domingo, 27 de enero de 2013

ARRIEROS, VARAS Y AMULETOS



Moreno Castelló en sus recuerdos de cazador, durante los años de la Restauración, describe a dos arrieros que formaban parte de una expedición cinegética en Sierra Morena, en el término de Andújar: "atendían a todos y llevaban unas veces en la mano y otras sujetas entre el cinto de cuero y la faja, sendas varas, con las que de vez en cuando castigaban al burro descuidado". El arriero, que llevaba los equipajes del autor, puso sobre la albarda un par de mantas - la eterna manta de los españoles antiguos- y una zalea, ciñendo todo el aparejo con un cordelillo.  La caballería iba sin jáquima, con un cordel ajustado al cuello del que colgaban "unos cuernecillos y diges, que he visto mucho en las arrierías y que supongo que usan como higas, amuletos ó medios de preservar a los animales que los llevan, de todo mal". Así es. Estos amuletos los ha visto también el que esto escribe, en los mulos, burros y demás ganado asnal del término de Jaén. Hasta bien entrados los años setenta del siglo pasado y todavía después. Ya en el coto- sigue el autor- los burros eran sustituidos por mulos, por su mayor fortaleza para cargar las reses abatidas.

José Moreno Castelló, Mi cuarto a espadas, sobre asuntos de caza. Apuntes, recuerdos y narraciones de un aficionado. Jaén 1898.

miércoles, 23 de enero de 2013

FESTEJOS POR EL MATRIMONIO DE ISABEL II



En La Lidia de 3 de abril de 1892 Federico Mínguez publicó los siguientes datos, extraídos de documentación perteneciente al Archivo Municipal de Madrid. Consta que para celebrar la boda de Isabel II con Don Francisco de Asís se celebraron dos festejos, el 14 y 16 de octubre de 1846. Participaron los siguientes espadas: Juan León, Juan Jiménez, Francisco Montes, Francisco Arjona Cúchares, Juan Martín, José Redondo Chiclanero, Manuel Díaz Lavi, Gaspar Díaz, Juan Lucas Blanco, Pedro Sánchez, Antonio del Río, y Julián Casas. Se compraron 105 toros correspondientes a las siguientes ganaderías y con los precios que se reseñan:
  • Cuatro toros de don Joaquín Mazpule a 1.000 reales cada uno: 4.000 reales.
  • 28 toros del marqués de Casa Gaviria a 3.000 reales cada uno: 84.000 reales.
  • 28 toros de los duques de Osuna y Veragua a 3.000 reales cada uno: 84.000 reales.
  • Tres toros de la viuda de don Rafael José Cabrera a 2.600 reales cada uno: 7.800 reales.
  • Cuatro toros de don Manuel Bañuelos Rodríguez a 1.500 reales cada uno: 6.000 reales.
  • Tres toros de la viuda de don Pedro Lesaca a 3.400 reales cada uno: 10.200 reales.
  • Dos toros de don Manuel de la Torre y Raurí a 2.800 reales cada uno: 5.600 reales.
  • Cuatro toros de don Elías Gómez a 2.500 reales cada uno: 10.000 reales.
  • Cuatro toros de la condesa de Salvatierra a 2.400 reales cada uno: 9.600 reales.
  • Dos toros de don Luis de Lizaso a 1.600 reales cada uno: 3.200 reales.
  • Tres toros de don Luis María Durán a 2.900 reales cada uno: 8.700 reales.
  • Seis toros de don Manuel Antonio de Palacio a 1.950 reales cada uno: 11.700 reales.
  • Tres toros de don Diego Hidalgo Barquero a 2.700 reales cada uno: 8.100 reales.
  • Tres toros de don Saturnino y de don Vicente Ginés a 2.200 reales cada uno: 6.600 reales.
El gasto total de las reses ascendió a 279.500 reales. Se pagaron a las cuadrillas 25.000 duros, incluyendo la ida y vuelta a Andalucía de donde procedían en muchos casos.

Adrian Shubert en su imprescindible estudio, A las cinco de la tarde. Una historia social del toreo (1999), cita la relación de los festejos, escrita por Antonio Rubio, en la que se da cuenta de la asistencia de todos los cuerpos del Estado: consejos, tribunales, ministerios, direcciones y su colocación por orden jerárquico. Comentaba el cronista -no sin cierta resignación- que como consecuencia de los tiempos modernos "las fiestas reales de 46 se han visto obligadas a dar entrada a tres clases nuevas, y lo que es más, casi omnipotentes: el parlamento, los capitalistas y el periodismo [...] Es cosa de la época: la sociedad ha roto filas y no es fácil que vuelva la antigua formación".

domingo, 20 de enero de 2013

EL FÚTBOL COMO VÍA CABALLERESCA



Eran los primeros tiempos del fútbol en España. Existían, en aquellos años, ciertas dudas sobre si era conveniente su práctica entre personas de buena crianza. Las carreras detrás de una pelota, los balonazos en la cabeza, el rodar por los suelos, en fin, todo lo que implicaba dicho ejercicio, era contemplado con evidente estupefacción por los fieles a los modales y a la compostura del siglo XIX.  Aquel siglo en el que los tipos bien educados jamás corrían. Ni en la guerra. El debate estaba abierto, una vez más, entre reaccionarios y modernos.

En el semanario Gran Vida, 1º de marzo de 1904, un autor - firmaba V.de C.- consideraba al fútbol como una disciplina varonil y educativa. Una práctica higiénica y saludable entre jóvenes bien educados, siempre que se practicase con prudencia, gallardía y empuje, lejos de toda animosidad y rencor: "con sinceridad os lo dice un gran entusiasta y defensor del foot-ball: si separáis al jugador del hombre bien educado, no queda mas que un asno dando coces a diestro y siniestro." Los amateurs debían evitar siempre las conductas deplorables "dando ejemplo de corrección y de finura en el juego" y "separando enérgicamente y sin contemplación de vuestros clubs a los jugadores que no observen igual conducta".

Años después, ya en los años veinte y en la misma publicación -primero de enero de 1923- se advertía: "Las defensas deben ser particularmente caballerosas, ya que en sus entradas siempre suele haber cierta ventaja, y en una palabra, la caballerosidad, en más o menos grados, debe ser norma en todos los jugadores. Con ella se da un gran paso para que resplandezca el verdadero arte, siendo como el marco en que se produzcan superabundante y libremente las sabias combinaciones y las más bellas jugadas."

Se trataba de adaptar la mentalidad y los usos caballerescos al nuevo deporte sin recurrir, todavía, a los valores vanguardistas, centrados en la acción, el clamor de los estadios y la velocidad.



miércoles, 16 de enero de 2013

SAN ANTÓN ENTRE HOGUERAS Y HELADAS






En toda Europa, desde tiempo inmemorial, los campesinos han acostumbrado encender hogueras en ciertos días del año. y bailar a su alrededor  o saltar sobre ellas (JG Frazer, La rama dorada, 1890)


Fue san Antón hombre de vida legendaria. Su historia nos llega de un pasado remoto. Vieja como pasaje de libro de caballerías. De tiempos en los que se retiraban los grandes pecadores al yermo. A penar. Allí entre peñascos con hierbas del campo y raíces por toda colación. No son ya así las cosas. En Jaén se encienden hogueras en la víspera de su día. Son el precedente de otras lumbres, las de la Candelaria. Se pensaba que las hogueras tenían efectos purificadores, ahuyentadores de plagas y enfermedades de los animales. Según algunos estudiosos, los fuegos servían para avivar al sol , todavía muy débil en pleno invierno. Como paletada de brasero a lo grande.

                                                            ***

Es el pleno invierno que tiene ya, algunas tardes, atisbos primaverales. A pesar de todo quedan todavía fríos que pasar. Como por san Antón de 1799, cuando El Correo Mercantil de España y sus Indias informaba:
"En las provincias de Madrid, Toledo y Cuenca sigue el tiempo sereno con fuertes heladas; en las de Badajoz, Jaén, Sevilla y Granada despejado con yelos; en la de Valencia lluvioso y ultimamente en las de Córdoba y Murcia se experimentan también unos fríos excesivos". El mes estuvo marcado por heladas poco comunes y fríos rigurosos.

miércoles, 9 de enero de 2013

VALIENTES, FORMALES Y GRAVES




Centinela contra franceses de Capmany es un buen ejemplo de la propaganda bélica española durante la guerra contra Napoleón. Es también muestra de la reacción, originada antes de 1808, frente a la influencia de la cultura y las modas francesas.

La guerra, para Capmany, será la ocasión para retornar a lo español en su vertiente más casticista: "con esta guerra -afirma- volveremos a ser españoles rancios, a pesar de la insensata currataquería,esto es, volveremos a ser valientes, formales y graves". Volverán los españoles a tener patria, a tener costumbres propias, "cantaremos nuestras xácaras, y baylaremos nuestras danzas, vestiremos nuestro antiguo trage. Los que se llaman caballeros montarán nobles caballos, en vez de tocar el fortepiano". Se abandonarán los dramas semisentimentales afrancesados y "volveremos a hablar la castiza lengua lengua de nuestros abuelos, que andaba mendigando ya, en medio de tanta riqueza, remiendos de xerga galicana." Sin olvidar, por supuesto, aprender el árabe, el griego y el inglés "y después el italiano y el alemán si se sacuden la dominación napoleónica; y si no, no".

viernes, 4 de enero de 2013

SOBRE COCHES DEL SIGLO XVII





Cada año, para el día siete de octubre, los dominicos del convento de Santa Catalina de Jaén invitaban a los caballeros del Cabildo municipal de Jaén a las solemnidades dedicadas a Nuestra Señora del Rosario. Se votó cumplir anualmente con tal obligación desde le victoria de Lepanto que fue tal día, como es sabido. Un año los regidores de Jaén decidieron ir en coches de caballos a los actos religiosos para darle a su presencia más lucimento. Don Lope de Valenzuela y Peralta, caballero veinticuatro de Baeza y caballerizo de la Reina "con el ejercicio del sossiego de los Cavallos de Su Magestad", no habría aprobado este modesto ornato. En sus Exercicios de la Gineta al príncipe D. Baltasar Carlos, publicados en 1643, condenaba don Lope, riguroso siempre, "el abuso de los caballeros ociosos, que detenidos en la gala y regalo de los coches, se privan de mejorar su natural nobleza, con la adquirida que les grangea el instituto noble de esta Caballería". Mejor habría sido, por tanto, que los regidores hubiesen acudido a la procesión en sus cabalgaduras. El uso de los coches de caballos era fuente de intensas y destempladas controversias en el siglo XVII. Hubo verdadera pasión por estos vehículos aunque  moralistas y teólogos condenaban su uso por encubrir, según ellos, todo tipo de excesos, pecados y bellaquerías. También los partidarios de restaurar las viejas virtudes guerreras y aristocráticas, como don Lope, detestaban los carruajes pues incentivaban el abandono de la equitación y del saber andar a caballo como era debido. Mal conceptuado estaría, en esos círculos de nostálgicos y reaccionarios, el marqués de Toral, hombre elegante, hijo político del Conde Duque y, según Gregorio Marañón, introductor en España de los carruajes con ventanillas de vidrio. Poco pudieron hacer, los de la vieja escuela, al respecto pues se impusieron y cualquier persona de lustre viajaba en tales carruajes. En Madrid había gremio de artífices de coches con ordenanzas aprobadas desde 1666.

Gregorio de Tapia y Salcedo, Exercicios de la Gineta al príncipe D. Baltasar Carlos, Madrid 1643.

martes, 1 de enero de 2013

LA POCA PACIENCIA DEL CURA MERINO


Fernando VII, tras regresar de Francia y restaurar el absolutismo, quiso conocer al cura Merino. Fue recibido en Palacio y el Rey celebró sus hazañas. Cuando la audiencia se acababa éste le preguntó cuáles eran sus pretensiones pues estaba dispuesto a premiar sus proezas frente a los de Bonaparte. Contestó don Jerónimo Merino: "Señor, poder continuar en la gloriosa carrera de las armas para prestar a V. M. otros tantos servicios".  Fernando VII que tenía otros planes, dándole una palmada en la espalda, le dijo: "te tengo preparada una silla en la catedral de Valencia para que descanses de tus fatigas, y recuperes tu quebrantada salud". Desconfiaría el monarca de Merino, hombre indómito e independiente, y a mejor recaudo estaría en un cabildo catedralicio que al frente de la tropa. No le gustó al cura guerrillero el premio y debió de salir amostazado de Palacio. No tuvo, por lo demás, otro remedio que incorporarse a su prebenda catedralicia y allí, nostálgico de la acción, los peligros y la vida libre, se le veía desasosegado e irritado. Mejor, incluso, estaba en su pueblo, con ración de gañán y escopeta al hombro, pues era muy cazador. Entre los motivos de su descontento en Valencia, escribe Antonio Pirala, "embarazábale el aspecto humilde de sus compañeros, que no podía imitar". Menosprecio del soconusco y nostalgia de la bota de vino.Tertulia de beatas y añoranzas de la hoguera en campaña. Horas de sermones con la cabeza en otra cosa, desdenes para el sochantre y recuerdos de la jota de los campamentos.Y así pasaban los días. Acto seguido, por el trato diario, se tomaron los canónigos imprudentes confianzas no concedidas ni queridas. Comenzaron, con ellas, las hablillas y el cruel cotorreo sobre su persona. Merino lo sabía y aguantaba, bien lo sabe Dios, pero no podía ser. Los prebendados desconocían con quién se las estaban viendo. Un día, harto de melindres, cantó las cuarenta a todos los capitulares. No es aventurado suponerle un tono recio y claridad en el hablar. Incluso lanzó injurias que retumbaron como tormenta seca. Y, sigue contándonos Pirala, "como algunos le contestaron con firmeza, saca de debajo de la sotana sus pistolas, las amartilla y apunta a los canónigos, que huyen amedrentados".

No era su sitio- Dios no pide imposibles- y a cada cual le cuadra un oficio que no otros. No estaba para canonjías el que tantas partidas había mandado. El Rey, informado y quizás divertido por el espectáculo, pues le gustaban estos lances, decidió dar licencia a don Jerónimo Merino para que abandonase Valencia aunque sin perjuicio de la prebenda y la rentilla aparejada. Poco después, a no mucho tardar, volvería a los montes y a las refriegas levantando bandera por los realistas.

El suceso en: Antonio Pirala, Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista, 1856