domingo, 31 de enero de 2016

FEBRERO, LA CANDELARIA Y SAN BLAS

SAN BLAS, PROTECTOR CONTRA LOS MALES DE GARGANTA

Desde épocas remotas la gente del campo ha tratado de pronosticar el tiempo a través de la observación de la naturaleza. La convicción de que el estado de la atmósfera, en ciertos días, condiciona la evolución del año y los rasgos dominantes del tiempo, forma parte de este conjunto de certezas. Las cabañuelas y otros pronósticos semejantes carecen de cualquier base científica pero han contado, desde siempre, con el crédito de labradores, pastores y público en general. 

De acuerdo con estas creencias, era prudente prestar especial atención a los primeros días de febrero. Ahí veían los antiguos, no sin razón, el paso del invierno a la primavera. Era de especial relevancia el dos de febrero, festividad de La Candelaria y día de la Purificación de la Virgen. Se celebraba, y todavía se celebra, en muchos lugares con hogueras y velas encendidas de las que se obtienen, según su duración o apagado, ciertas conclusiones. Existe una relación entre estos fuegos y las lumbres prendidas el día de san Antonio Abad. Del tiempo del día de La Candelaria obtenían los labradores consideraciones de gran relevancia. Rodríguez Marín en sus Cien refranes andaluces de meteorología, cronología, agricultura y economía rural (Sevilla, 1894) aporta distintas versiones del refrán más conocido sobre esta cuestión: "Cuando la Candelaria plora, / Invierno fora". Otro ejemplo al respecto es "Si la candelaria plora, / invierno fora;/ y si no plora / Ni dentro ni fora". También: " El día de la Candelaria / que llueva, que no llueva,/ invierno fora;/ y si llueve y hace viento / invierno dentro". Además Rodríguez Marín cita: "Por la Candelera / está el invierno fuera; / si nevó o quiere nevar/ el invierno por pasar" y menciona refranes similares de otras regiones españolas como Galicia y Cataluña , de Italia -Toscana, Véneto y Sicilia-  de Francia y Portugal*.

Esta preocupación por anticipar el paso del invierno -"En vísperas del Candelero / invierno fuera o vuelta al brasero"- es comprensible si se tienen en cuenta los rigores, penalidades e inclemencias padecidos en aquellas calendas. Nada había de esa visión acogedora y hogareña que ahora tenemos de la estación invernal. Algunos refranes aconsejaban parquedad en el uso de las provisiones de despensas y graneros por si el invierno se prolongaba más de lo habitual. También, por supuesto, había un comprensible interés por conocer las posibles condiciones meteorológicas en un momento en el que el cereal verdea por los campos, despuntan las yemas en los frutales, se esperan las nieves y se temen las heladas. La Candelaria se consideraba la fecha adecuada para realizar injertos en cerezos, perales y ciruelos y para castrar colmenas. Se pensaba que por esa fecha las gallinas ponían huevos a todo tren y salían los osos de sus cubiles o, si lo consideraban oportuno, se volvían a encerrar si todavía hacía frío. La preocupación por la llegada o la ausencia de las lluvias se refleja en refranes recogidos por Manuel Toharia en su muy estimable y útil Meteorología popular (1985): "Si no llueve en febrero/ ni ganado ni sementero" o "Venga febrero lluvioso, aunque salga furioso".

Al día siguiente de La Candelaria, el tres de febrero, se festeja a san Blas, protector contra los males de garganta. Al parecer el Santo salvó la vida a un niño que se había atragantado con una espina. En Jaen todavía se suministran, en la parroquia de La Magdalena, unas rosquillas bendecidas para combatir o prevenir achaques de garganta. También en Italia, por san Blas, se comía con el mismo fin el pannetone de Milán, elaborado en Navidad. Por cierto, san Blas murió martir y degollado -o decapitado- a manos de paganos romanos. El grabado que se incluye, de mediados del XVIII, nos ilustra al respecto. San Blas y las cigüeñas anuncian también los días claros y largos de la primavera, para muchos era verdad demostrada que "Por san Blas, la cigüeña verás; si no la vieres, año de nieves". 
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*Una imprescindible relación de refranes dedicados a la fiesta de la Candelaria: Rodríguez de la Torre, Fernando, "345 paremias sobre el día de la Candelaria" en Revista de Folklore, 337, 2009. http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.php?id=2544

sábado, 23 de enero de 2016

EL OTRO SIGLO XVIII

El campo no era lugar seguro en el siglo XVIII. Es evidente que los casos de asaltos, contrabando y bandolerismo marcaron el tono de la vida en caminos y despoblados. La inexistencia de unas fuerzas de seguridad profesionales y dependientes de la Corona, las imperfecciones de las leyes reales y de los mecanismos procesales, además del miedo -o la tolerancia en algunos casos- de caciques, regidores, alcaldes y escribanos perpetuaron esta situación. Éste panorama tardó mucho en cambiar. Fueron necesarias la consolidación del Estado liberal, la fundación de la Guardia Civil y la adopción del telégrafo. Y, con todo, costó mucho. Los crímenes, en general, fueron muy frecuentes en la España rural de tiempos pasados. Otra cuestión es la imagen idealizada que, tantas veces, se tiene del pasado.

No fue sólo un siglo de ilustrados y gabinetes. Hubo un XVIII bronco y peligroso. Escribo al respecto, y sirva de muestra, sobre algunos casos de robos de ganado durante esos años en Historia Giennense.

miércoles, 20 de enero de 2016

TRANQUILOS Y BIEN PROBADOS

El barón Gustav von dem Ostau, coronel de coraceros de Gustavo Adolfo de Suecia, describe a los soldados españoles en la batalla de Gindely, en 1634:

"Entonces avanzaron con paso tranquilo, apiñados en masas compactas, varios regimientos españoles. Eran casi todos veteranos bien probados; sin duda, el infante más fuerte y más firme con que he luchado en toda mi vida."*.

(Nunca hubo elogio más escueto ni más grande para soldados de infantería).
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*Cit. por Américo Castro, en España en su Historia, 1948.

domingo, 17 de enero de 2016

SAN ANTÓN, LA CENTELLA Y LA MONTERA


El 17 de enero es el día de san Antonio Abad, seguro y muy eficiente protector contra incendios, rayos y centellas. Blas Antonio de Ceballos escribió un memorable libro sobre este santo, publicado en 1685, titulado Flores del yermo, pasmo de Egypto, asombro del mundo, sol del occidente, portento de la gracia, vida y milagros del grande San Antonio Abad. En esta obra se mencionan muchos milagros y portentos atribuidos al Santo. Como el que tuvo lugar el 16 de abril de 1684 en Alfaro, cuando hubo “una tempestad tan furiosa de agua, truenos y relámpagos, que parecía, que el Cielo se venía abajo”. Ante el temporal, el comendador de la Casa de San Antonio de Alfaro mandó a un criado al campanario para que tocase a nublado. En esto estaba éste cuando vio que del cielo partía una centella que iba directa hacia él. Le dio tiempo para encomendarse a San Antón -que también se le conoce con este nombre- por lo que salvó la vida aunque la centella derribó el campanario “y al dicho Juan de Abalo [el criado] le quitó una montera que tenía puesta en la cabeza, y lo arrastró, como cosa de ocho pasos”. La centella bajó por la torre, hizo un surco muy profundo “como de arado” en la pared maestra “y anduvo por arriba, y por abaxo del Templo, haciendo un temeroso ruido”. Exhalaba “un humo tan denso, y hediondo” que nadie podía entrar en el edificio.  Había en ese momento varias personas rezando en la capilla que atribuyeron su salvación a la intercesión del Santo. Sus nombres eran María Laureos, Catalina Milán y Manuela de las Heras que tenía en brazos un niño de año y medio. También estaba allí un estudiante llamado José Álvarez.




sábado, 16 de enero de 2016

NACE UN BLOG SOBRE HISTORIA DE JAÉN

En este blog he publicado numerosas entradas dedicadas al pasado de Jaén. Aunque no desentonaban ni resultaban extrañas al cometido, he considerado oportuno editar una nueva bitácora, Historia Giennense, hermanada con Retablo de la Vida Antigua pero centrada en cuestiones históricas estrictamente giennenses. Nadie espere, sin embargo, localismos ni casticismos antipáticos. La erudición se hace entre todos, decía don Emilio García Gómez, y el estudio de la más perdida aldea, o del suceso más provinciano, puede conducirnos al tono de una época tanto como el dedicado a palacios y grandezas. Les daré cuenta en Retablo de la Vida Antigua de mis nuevas entradas en Historia Giennese y, ante todo, espero ser digno de la atención y de la cortesía que siempre me han demostrado.

domingo, 10 de enero de 2016

GABRIEL Y GALÁN SALE AL CAMPO




Si José María Gabriel y Galán hubiese nacido en Inglaterra, en vez de cantar dehesas y besanas, habría escrito sobre tejones, molinos antiguos y rododendros. Allí tendrían en mucho su obra y no faltaría en antologías y manuales; aquí se le ha pagado -en el mejor de los casos- con el olvido cuando no con la mofa de mandarines y mamarrachos cuyo bagaje no pasa de cuatro libros mal leídos o peor pergeñados. Siempre me inspiró respeto y simpatía Gabriel y Galán por su probada condición de hombre generoso, por su arraigo con el mundo del que da fe en su obra.

Escribió sobre el campo como pocos, y bien que lo conocía pues no era un esteta ni un snob disfrazado de campesino, ni un naturista de esos que, por aquellos años, iban en cueros por los montes, sino un maestro rural, hijo de hacendados, casado con una mujer de familia de labradores, además de cazador y razonable jinete. Al contraer matrimonio con Desideria García Gascón, en 1898, dejó su plaza de maestro en Piedrahita para vivir en Guijo de Granadilla. Allí residió, hasta su temprana muerte, en la casa de los tíos de Desideria, también hacendados, propietarios de El Tejar y otras fincas que Gabriel y Galán regentaba*.

En una carta, escrita a su amigo Mariano de Santiago Cividanes**, fechada el 14 de febrero de 1899, describía sus obligaciones. Se levantaba a las siete de la mañana, desayunaba junto a la lumbre y después salía al campo. No le arredraba el mal tiempo y sólo cuando era rematadamente malo se quedaba en casa. Una vez en faena, decía:

"un día hay que ir a ver las vacas comer bien en donde están; al otro hay que salir forastero; al otro a señalar árboles para que corten ramo a las reses; al otro, a ver si las aguas crecidas hicieron daño en un prado; al otro, a caza; al otro, a ver si parió una cerda; después, a cambiar de sitio para las vacas, a ver lo que descuajó un jornalero, a llevar algo de lo que se está necesitando en El Tejar, a traer las jacas del prado, a señalar un chotillo recién nacido, etc., etc." 

Estas labores, si bien "no le sujetan a uno a esa tiranía del reloj", obligaban a padecer fríos y penalidades como "cuando en un camino le sorprende a uno la lluvia y el caballo y el jinete cargan con el agua que quiere mandar la nube [...] y las mañanas de enero para el que las pasa caminando sobre la helada con un frío que corta el pelo". No era nada poético "que un cerdo te dé un hocicazo y te llene del brevaje que come los pantalones, o una jaca te eche al suelo, o una tapia quiera aplastarte al saltarla, o el lodo te lleve los pies de humedad", pero a Gabriel y Galán le gustaban estas labores y lo imaginamos sobre el caballo, con capote pardo o verdoso y sombrero, bien firme y oteando los pastizales. Mejor el honrado vino de la bota que la absenta, más vale cabalgada entre encinares que la murmuración de café. 

Al final de la jornada, cenaba junto a la lumbre -grande y generosa- leía los periódicos, participaba en la tertulia familiar y un jugaba un par de partidas de cartas -tute y brisca- con un criado de confianza. No frecuentaba el casino, consecuencia -quizás- de un carácter reservado o de algún resabio regeneracionista pues, no en vano, era hijo de su tiempo. A las once se retiraba a dormir. 
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* En este artículo de J.M. Moreno Barrado se mencionan datos al respecto y material gráfico de interés sobre el autor.

**Epistolario de Gabriel y Galán, Ed. Mariano de Santiago Cividanes, Madrid, 1918.


lunes, 4 de enero de 2016

SONIDOS ARCAIZANTES

En el Vocabulario andaluz de Antonio Alcalá Venceslada, editado en 1933, se mencionan estos dos ingenios de muy arcaizante factura. Es con lo que jugaban los niños y muchachos de barrio y aldea. Son las llamadas chicharras. Las había de dos tipos. Una, dice el citado autor, consistía en un "juguete que hacen los chiquillos con un canuto de caña, una badana tapando un extremo y una cerda en medio de ésta que se ata a un palillo, con el que se da vueltas y produce un sonido parecido al de la chicharra, que le da nombre". La otra, en la misma fuente, es descrita como "juguete infantil que consiste en una vejiga inflada sujeta a un palo y que suena frotándola con una cuerda y otro palo en forma de arco de violín". No sería muy armonioso el resultado pero tendría su gracia. Las vejigas de animales eran muy útiles y se utilizaban, además, para confeccionar petacas para el tabaco, pelotas y globos, también como parche para unos curiosos membranófonos o zambombas diminutas de caña, según constato en la colección de la Fundación Joaquín Díaz.  Si el manejo de una u otra chicharra se acompañaba con los silbidos de un pito confeccionado con una canilla de buitre se obtendrían, sin duda, unos sonidos de aire antiquísimo.