domingo, 25 de septiembre de 2016

UN CIRUJANO MILITAR DEL SIGLO XVIII



No faltaron en España medicos y cirujanos militares catalanes. Sirvieron como buenos bajo la bandera de su Rey y sirvieron al Reino tanto en la guerra como en la paz. Uno de ellos fue don José Queraltó. Nació en 1755, en San Martín de Sarroca, cerca de Villafranca del Panadés. Hijo de labradores, estudió Teología durante dos años pero, llegado el momento, cambió la vocación eclesiástica por la medicina y la vida castrense. Ingresó en el Real Colegio de Cirugía de Barcelona y allí estudió durante tres años. Después vino la carrera militar. En 1775 sirvió como segundo ayudante de cirugía en la expedición de Argel. Al retornar de esta empresa, permaneció en Alicante asistiendo al desembarco y cura de los heridos. En 1776 pasó a Cádiz como consultor de la Escuadra y acompañó al general Ceballos a Buenos Aires, prestando sus servicios en el hospital de la isla de Santa Catalina. Al iniciarse las guerras contra los revolucionarios franceses, entre 1792 y 1795, ejerció como cirujano mayor en los hospitales de Navarra y Guipúzcoa. También estuvo con el Ejército de Extremadura. Tuvo gran crédito entre los soldados y salvó a muchos de la muerte. Había que tener mucho valor y serenidad por arrobas para vestir el delantal de hule y asistir a los heridos en combate. Para las heridas de bala practicó el método retardado de curación, seguido por los cirujanos militares españoles durante muchos años. Tras su paso por frentes y campamentos, desempeñó la cátedra de Afectos Quirúrgicos y Vendajes y, después, la de Operaciones y Álgebra Quirúrgica en el Real Colegio de San Carlos de Madrid.  En 1800 era ya cirujano de Cámara de Carlos IV. En ese año fue enviado por Godoy, junto a dos facultativos más, una Sevilla asolada por la fiebre amarilla. Decían que el contagio había llegado a los puertos andaluces desde el Misisipi. Allí expuso su vida tanto como en Berbería. Ésta y otras experiencias inspiraron sus Medios propuestos por Don José Queraltó para que el pueblo sepa desinfeccionar y precaverse, si vuelve a reproducirse la epidemia que le ha consternado. Los publica en obsequio de la humanidad, revisados por su autor, un amante del rey y de la patria (Sevilla, 1800). En este título se compendia lo mejor del espíritu de la España del siglo XVIII. Cirujano de Cámara, Cirujano Mayor de los Ejércitos e Inspector General de Epidemias del Reino pasó sus últimos días artrítico y quebrantado. Murió el 11 de abril de 1805, el año de Trafalgar, "de una calentura nerviosa lenta" y hoy lo recordamos en Retablo de la Vida Antigua.
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Los datos biográficos en: Biblioteca Médico-Castrense Española, VII, 1852 y en la obra de Francisco Guerra, Las heridas de guerra. Contribución de los cirujanos españoles en la evolución de su tratamiento,1981.

domingo, 18 de septiembre de 2016

LA ALISEDA O LA VIDA DE BALNEARIO ( Y 3)




Antes de la construcción del nuevo balneario había en La Aliseda un edificio llamado El Palacio. Era la casa construida en el siglo XVIII por los marqueses de La Rambla. Posteriormente, ya con Salmerón y Amat, se erigió la fonda y, después, el hotel. Lo de contar con un hotel era más cosmopolita y quedaba más elegante. Allí se podían alojar, con toda comodidad, hasta doscientos huéspedes. El balneario ofrecía, además, nueve casas para alquilar con cuatro habitaciones y dos cocinas cada una. Cada una de estas viviendas estaba amueblada, de manera sencilla, con una docena de sillas y dos mesas. Sus inquilinos podían abastecerse de todo lo necesario -víveres, velas, tabaco, vinos, licores y útiles diversos- en una bien provista cantina.


La Aliseda pretendía ser un centro moderno y confortable. El hotel podía albergar a doscientas personas, "con todo el orden, limpieza y antisepsia del mejor sanatorio". Contaba con luz eléctrica -lo que constituía una prueba irrebatible de modernidad absoluta- tanto en el interior y como en el exterior, salón de recreo, sala de fumadores, de lectura y otra para juegos lícitos -"incluso billar"-, restaurante, comedores de preferencia, de primera y de segunda y otro más de tercera para la servidumbre. La cocina, se afirmaba, era excelente y el pan se horneaba en la casa. El agüista se beneficiaba, además, de la cercanía de la estación de ferrocarril de Santa Elena -a una hora de camino- que comunicaba el balneario con Madrid y Sevilla. La casa se garantizaba el enlace, con coche de caballos, a dicha estación ferroviaria.


El contacto con el exterior estaba asegurado, además, por el teléfono, conectado con el telégrafo de La Carolina, el servicio de Correos y la recepción de la prensa diaria. La protección quedaba a cargo de un puesto de la Guardia Civil y, para la mejor salud espiritual de todos, los domingos, se oficiaba una misa en la capilla. La opinión de los huéspedes podía ser muy elogiosa, como la del doctor don Francisco Valenzuela, del Hospital General de Madrid, que pasó allí una temporada en mayo de 1897, y dejó escrito en el álbum del balneario: "Deleite para el espíritu y salud para el cuerpo: eso es la La Aliseda". No lo dudamos pero, la verdad sea dicha, La Aliseda no debía de ser siempre un lugar alegre. Tendría sus días, más apagados o más animados, sus más y sus menos. La vida de un balneario no era, en principio, una fiesta. No sabemos, a ciencia cierta, si prevalecía el olor a jara, a perfumes fin de siglo o a mentol y desinfectantes. Podemos preguntarnos cómo convivirían los pobres pacientes, de salud quebrantada, con los que, sencillamente, pasaban allí unos días de descanso y sosegado esparcimiento. No es fácil, para nosotros, personas de siglo XXI, hacernos una idea precisa de la vida de balneario. Me consta, por haberlo oído de muy buena y fiable fuente, que los naturales de la comarca tenían cierta prevención hacia La Aliseda. Eludían su cercanía por el miedo a los contagios e incluso corrían bulos y rumores sobre la presencia de sacamantecas a los que acudían, desesperados, los que se morían a chorros. Es posible que en mayo fuese todo distinto pero la luz de finales de octubre no podía ser muy alegre en La Aliseda.

Salmerón y Amat, hombre de grandes ambiciones, pretendió hacer de La Aliseda un balneario de categoría y no estuvo muy lejos de cumplir su objetivo. Los huéspedes pertenecían a las clases media alta y alta, entre la burguesía acomodada y la aristocracia. En la prensa de la época se menciona la estancia de militares, profesores, eruditos, clérigos de cierto renombre, monjas y políticos, también de algunas personas de sangre real. Por allí pasó Sagasta, en octubre de 1891 y Alcalá Zamora en 1910. Bueno es saber que Salmerón y Amat, además de hombre de empresa, tuvo cierta actividad política dentro del Partido Liberal, fue diputado a Cortes en la legislatura iniciada en 1901 y senador. Cuando Sagasta estuvo en La Aliseda, recibió a una legión de notables, caciques locales y representantea de comités del Partido Liberal de Jaén y de los pueblos de la provincia. Los huéspedes disfrutarían, durante esos días, de poca calma pero estarían muy entretenidos con tanto trasiego. Más adelante, en 1910, visitó el balneario Niceto Alcalá Zamora, entonces en el campo monárquico y liberal. Creo que frecuentaba el lugar.  Respecto a visitantes linajudos mencionaré al marqués de Salas. Estaba casado con doña María Jesús Coello de Portugual y Pérez del Pulgar, de la nobleza giennense, hija de don Alonso Coello de Portugal y Contreras, que fue secretario y tesorero de la Infanta Doña Isabel. Don Salvador de Tavira y Acosta, marqués de Salas y caballero de Santiago, tuvo la mala fortuna de morir en el balneario el 12 de octubre de 1913. Fue un doloroso acontecimiento. Desde allí condujeron al pobre marqués a la estación de Santa Elena y, dos días después, llegó a la Estación de Atocha para ser conducido a La Almudena. Fue muy sentida esta muerte. Respecto a personas de sangre real referiré la presencia en La Aliseda de los infantes Don Carlos de Borbón y Doña María Luisa de Orleans abuelos de Juan Carlos I y bisabuelos de Felipe VI. Llegaron allí en abril de 1910, acompañados por el conde de Nieulant y por la esposa de don Niceto de Alcalá Zamora. Los infantes pasaron, previamente, por La Carolina donde se alojaron en la casa del alcalde. Allí, entre el séquito que los recibió, estuvieron el gobernador civil de Jaén, don Marcelino G. Argüelles y el cronista de Jaén, don Alfredo Cazabán.


La intención de los infantes -que son los que aparecen en la fotografía- era visitar los parajes relacionados con la batalla de Baillén, lo que de hecho hicieron pasando por La Huerta del Sordo y la aldea de Rumblar. Allí coincidieron con los romeros que volvían del Santuario de la Virgen de la Cabeza que prorrumpieron en vítores en su honor. Al año siguiente volvieron los Infantes y también en 1915. En este último año los acompañaban sus hijos Don Carlos y Doña Dolores de Borbón, permaneciendo allí hasta finales de octubre.

Sospecho que la decadencia de La Aliseda se produjo como consecuencia de la muerte de Salmerón y Amat, el 29 de octubre de 1916. Mandaron enterrarlo, por cierto, en la capilla del balneario que estaba bajo la advocación de San José. Años después, durante la primavera de 1927, un temporal destruyó, en parte considerable, el balneario. Esta historia tuvo, además, un colofón trágico. La viuda del fundador de La Aliseda, doña Ángela Fernández de Bustamante, padeció la pérdida de su fortuna, vivió en una modesta pensión de Madrid, sufriendo embargos, pleitos y apremios. Cuando parecía que iba a recuperar parte de su patrimonio, fue asesinada por un acreedor. Estaba en misa, en la iglesia de la Buena Dicha, de Madrid. Era el 15 de abril de 1934.
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* Los folletos consultados y citados son: Establecimiento de aguas minero-medicinales de la Colonia La Aliseda, Imprenta Asilo de Huérfanos, Madrid, 1897 y Gran Balneario de la Aliseda. Instrucciones y tarifas, Madrid 1908, Imprenta y esterotipia,Tudescos, 29. Las fotografías publicadas en las tres entradas dedicadas al balneario corresponden a dichos opúsculos y al fondo de la hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España, todo bajo licencia Creative Commons. El copyright del mapa pertenece al Instituto Geográfico Nacional. Al editar esta entrada, descubro un documentado e interesante artículo de Lorena Cádiz, publicado en Ideal, cuya lectura recomiendo.

domingo, 11 de septiembre de 2016

LA ALISEDA O LA VIDA DE BALNEARIO (II)




La Aliseda, famoso balneario, dividía la temporada en dos partes. La primera comenzaba el 15 de abril y acababa el 30 de junio. La segunda, se extendía entre el 1 de septiembre y el 15 de noviembre. Durante varios años, se prolongó la temporada otoñal hasta finales de dicho mes pero la falta de huéspedes y las bajas temperaturas de la estación aconsejaron abreviarla. Prudentemente, se renunciaba además al pleno verano por los intensos calores. La estancia aconsejada a los dolientes, como ya hemos apuntado en la anterior entrega, debía contar con una duración de dos o tres semanas. Un aspecto a considerar, si queremos saber de la vida de balneario, es la naturaleza de los tratamientos. Había dos fuentes, la de La Salud dedicada sólo a suministrar agua para beber y la de San José. El agua de esta fuente, de calidad ferruginosa, se suministraba con gas, gracias a un moderno aparato Mondolot. Además, si se estimaba oportuno, se tomaba en pulverizaciones y duchas filiformes. Desconozco la supuesta eficacia de estas prácticas -ya hemos visto las prudentes consideraciones del doctor Valcárcel- y nada puedo decir si se mantienen estas duchas y maniobras acuáticas en los actuales balnearios. Enumeraré algunas de las suministradas en La Aliseda y que parecen de novela de Julio Verne, a saber: inhalación difusa, inhalación directa, inhalación directa en el pozo, pulverización caliente en copa o cedacillo, pulverización filiforme difusa, pulverización de copa caliente, pediluvios, gárgaras con agua tibia -durante cinco o diez minutos- y duchas nasales calientes. Respecto a los neurasténicos se indicaba que "hallarán todos notable alivio y pronta curación la mayor parte, con el agua de la Salud en ayunas y a media tarde, tomada en la fuente, con dos inhalaciones difusas diarias en San José y la hidroterapia en forma de aplicaciones calientes y frías con sábana y ducha". Es conveniente indicar que las duchas, nada habituales en la higiene diaria, eran objeto de aprensiones y reservas. Con relación a los asmáticos, se recomendaban "cortas y repetidas dosis de agua gaseada tibia". A los rigores de estos brebajes y remojones se unía la prohibición del tabaco, la reducción severa del consumo de vino y la dieta "limitando la cena a una taza de café con leche y tostada, chocolate o sopa y un huevo pasado por agua, retirándose [el paciente] antes de ponerse el sol para no salir hasta las ocho o las nueve de la mañana". Consideramos que este panorama -irse a dormir a las nueve de la noche con un huevo pasado por agua entre pecho y espalda y así durante doce horas- debía de ser desolador para asmáticos sociables, conversadores, noctámbulos, de hábitos chispeantes y amablemente desenfadados. Se aconsejaba, de manera general, hacer ejercicio, unos hábitos ordenados, comidas saludables y aprovechar el buen clima. Las salidas al campo eran, decía el doctor Valcárcel, muy convenientes pero "a ningún enfermo le convienen los paseos fatigosos, ni las giras de campo imprudentes, siendo preferibles los ejercicios moderados y pasar las horas enteras sentado al aire, en medio de un bosque o en alturas solazándose a la sombra".


Pero sigamos con las fuentes. En un prospecto de 1897 se describen sus instalaciones y el entorno de éstas. No pueden ser más fin de siglo. La Fuente de la Salud estaba albergada en un kiosco, de aspecto modesto, entre una gran huerta y un castañar. Se accedía a tal punto por una avenida de rosales. El agüista se protegía del sol gracias a las ramas de los árboles entrelazadas que formaban una bóveda natural. La Fuente de San José estaba a unos ochocientos metros de la anterior y tenía dos partes diferenciadas. En la primera, el huesped accedía a un vestíbulo con una fuente de mármol blanco con dos grifos, uno de agua natural y otro de agua gaseada sin hierro. Cerca, una sala con ocho aparatos de pulverización y ducha filiforme. Allí los huéspedes se sometían a saludables aspersiones y otros ejercicios higiénicos. Además había un gabinete de inhalación difusa en cuyo centro se encontraba un pozo rodeado por una barandilla. Otro gabinete se dedicaba a la inhalación directa.  Contaba con una mesa redonda de mármol, dividida en diez compartimentos divididos por tabiques y equipados, cada uno, con un inhalador niquelado con su boquilla de cristal. En el centro de la mesa había un espléndido y fúnebre jarrón de bronce con flores. Completaba las instalaciones descritas "un gabinete para fumar". Debe quedar claro, además, que en dichas estancias y pasillos "hay escupideras, que se limpian con frecuencia, para evitar que los enfermos tengan que escupir en el suelo". El paciente, una vez duchado, debidamente espurreado y harto de aguas, gaseadas o no, baqueteado, tras un buen cigarro, podía volver a la fonda, con cierto alivio, por un parque y un camino flanqueado por acacias y castaños de Indias.

domingo, 4 de septiembre de 2016

LA ALISEDA O LA VIDA DE BALNEARIO ( I )

El balneario de La Aliseda estaba muy cerca del paso de Despeñaperros, en la provincia de Jaén. Durante un tiempo disfrutó de una buena consideración entre los establecimientos de su género. Antes de su fundación, la finca era propiedad de los marqueses de La Rambla que, en opinión de Dios y Ayuda (1797), la habían adquirido en 1730. Ya se tenía constancia de lo saludable de sus aguas y, para disfrute de lugar tan ameno, sus propietarios construyeron una casa. Sin embargo, la inseguridad y el relativo aislamiento, además de otras posibles causas, condenaron a tan apreciable lugar a cierto abandono y olvido aunque los marqueses, con liberalidad que les honra, no impedían que las gentes bebiesen libremente las aguas que ya contaban con justa fama. El espíritu emprendedor de don José Salmerón y Amat cambió la situación de La Aliseda. Nació hacia 1860 en Guix (Almería) y con pocos años llegó a las tierras de Jaén. En el reinado de Isabel II muchos naturales de las provincias de Almería y de Granada vinieron a las comarcas de Linares, Vilches y La Carolina. Buscaban las oportunidades que ofrecían la construcción del ferrocarril y la expansión de la minería. Salmerón y Amat fue uno de ellos, llegó siendo un niño al lugar indicado para una persona de su temple. Se a sí mismo, ganó un sólido patrimonio gracias a la minería y, entre sus inversiones, compró La Aliseda. Trató de hacer del lugar un balneario modélico. Para tal fin, invirtió capital y desvelos.

El lugar de La Aliseda está cerca de La Carolina y de Santa Elena. Los lectores han pasado muy cerca del lugar  en sus viajes entre Andalucía y Madrid.  De hecho, su posición geográfica se consideraba muy adecuada por la facilidad de sus comunicaciones, además de por lo frondoso de su arbolado y la benignidad de su clima. Desconozco la fecha precisa de la inauguración del balneario aunque, probablemente, fue hacia 1883. Estuvo bajo la dirección facultativa de distintos médicos. A finales del XIX, hacia 1897, ejercía tal responsabilidad el doctor don Ramón Gómez Torres. En 1908, estaba al frente del establecimiento, don Lope Valcárcel y Vargas. El doctor Valcárcel fue un facultativo con probados méritos: médico director de baños por oposición, dos veces laureado por la Real Academia de Medicina, diploma de primera clase del Real Consejo de Sanidad, medalla de oro de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Barcelona, medalla de plata del Colegio de Cirujanos de Boston, distintas condecoraciones españolas y extranjeras, medalla de plata en la Exposición de París de 1900, por sus conocimientos de hidrología. Su hoja de servicios se completaba con el primer premio en los Juegos Florales de Orense del año 1901. Con estas credenciales no podía ser más hombre de su tiempo. Decía contar con una experiencia de veintidós años en su especialidad. Por algunas de sus opiniones tengo yo por cosa probable que fuese hombre de ideas avanzadas y librepensadoras.



Valcárcel era muy honrado y muy claro en sus planteamientos. En un folleto dedicado al balneario, advertía a los enfermos, no sin cierta dureza, . que las aguas de éste, si bien tenían virtudes terapeúticas no eran eficaces para todos los males, así -decía- "ni basta beber el agua, ni absteniéndose de ésta, hacer uso de las inhalaciones". No prometía prodigios que no estaban en su mano. Ni quería crear falsas esperanzas ni engañar a nadie. Declaraba, tajante, que no estaba dispuesto a admitir huéspedes o pacientes "que considero en malas condiciones" y no dudaría en "llevar al ánimo de otros la necesidad de retirarse", indiferentemente a su posición social o fortuna. Las aguas, "sin vestigio de hierro" y "azoadas radioactivas" , procedían de la Fuente de San José y se reputaban como muy eficaces contra la predisposición tuberculosa, tuberculosis incipiente, tisis bacilar (en el primero y segundo período), dispepsias, achaques de bronquios, dolores y úlceras de estómago, catarros intestinales, infartos hepáticos y esplénicos, clorosis y hemorragias nasales, entre otros males. Otra era la Fuente de la Salud de "aguas bicarbonatadas alcalinas, litínicas y ferromagnéticas" para dolientes del aparato digestivo y urinario, anemia, caquexia palúdica y diabetes. Más adelante veremos la manera en que se tomaban las aguas y hablaremos de la vida de balneario.