martes, 25 de febrero de 2014

CALDEREROS FRANCESES



No era infrecuente la presencia de franceses en la España de los siglos XVII y XVIII. Se dedicaban a tareas modestas. Eran cuchilleros,chocolateros,  merceros, aguadores y caldereros. Tampoco faltaban entre ellos pequeños comerciantes y vendedores ambulantes. Fueron criticados con aspereza por los arbitristas. Decían que intercambiaban baratijas por moneda de buena ley que, llegado el momento, se llevaban a Francia para perjuicio de la economía española. Si bien la moneda de plata apenas circulaba, difícilmente se puede culpar de tal hecho a los negocios de los franceses. Todos querían atesorarla, españoles y no españoles,  guardarla a buen recaudo y pagar con un vellón depreciado y resellado. En el Entremés de los caldereros de Francisco de Castro (1672-1713) aparecen dos franceses, dados al galanteo y ahorradores. Uno, llamado Pierres, había reunido seiscientos doblones y otro, Gerardo, doscientos patacones o monedas de plata de una onza. En la obrilla se desarrolla un enredo, no carente de crueldad, en el que los franceses son engañados y desvalijados. Todo por haber cogido, uno de ellos, la mano a una doncella: "cogiendome descuidada, / llegó á tomarme una mano, / y me dixo: per manfué / que sois madama de garvo." No era un asunto menor "que un calderero se atreva / á tocar mi blanca mano", decía la joven. Temía, por lo demás, que se enterase su hermano -chapado a la antigua- y, como si tal cosa, echase mano a la espada, o a la carabina, y matase a los caldereros. Gracias a Dios el irritable hermano estaba de viaje y los deudos de la doncella, menos rigurosos, decidieron evitar tragedias. Se vengarían, eso sí, pero dejando sin un cuarto a los franceses. Para conseguir sus planes representaron, en una mascarada macabra,  la aparición de un alma en pena, vela en la mano, debidamente amortajada, que exigía a los franceses ciertos pagos con no muy buenos modos. Los caldereros pasaban un miedo atroz ante el enviado del Purgatorio. Decían, para regocijo de un público castizo y escasamente francófilo : "E qui oigo? qui me meo / E qui oigo? qui me cagu". Se expresaban en una mezcla de francés, español, portugués e italiano, un tanto disparatada, que acrecentaba la comicidad del lance. Decían finezas tales como: "O españula de mis ocos! / O españula por ti mueru!". Parece de Mérimée. Considere el lector que eran tiempos de guerra entre España y Francia.

miércoles, 19 de febrero de 2014

MULAS BARROCAS

Es costumbre vieja adornar las caballerías con cascabeles y campanillas. En Jaén, en 1627 se vendía cada "campanilla de harriero"de latón -así consta en el documento que consulto- a tres reales. Se mencionan también "las campanillas chiquitas de pretil de mulas" -de cobre o estaño- a un real cada una. Recibían también el nombre de esquilas o esquilillas. De todo esto podría haber dado cumplida cuenta Juan Eberardo Zetzner, estrasburgués, de viaje por España en 1718. Tuvo la fortuna de recorrer los caminos en un carruaje tirado por dos mulas. Iban éstas bien pertrechadas de cascabeles y plumeros. A lo mejor tenían nombres como Capitana, Generala, Briosa, Valerosa o Peregrina.  Gloriosos tiempos en los que hasta las mulas podían ser tan solemnes como un alabardero de Palacio. Así,  Ortega, que escribió sobre el viajero, hace constar: "tanto el cochero como las mulas avanzaban con la misma gravedad española". Seriedad de los viejos caminos ibéricos, es verdad, pero templada por campanillas, cascabeles y esquilillas. Como corresponde.


domingo, 16 de febrero de 2014

LA TABLILLA DE LA MONJA

El 5 de junio de 1677 Carlos II visitó el sepulcro de sor María Jesús de Ágreda. Lo acompañaban Don Juan José de Austria, el Patriarca de Indias, el  condestable de Castilla, Medinaceli y otros personajes principales. La relación escrita del viaje, obra de Francisco Fabio -editada dicho año en Sevilla-, afirma que, al abrir la caja, se desprendió una fragancia suavísima. Llevaba ya muerta doce años y conservaba el rostro -según el cronista- apacible, hermoso y entero. Carlos II besó su mano y dijo: "Por ti vivo yo, madre mía". Entregaron al Rey una tablilla sobre la que escribía la Monja. La recibió con unción. Se dice que la mandaba buscar cuando tenía que firmar los más graves decretos. ¿De qué madera sería?. De pino, de olmo, de nogal o quizás de algún árbol llegado de Indias. Poco importa. Piense el lector que sobre esa tablilla se sostuvo el cuerpo, maltrecho y ruinoso, de la gran Monarquía de España.

jueves, 13 de febrero de 2014

LABORES GANADERAS



Luis Fernández Salcedo en  La vida privada del toro (1955)  explica los pasos a seguir para que la cría de una vaca brava sea amamantada por una mansa. Lo primero es desternerarla, es decir, se sacrificará la cría de la vaca mansa y se sustituirá por el tenero bravo. A éste se le untará de sal para que la vaca, lamiéndolo, se encariñe con él. Se tratará siempre de evitar el rechazo de la cría brava. También, con idéntico fin, se puede desollar al ternero sacrificado y, con su piel, cubrir al choto bravo. Esta labor recibe el nombre de empellicar o empellejar. Son tareas que requieren conocimiento y destreza pues, a poco que se sepa del campo, no pasará desapercibido que nada es fácil en el trabajo de mayorales, vaqueros y pastores. Don Manuel del Río en su Vida Pastoril (1828) aconsejaba un remedio semejante, aplicable al ganado lanar: "Desollados los borregos se ponen los pellejos delante de sus madres, se saca una cria de las de reserva, y el Rabadán ordena para cuál oveja se ha de empellejar".

martes, 11 de febrero de 2014

TÓPICOS SOBRE LOS ESPAÑOLES

Leo, no sin cierto asombro, en un tratadillo sobre pintura rupestre:

"No cabe duda de que los levantinos del Paleolítico eran hombres luchadores. No hay prueba  de una lucha organizada ni de otra suerte desde Aquitania y Cantabria, pero los españoles del este fueron evidentemente los primeros de su país que sabemos que tuvieran una ocupación tan típicamente española: la guerra civil".

 A.H. Brodrick, Prehistoric Painting, (1948)

domingo, 9 de febrero de 2014

USUREROS

En los siglos XVI y XVII, dentro de la tradición aristotélica y tomista, se consideraba inmoral e ilícita la percepción de intereses derivados de los préstamos de dinero. No faltaron, sin embargo, casos de evidente comprensión o de abierta aceptación de esta práctica, ineludible dentro de la propia evolución de los hechos económicos. Es el caso, entre otros posibles, de Domingo de Soto, perteneciente a la Escuela de Salamanca. La persecución de las prácticas usurarias por las jurisdicciones real y eclesiástica fue, en cualquier caso, tan real como estéril. Los préstamos se realizaban entre particulares sin mayores inconvenientes. Estas transacciones se realizaban ante los escribanos públicos como supuestos actos de buena fe, de ayuda desinteresada, más que como negocios. La ausencia de un sistema financiero, el elevado riesgo de no recuperar lo prestado y los pocos escrúpulos de los prestamistas originaban tipos de interés muy altos. Los deudores eran, normalmente, personas de modesta condición pues las de un nivel social medio o elevado podían obtener cierta liquidez mediante la imposición de censos sobre sus propiedades. Frente a lo que muchas veces se cree, los niveles de endeudamiento eran muy considerables en la España del siglo XVII. Respecto a su persecución por la Justicia Real, referiré dos ejemplos obtenidos de protocolos notariales. En 1614, en Huelma, reino de Jaén, el alguacil Juan de Bonilla procedía contra Bartolomé de Torres, acusado de "cierto logro" contra Alonso López de Linares. Se trataría probablemente de un préstamo de escasa cuantía. Otro caso, de años posteriores, en el mismo pueblo, se relaciona con la venta de cereal. En 1686 un tal Antonio de Soto estaba encarcelado por logrero y prestar trigo "a granjería", al margen de los pósitos y de las tasas. La rigidez del mercado y las citadas tasas limitaban el precio del grano a niveles ruinosos para los labradores. Además era evidente que, en tiempos de carestía y hambrunas, muchos ocultaban el trigo para venderlo a precios más altos.

miércoles, 5 de febrero de 2014

CICLOGÉNESIS BARROCA

En febrero de 1635 murió un guarda de la Alameda de Capuchinos de Jaén. Según las actas del Cabildo municipal "con los grandes vientos y continuas aguas se arrancaron dos álamos y lo lastimaron de manera que se juzga esta para morirse". Estaba el pobre hombre dedicado a sus tareas cuando ocurrió el mal suceso. Fue aquél un invierno de "recios ayres y aguas", según consta en la citada documentación. No había persona sensata que saliera a la calle y a los campos. Se encargaron rogativas para que aplacasen los temporales. La gente estaba desquiciada y los pecados públicos, se decía, traían estos desastres. No vendrían mal unas rogativas , casi cuatrocientos años después, en estos tiempos tan desapacibles. Tendrían que ser, eso sí, dentro de los templos  pues el temporal desluciría mucho la solemnidad propia de tales demostraciones. También podrían subir los clérigos a los campanarios, como antaño, a conjurar los vientos.

martes, 4 de febrero de 2014

MAESTROS ARCABUCEROS

En el siglo XVI llegaron a España, por orden de Carlos V, dos armeros alemanes. Fueron quizás los primeros en  fabricar cañones en Madrid. Uno se llamaba Simón Macuarte, conocido como Simón de Hoces, y el otro, su cuñado, Pedro Maese. Aquél firmaba sus obras con dos hoces, de ahí el apellido, y el segundo -para diferenciarse- en vez de dos, colocaba tres hoces como marca. Simón tuvo dos hijos que siguieron en el oficio: Felipe y Simón, éste sirvió como artífice a Felipe III. Marcaban, por su parte, arcabuces también con dos hoces, como su padre, pero poniendo el nombre al lado. Al parecer, Simón inventó la llave de patilla. Arcabuces, carabinas y escopetas, aunque de menos calidad que los de los reyes, se difundieron entre los españoles de aquellos tiempos. Algunas veces estaban tan mal aviados que reventaban los cañones con la consiguientes desgracias y quebrantos. Servían para la guerra y la caza. También para defenderse o resolver asuntos a mano airada. A veces, apostados detrás de las matas, algunos tiraban carabinazos a los guardas y recaudadores de millones. Los clérigos más aguerridos y menos ejemplares en la virtud de la mansedumbre iban bien provistos -cuando las circunstancias lo exigían- de carabinas ocultas en hábitos, sotanas y manteos. Era, tal costumbre, un quebradero de cabeza para los obispos más virtuosos. A finales del siglo XVIII había ya pocos armeros en la Villa y Corte. No faltaban verdaderos maestros, de fama indiscutible,como Diego Álvarez y Salvador Cenarro. Según Eugenio Larruga, ya en tiempos de Carlos III, las escopetas eran carísimas y no muy variadas en cuanto a su tipología. La falta de buenos armeros hacía que los cerrajeros se empleasen en este ramo aunque no con demasiada destreza.

domingo, 2 de febrero de 2014

MENESTRA DE GALEOTES

En el siglo XVI las menestras finas se preparaban con arroz y garbanzos.  Las ordinarias, en cambio, con habas, judías, lentejas o guisantes.  Los garbanzos eran muy apreciados en la España de los Austrias y hasta san Juan de la Cruz les tenía afición. A los galeotes se les llenaba la gaveta -una jarra troncocónica de madera- con una ración de calderada de habas secas, peladas y cocidas con un poco de aceite. Después a penar y a remar. Las habas verdes eran objeto de cierta prevención pues se consideraban muy perjudiciales para la salud. Incluso se llegó a pensar, no sin candidez, que causaban la peste. Ni el melón causaba tanto miedo. Esta desconfianza hacia las habas venía de los tiempos antiguos, de griegos y romanos. A los forzados se les daba también bizcocho, muy seco, duro como un peñón. Lo solían remojar con agua del mar para ablandarlo.