lunes, 19 de junio de 2017

CÁNOVAS EL PROTECCIONISTA




Cánovas hizo proteccionista a la derecha liberal española. Las otras derechas, integristas y carlistas, por antiliberales, nunca estuvieron de acuerdo con la libertad económica. En 1891 Cánovas escribió De cómo he venido a ser yo doctrinalmente proteccionista. Estaba convencido de que España no podía competir con otros países mientras careciese "de los recursos materiales y morales necesarios para igualarse con las más adelantadas". Para el jefe conservador, aplicar el liberalismo económico supondría la muerte de la nación por consunción "en agonía lenta y repugnante". Era, decía, obligación de todo estadista responsable y patriota defender, mediante aranceles sólidos, la producción de cereales, la minería del hierro y el sector algodonero. Y de paso, aunque esto no lo decía, contentar a los cerealistas castellanos -y no sólo castellanos-, a la gran burguesía bilbaína y los fabricantes catalanes que constituían tres poderosos lobbies. Además, en 1883, Cánovas hizo ver que si España quería mantener una política exterior basada en la neutralidad, alejada de conflictos y alianzas peligrosas, tendría que apoyarse en el proteccionismo para no depender económicamente de otras potencias. Cánovas, junto a lo expuesto y con razón, desmontó el tópico de las infinitas riquezas de España: "O mucho me engaño, o solo entre gente ignorante corre aún la antigua especie de que nuestro país tiene mejores condiciones nativas para producir que ningún otro [...] es el nuestro uno de los más naturalmente pobres entre los de Europa". Esta valoración se fundamentaba, entre otras posibles fuentes, en las desconsoladas apreciaciones de Lucas Mallada, recogidas en Los males de la patria (1890). El modo en que una nación tan pobre y con tales mimbres pudiese autoabastecerse de lo necesario y satisfacer, a precios asequibles, la demanda de productos básicos es un enigma que Cánovas no desvela en su escrito. No digamos ya mantener una industria nacional productiva y rentable. En realidad, esto nunca lo han explicado bien los proteccionistas y demás intervencionistas, ni ayer ni hoy, y cuando lo han hecho han caído, con harta frecuencia, en el arbitrismo más puro o, de lleno, en la literatura fantástica. De manera simultánea a la publicación del opúsculo que tratamos, Cánovas aprobó el arancel de 1891. Para Juan Velarde, tal decisión, supuso la entrada de España en el camino del nacionalismo económico, inspirado por el modelo heterodoxo alemán y reforzado después con el arancel de 1906. Antonio Maura, el otro gran líder del conservadurismo español, también apoyó esta política económica mediante la defensa de una política económica intervencionista, cartelizadora y corporativista. Es cierto que Cánovas no tuvo quizás demasiadas opciones, cuando países como Estados Unidos o Gran Bretaña, de gran tradición liberal, aplicaban medidas arancelarias. Todos se hacían, como se puede ver, proteccionistas. Los republicanos y la derecha no liberal, como apuntábamos al principio, desde Don Carlos -Carlos VII para los carlistas- hasta los propios integristas. El proteccionismo, en gran medida, hacía revivir al mercantilismo y al intervencionismo económico del Antiguo Régimen plasmado en ordenanzas municipales, leyes reales y normativas gremiales. La Autarquía, que a Franco tanto le costó abandonar, fue la consecuencia última de esta tendencia, reforzada por la Dictadura de Primo de Rivera y por la II República, antes incluso de la recepción del pensamiento keynesiano. Visto lo anterior, es fácil reconocer la genealogía de la atracción que ejercen hoy, sobre populistas de izquierdas y de derechas, el retorno a las economías nacionales, el rechazo a la globalización y el mito de la autosuficiencia. 
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Imagen: BNE Creative Commons