebatados próceres liberales pero, al margen de cuestiones políticas, en la guía nada se habla de vivas ni mueras y, en cambio, se encomiaban sus "grandes y elegantes habitaciones para familias" con vistas a la Carrera de San Jerónimo y a la Puerta del Sol. Se ofrecían, además, habitaciones para una o dos personas "adornadas con lujo" y otras interiores, supongo que más austeras, para clientela de menos caudales o, sencillamente, más ahorrativa. A las seis de la tarde había mesa redonda al elevado precio de 20 reales el cubierto. En 1865, el hotel estaba enfrascado en reformas para ponerlo a la altura de los mejores de Europa "hermanando el buen servicio con economía con la comodidad, economía y lujo". Del Hotel de las Cuatro Naciones, en la calle del Arenal, 19 y 21, se destacaba su cocina francesa, con un restaurant en la planta baja. Era propiedad de Simón y Compañía. El Hotel Villa de Madrid, calle de Juan de Andas, 12, en la Casa Grande de las Columnas, contaba con alimentos bien condimentados "con primor y aseo" y un servicio con "agrado y esmero". Era regentado, con todo celo, por su dueña, doña Carmen Galán. Lo del agrado era fundamental y lo de la pulcritud también. Nada más penoso que las impertinencias, los malos modos y la cochambre. Más modesta, al menos en apariencia, era la casa de huéspedes de doña Eusebia de Costa. Estaba en la calle de Peligros, número 3, pisos segundo y tercero. Se había fundado hacia 1835 y era un establecimiento "frecuentado por familias distinguidas de España y del estranjero". Los alojados podían asomarse alegremente, desde sus habitaciones, por cierto muy bien amuebladas, a las calles de Alcalá, Aduanas y Peligros. Esta acreditada casa de huéspedes, decía el anuncio, "cuenta con criados inteligentes", lo que siempre aliviaba pues es de todos sabido que nada hay más peligroso -ni más malo- que un necio. Bajo el techo de doña Eusebia no se toleraba la chabacanería y se destacaba que "el trato es esmerado, poniendo su dueña especial cuidado en complacer a sus favorecedores". Contaba con servicio de lavandería y repaso de la ropa, además de la consabida mesa redonda, todo a unos precios no ya razonables sino "extremadamente moderados". Si yo hubiese acudido al Madrid isabelino, a tomar posesión de un destino, a visitar al conde de las Almenas o como diputado a Cortes por Jaén, es muy posible que hubiese elegido una casa de huéspedes tan concertada y decente. La Fonda de Bossio estaba situada en la calle Duque de Zaragoza, con fachadas al Paseo de la Reina y a Alicante, se declaraba que "su elegancia y buen trato son las mejores recomendaciones de este establecimiento". Tenía mesa redonda a las diez y a las cinco. No debemos pensar que por llamarse fonda era lugar de poca categoría, comparable a una posada de trajinantes, estudiantes pobres, menestrales y arrieros.
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*Ilustración: BNE CC.