miércoles, 30 de mayo de 2012

ÍBAMOS A REÍRNOS DE ÉL

 Eugenio d´Ors escribió sobre Riego en 1918 cuando la Restauración iba hacia el derrumbadero:

"Íbamos a reírnos de él.
Pero ahora nos ha desarmado, mirándonos como en un reproche tristísimo, desde el corazón del Ochocientos; mirándonos con unos ojos asturianos y encendidos en medio del rostro amarillo, consumido por la fiebre y con una barba de ocho días".

 Reírse de la ingenuidad liberal de Riego o la inminencia del espanto en el siglo XX.

lunes, 28 de mayo de 2012

LAS HAMBRES DE 1868


Malos tiempos: "Estábamos a fines del Otoño del año de la gloriosa, o sea de 1868. La cosecha de cereales había sido escasísima, casi nula. Las clases proletarias, los trabajadores del campo andaban a la cuarta pregunta, y en el no distante pueblo de Mancha Real, empezaba a dibujarse el hambre, entre las gentes desvalidas. A diario salían muchos infelices al campo, esperando encontrar en él algo que sirviera para aplacar, ya que no para satisfacer su grande necesidad. Solían no hallar ni un mal espárrago en la tierra seca y estéril. Los pobres, perdida aquélla su única esperanza, mendigaban un pedazo de pan de cortijo en cortijo".

Así lo recordaba Sebastián, veterano del Arma de Artillería y guarda del cortijo de Peñaflor en la tierra de Jaén, y así lo contó a don Manuel Moreno Castelló. Los años de 1867 y 1868 fueron de sequía. Entre el otoño de 1867 y la primavera del siguiente año hubo rogativas, en ciudades y pueblos, para que Dios tuviese a bien enviar las necesarias lluvias. Las penalidades que pasaban los pobres fuero terribles, por ahí, desamparados por los campos, sin socorro ni esperanza. Durante mucho tiempo 1868 pesó más en el recuerdo por las hambres que por el destierro de la Reina.


El testimonio del veterano en: José Moreno Castelló, Mi cuarto a espadas, sobre asuntos de caza. Apuntes, recuerdos y narraciones de un aficionado. Jaén 1898.



miércoles, 23 de mayo de 2012

BARRENDEROS DE CÁMARA, GALOPINES Y OTRA GENTE DE ESCALERA ABAJO



En 1785 casó la Infanta Doña Carlota, nieta de Carlos III, con el Infante Don Juan de Portugal. Para la celebración del matrimonio, Doña Carlota tuvo que viajar a dicho Reino escoltada por una nutrida comitiva al mando del duque de Almodóvar. Entre los muchos acompañantes, y centrándonos en los de más modesta condición, había varios chulos, palabra que, como es sabido, tiene diversas acepciones. Así en la Cocina de Boca, según consta en la crónica del viaje,  servían Juan Martínez Ventero, "chulo que va haciendo de portador", Agustín Feito "idem en todo", Antonio Rodríguez, chulo y despensero y Juan Cancio, chulo, sin más, así, a palo seco. Sospecho que Ventero, Feito y Cancio debían de ser tipos muy despiertos y que estarían bien contentos de participar en esta jornada, distribuida en etapas no demasiado fatigosas pues, si bien se ponían en marcha temprano, cubrían su carrera a mediodía pues la Infanta debía descansar y no llegar quebrantada a Portugal. En los pueblos era recibida la expedición con agasajos y albricias. Además de los chulos mencionados, había una extensa nómina de mozos y un galopín. Es digna de mencionarse, entre estos oficios, la presencia de un "barrendero de cámara" asignado a la Furriera y que se llamaba José Fernández. Sus competencias estaban, al parecer, bien delimitadas. Ser barrendero de cámara no era cualquier cosa que, empuñada con majestad de alabardero, no resultaba la retama menos gallarda que el laurel. Y ya que hablamos de barrer conviene recordar que en los navíos los galopines eran pajes de escoba aunque, en el séquito y acompañamiento de la Infanta, el galopín en cuestión era un criado de humildísimos quehaceres. Los pajes de escoba de naturaleza más valerosa, los de la Armada, soñarían con almirantazgos. Es para considerar que tales personajes aparezcan citados, con letras de molde, en la relación del viaje de Doña Carlota. La Monarquía era siempre dispensadora de honores.

Los nombres de estos personajes en: Memorias históricas de los desposorios, entregas y respectivas funciones de las reales bodas de las Serenísimas Infantas de España y de Portugal la Señora Doña Carlota Joachina y la Señora Doña Mariana Victoria en el año 1785: escritas en el año siguiente de 1786 por don Bernardino Herrera (Madrid, 1787)

sábado, 19 de mayo de 2012

SOBRE RETABLO DE LA VIDA ANTIGUA Y EN ALEMÁN


PAIDEIA donde el conocimiento es vocación y verdad desvelada. Con todo mi agradecimiento por su generoso escrito.

PAIDEIA wo das Wissen Berufung  und enthuellte Wahrheit bedeutet. Mein herrrlicher Dank  fuer Ihr edelmuetiges Schreiben

Danke schoen.

jueves, 17 de mayo de 2012

MORATÍN Y LA HIDALGUÍA


El número de hidalgos disminuyó en España durante el siglo XVIII no tanto por la extinción de los linajes como por el desinterés de no pocos por mantener su rango. También debió de ser notoria la escasa predisposición de muchos a iniciar costosos pleitos cuando se les negaba o ponía en entredicho su condición nobiliaria. Las razones prácticas para sostener un estatus noble desaparecían con la abolición de los servicios ordinario y extraordinario en 1797, sólo pagados por los pecheros, y la caída en desuso de la tortura judicial reservada a los miembros del estado general, abolida en la práctica antes de su supresión definitiva por iniciativa de los liberales. La idea de la utilidad pública, la creciente consideración de la acción del ciudadano honrado y las virtudes derivadas de la reputación individual, del ahorro y de la laboriosidad sustituyeron a los criterios que determinaban el rango de la persona según la condición noble o llana de sus ancestros. Poco que ver con las actitudes y las mentalidades vigentes en el siglo XVII.

Leandro Fernández de Moratín en su correspondencia aporta un ejemplo al respecto. En mayo de 1816 escribió a doña María Fernández de Moratín: "en el último rebusco de papeles que he hecho, ha salido esa copia de la información de hidalguía de nuestra familia Moratinesca; y más he querido que la tengas tú, que rasgarla con los demás papeles inútiles". A esto añade, no sin ironía: "Por ella verás la alta y generosa estirpe de que desciendes; y remitiéndote a los documentos legalizados [...] podrás asegurar que eres hija de algo: cualidad apreciabilísima, que juntándola con mucho dinero, buena salud, pocos cuidados, larga y alegre vida, puede servirte muy de provecho".  En conclusión, consideraba que la hidalguía, sin más, poco significaba si no iba acompañada por la fortuna y otros atributos. Además le recomendaba leer a solas "el papelón", aprender los apellidos de abuelos y abuelas "para lucirlo cuando llegue el caso, y apestar con tu genealogía y tus entronques a cuantos tengan paciencia de oirlo". No deja de ser, sin embargo, llamativo el hecho de que no destruyese "el papelón" y dudo que no tuviese en alta consideración sus orígenes hidalgos. A nadie le desagradaba ser considerado de familia linajuda y, hasta después de las grandes convulsiones del siglo XX, la aristocracia tendrá una función de primer orden en Europa. Moratín era, sin embargo, consciente de que todo había cambiado pues había visto y vivido mucho.

domingo, 13 de mayo de 2012

SOBRE ZAPATOS DEL SIGLO XVII


EN UNA RELACIÓN DE PRECIOS de 1681 del Concejo de Quesada, en Jaén, se establecía que cada par de zapatos de hombre de tres suelas y "hasta onçe puntos" costaría nueve reales y los de a dos suelas hasta siete reales. Debían de ser los llamados zapatos frailescos utilizados por la gente corriente, también conocidos como toribios, quizás por estar confeccionados con piel de vacuno engrasada, como sugiere Miguel Herrero, también denominados"zapatos de quebranta terrón".  Era, junto a las abarcas, de factura antiquísima, el calzado de los labradores y villanos, en el mejor sentido, que aparecen en las comedias de Lope de Vega. Su producción quedaba a cargo de modestos zapateros de obra gruesa. También en Quesada se vendían zapatos de mujer "de tacon y palillo" a ocho reales y "los de muchachos de çinco puntos de tres suelas" a seis reales.  El punto era la medida utilizada para las correspondientes tallas. Si los zapatos llevaban plantas de becerro o de cordobán aumentaban su precio en un real por par y nada si eran las plantas eran de badana. Se cosían con hilo de cáñamo, encerado en los más caros, y se consideraba de cierta tosquedad técnica el uso de clavos.

Los datos de Quesada en: Javier Soriano Muñoz, Quesada durante el reinado de Carlos II, Jaén 2003.

martes, 8 de mayo de 2012

CUESTIONES DE CAZA MENOR


DON GREGORIO DE TAPIA Y SALCEDO no quitaba importancia a la caza de la liebre pues "su ligereza y astucia es tanta, que empeña el corage a los cavalleros y cavallos, y perros en su seguimiento". Tal ejercicio cinegético tenía sus riesgos "particularmente cuando es por viñas" por las posibles caídas. Es caza, dice don Gregorio, que se hace con galgos, considerados "animales ligeríssimos sobre los demás deste genero" además "divierte infinito, y hace al cavallero muy firme en la silla, y atrevido".  No desdeñaba la realeza la caza menor pues Doña Margarita de Austria, reina de España, era muy aficionada a salir al campo con ballesta y "tiraba con ella a pie a los conejos". Pocas veces fueron cazados con tanta gentileza y solemnidad. Para abatirlos nuestro tratadista recomendaba usar "virotes de cabeça redonda" de sauce, con plumas hasta la mitad y dos tercias de largo.

jueves, 3 de mayo de 2012

CABEZA DE MARTILLO

El 9 de febrero de 1825, en la Villa y Corte, se notificó la sentencia de muerte en la horca a Alfonso Morcillo alias Mincheta, confeso y convicto del robo de una diligencia y otros delitos en despoblado en compañía de su hermano, conocido como Cabeza de Martillo, Polinario de Revuelto y el ya fallecido Perico El murciano. Cometían sus tropelías en Despeñaperros. La ejecución tendría lugar al día siguiente en la Plaza de la Cebada a las doce del mediodía. No es aventurado pensar que el llamado Cabeza de Martillo era hombre incorregible  y que su notoria testarudez sería legendaria en toda Sierra Morena

Diario de Madrid, miércoles 9 de febrero de 1825.

martes, 1 de mayo de 2012

ARRIERÍA

Los caminos de España o el batallar de arrieros, recuas y mozos de mulas. Fue la arriería ocupación muy frecuente entre los moriscos. También eran célebres, en este útil oficio, los arrieros maragatos, de una formalidad de marca mayor en sus tratos, sin perjuicio de los de Arévalo y los de Ibros, éstos en el Reino de Jaén. Los arrieros transportaban mercancías, trajinaban con mercaderías de diversa naturaleza y llevaban, de unos sitios a otros, cargas, paquetes, equipajes, cartas, obsequios, documentos, dinero y noticias. Al igual que los carreteros tenían fama de juradores y mal hablados. Quevedo acompañó a Felipe IV en su viaje a Andalucía en 1624 y dio cuenta del trance pasado cerca de Linares cuando, empantanados y calados de arriba a abajo, "Oíanse lamentos de arrieros en pena, azotes y gritos de cocheros, maldiciones de caminante". Si se tenía la penosa obligación de viajar, pues muy pocos lo hacían por afición, era aconsejable concertar plaza con un arriero de confianza que pudiese aportar conversación, silencio cuando tocase estar callado y, por supuesto, protección. Eran conocedores de los caminos reales, las sendas y los atajos, peritos en franquear vados, diestros y siniestros en esgrimir vara y palo, amigos de talabarteros, capaces de calar al caminante desde lejos y de no dejarse engañar por los más taimados venteros. Los arrieros viejos eran archivos errantes de riadas, vivos recuerdos de puentes quebrados, de tormentas pavorosas, de lobos a la zaga y de ladrones emboscados.