domingo, 25 de octubre de 2020

EL ANILLO EN LA MANO O CUANDO LOS CAMPOS ALBERGABAN MILAGROS, PRODIGIOS Y AVENTURAS

El Padre Francisco de Bilches, jesuita y rector del Colegio de San Ignacio de Baeza, escribió a mediados del siglo XVII, Santos y santuarios del Obispado de Jaén y Baeza. En esta obra leemos la vida de santa Eufemia. Defiende el autor, frente a otros estudiosos y hagiógrafos, que la Santa era natural de Cástulo, población cercana a Linares, famosa por sus minas desde muy antiguo, y no muy alejada de Baeza. Al tratar sobre la familia de la Santa, que vivió en los tiempos de las persecuciones romanas, Francisco de Bilches no puede evitar describirla con los rasgos que constituían las familias de lustre del siglo XVII. Él, cosa que a todos nos pasa, escribe como veía el mundo. Así, sus padres eran de linaje noble y cristianos “y como ellos eran, así salió la hija”. Llevaba Eufemia una vida decorosa y, sin caer en rasgos precoces de devoción, que se sepa, se dedicaba “sin hazer caudal de la abundancia de su casa […] cosas de manos por su voluntad, que no es bien que estén ociosas las señoras, sino es cuando la devoción las retira del trabajo”. Cuando llegó “a los años de discreción”, tendió a mostrar cierto desprecio a las galas y regalos que, según opinión del jesuita, son muy gratos a las mujeres. Al ser mayor de edad, se aficionó a la oración “arma ofensiva y defensiva contra las adversidades de esta vida” y, en busca de soledad y recogimiento, se retraía a las estancias apartadas para orar. Una vez más, encontramos vivencias propias el siglo XVI o del XVII aplicadas a la mentalidad religiosa del primer cristianismo.  Llegaron días siniestros y la religiosidad de santa Eufemia se fortaleció en la persecución y el ejercicio clandestino de la fe y las virtudes cristianas. Al final, fue apresada por un pagano con mando en plaza llamado Apeliano. Éste, trató de persuadirla para que retornase a la vieja religión romana, que era lo que le correspondía, según él, por su origen patricio y que abandonase el cristianismo que era religión de gente de poco viso. Al final, harto ya Apeliano, la condenó a muerte. Trataron de descuartizarla sobre un tablón pero no fue posible pues el hierro de la sierra, en contacto con el cuerpo de la Santa, se ablandaba como si fuese cera. Los verdugos, estupefactos y espantados, se negaron a continuar con la tarea pues lo que veían no era cosa normal ni de este mundo. Y el que dirigía el suplicio, no se precisa si era Apeliano, igual. La volvieron a encarcelar y, tras unos días y esta vez con triste éxito, acabaron con su vida y ella entregó el alma a quien la creó. 


Sus padres la sepultaron cerca de Cástulo y en un determinado momento, no precisado por el Padre Bilches, sus restos acabaron en Galicia, donde permanecieron ocultos. La historia de su descubrimiento parece prueba de libro de caballerías, tiene el tono de las historias de Perceval o de Lanzarote del Lago. Seguramente hay tradiciones o leyendas piadosas que repiten tal episodio aplicado a otros lances, otros santos u otras reliquias. Así ocurrió: un día una zagala cuidaba unas ovejas en un sitio, llamado El Campillo y vio salir de unas peñas una mano adornada con un anillo. La pastora cogió el anillo y quedó muda en el acto. Asustada recurrió a su padre al que, por señas, informó del suceso. Decidió este buen señor lo más prudente que era devolver el anillo que “puso con reverencia en el mismo dedo que antes tenía”. La zagala recobró la palabra de manera inmediata y escucharon, imagino que sobrecogidos, una voz que decía: “aquí está el cuerpo de Santa Eufemia daos priessa a sacarle”. Este prodigio tuvo lugar en la proximidad del río Caldos, lugar de El Valle, tierra de Orense y en la raya de Portugal. Era en los tiempos en que los campos albergaban milagros, prodigios y aventuras.  Ante tal llamamiento, todos los de esos pagos acudieron a desenterrar el cuerpo, que llevaron a una iglesia cercana hasta que, en 1153, fue trasladado a la Catedral de Orense “donde es venerado en todo el Reyno de Galicia”. El anillo, afirma el padre Vilches, “que es de oro baxo, testimonio de la modestia de la Santa”, era tenido por muy milagroso y se llevaba a los enfermos para su consuelo y curación.

 

domingo, 18 de octubre de 2020

EL MÁS INERME

Alfonso García Valdecasas publicó en Escorial, en 1943, “El hidalgo”. Es una reflexión sobre la hidalguía y la figura del hidalgo, en contraposición a otros modelos o tipos, o arquetipos, sociales, dentro de la línea de pensamiento de Ortega del que fue discípulo el autor. Hay un párrafo en dicho escrito que conmueve y que me hace reconocer situaciones vividas y estudiadas. Se refiere García Valdecasas al lazarillo y al hidalgo: 

Sus amos sucesivos (el ciego, el clérigo, el fraile mercedario, el vendedor de bulas, el capellán, el alguacil...) son otros tantos bellacos que quieren explotarle. Al lazarillo no le remuerde de burlarles o vengarse de ellos. Les gana en donaire y picardía, no es inferior moralmente. Pero aparece el hidalgo con su andar sosegado, su cuerpo derecho, su buen talante, su espada que no cambiaría por todo el oro del mundo. Alejado de su lugar de origen, donde estaban las raíces de su hidalguía es un mutilado social, no tiene misión, no tiene obras, es el más inerme, con su bella espada, de todos los amos del lazarillo. Mas una atmósfera de dignidad y elevación le rodea. El lazarillo no le abandona, no le burla. Le da de comer, le quiere. Estaría dispuesto a volverle a servir, a él o a cualquier otro que fuera como él.