viernes, 24 de abril de 2020

MARIDILLOS

En los siglos XVII y XVIII había mujeres, para soportar los fríos, se ponían bajo las faldas unos hornillos de barro con una rejuela que recibían el jocoso nombre de maridillos. En vez de ascuas llevaban, en su interior, una pieza de hierro que se calentaba previamente al fuego. Así se evitaban accidentes e incomodidades con los tizones. En realidad, con tan sencillo ingenio, guardainfantes y tontillos y demás vestuario acampanado, hacía las funciones de la castiza mesa camilla en los fríos inviernos barrocos. Todo esto lo escribo al leer, en esta tarde de clausura -como fraile travieso castigado en cárcel episcopal- una relación de precios de 1622 en la que se indica: “maridillos ordinarios,  seys maravedis”. Se labraban en Alcorcón y se vendían en muchas partes del Reino.

miércoles, 15 de abril de 2020

NADIE TENÍA DINERO

En los tiempos antiguos lo normal era ser pobre. No mísero, que tampoco era raro, sino nada más que pobre. En unas épocas más que en otras. Fueron muy malos, de estar a dos velas, los años del siglo XVII. España, la verdad sea dicha, fue poderosa pero nunca rica. Ricos eran los holandeses pero no los españoles. Aunque campeamos invictos por Europa durante más de siglo y medio, aquí nunca estuvimos muy sobrados de mercaderías, abastos y reales. Azorín reflexionó al respecto. Contaba como una gitanica entró en la casa de un personaje principal de la villa de Madrid. Cantó, bailó e hizo sus gracias ante la familia del caballero. Al terminar, lo suyo era agasajarla con una propina pero, quién lo diría, nadie tenía un real en la faltriquera. Ni la señora de la casa, ni el escudero, ni las criadas a las que se les pidió prestado. Llegó el caballero a sus casas, teniente en el Cabildo -no se indica si lo era del corregidor, del alcalde mayor o de otro oficio-y tampoco tenía un maravedí. Esto, afirma Azorín, “sucedía en casi todas las casas españolas del siglo XVII. Nadie tenía dinero”. El que esto escribe lo ha podido comprobar en el caso de Jaén, en el mismo siglo: su concejo con las arcas con más borra que reales y, los pocos que había, de vellón. Lo tratos y los pagos se efectuaban con unas pobres monedas reselladas, mal acuñadas, maltrechas de las que todos se querían desprender. La plata desapareció de la circulación y las rentas se cobraban, al menos en parte, en especie. Y no por apego a las viejas costumbres o por nostalgia señorial o señal de vasallaje sino por la pérdida de valor de la moneda adulterada. Los caballeros del Cabildo se vieron con sus salarios, que no eran gran cosa, embargados y no faltó algún título de Castilla que pidió licencia al Rey para liberar bienes vinculados. El reconocimiento de la propia pobreza no era motivo de vergüenza. También en esto nos diferenciábamos de los holandeses y en esto para bien. Era la tradición católica entreverada en un orgullo de raíz aristocrática y extendido a las clases populares, que no veía en la pobreza motivo de deshonra ni, menos todavía, de la desaprobación divina.