sábado, 31 de enero de 2015

BARAJAS, TABLAJES Y CASAS DE CONVERSACIÓN

La afición al juego era general en la España de los Austrias. Gentes principales, medianas y menudas, -convocadas alrededor de la baraja- dejaban pasar horas y jornadas. Los naipes malograban reputaciones, caudales y almas. El juego era condenado, con todo rigor, desde púlpitos y confesionarios. Los más preocupados por los males de la Monarquía denunciaban sus perniciosas consecuencias sobre aquellos menestrales y oficiales que, descarriados de sus obligaciones, frecuentaban tablajes y garitos. Tampoco eran edificantes las casas de conversación -escuela de partidas, rifas, faroles y apuestas- a las que acudía la nobleza.

Si los lectores de Retablo de la Vida Antigua lo consideran prudente y oportuno pueden leer lo que, sobre este asunto, escribo en Neupic.

jueves, 29 de enero de 2015

ENTRE EL CLAUSTRO Y EL CORSO

Don Pedro Fernández de Bobadilla nació en Jaén en 1486. Era hijo del marqués de Moya. Fue recibido en la Orden de Santiago y, después, tomó los hábitos de dominico. No se acostumbró al orden claustral ni a la vida de estudio. El tirón de la vida heroica era muy fuerte en el XVI español. La vocación ancestral por la vida militar sería para don Pedro una fuente de sequedades y desasosiegos. Un día, sin poder más, dijo adiós al convento y acabó, tras unirse a unos aventureros, en el mar. Dios nos crió a unos para una cosas y a otros para otras. Hizo el dominico la guerra como corsario, corrió mil peligros y trabajos, de los que padecen y afrontan los marinos de todos los tiempos. Su condición clerical, sin embargo, estaba ahí y no era presentable un fraile dedicado a tales ocupaciones. Trataron de meterlo en cintura y, a manera de solución de compromiso, mandó las galeras de Julio II y de León X. Después sentó plaza por Carlos V a cuyo servicio naufragó y, al parecer, murió frente a las costas de Bretaña.

* Tengo noticia de este personaje gracias a Alfredo Cazabán, ilustre polígrafo giennense de hace muchos años.

lunes, 26 de enero de 2015

LOS ESPAÑOLES SEGÚN LUTERO

En sus Cartas de sobremesa * Lutero reflexionaba sobre las características de españoles, italianos, alemanes y franceses. Según él, los españoles tienen andares, costumbres y semblantes festivos, rostro altivo, hablar triste, discurso elegante, culto y jactancioso y vestido exquisito. En la conversación destacan por su cautela. En los amores son impacientes, pertinaces en los odios, vigilantes en los negocios, astutos y rapaces en asuntos de malicia. En el canto gimen a diferencia de los alemanes que ululan, de los italianos que balan y de los franceses que modulan. En los consejos son astutos a diferencia de alemanes, franceses e italianos que son, respectivamente, útiles, desconsiderados y cautos. En el comer los españoles son delicados, los italianos limpios, los alemanes desaliñados y los franceses copiosos. Finalmente, Lutero afirmaba que "se distinguen los alemanes por la religión y artes mecánicas, los franceses en la educación, los españoles por la navegación y los italianos en literatura".

*Están recogidas en las Obras de Martín Lutero, editadas por Teófanes Egido, Sígueme, Salamanca, 2001.

domingo, 18 de enero de 2015

SOBRE PATRONAZGOS Y PAISANAJE EN EL SIGLO XVIII

En el Antiguo Régimen las relaciones de poder y la influencia social se fundamentaban en unos sólidos vínculos personales.  El patronazgo se articulaba a partir de una serie de deberes derivados, con mucha frecuencia, de la pertenencia a un determinado linaje y de una común procedencia geográfica. Ejercer una notoria protección por razones de parentesco y paisanaje, en perjuicio de otros si era necesario, no era una conducta reprobable sino, al contrario, digna de elogio. No dejaba de ser un comportamiento propio de sociedades en las que el Estado, las leyes y el propio concepto de ciudadanía eran débiles. El lectoral don Juan Julián de Titos, en 1793, alababa la conducta del obispo de Jaén don Agustín Rubín de Ceballos*. Al ser éste nombrado inquisidor general, hizo de su casa en Madrid, en tiempos de Carlos III,  "el asilo y refugio de todos los del Reyno de Jaén, así para sus necesidades, como para sus pretensiones". Ejercía su protección sin trabas, no castigaba a los pretendientes con largas esperas en puertas y antesalas, sin "malos ratos por aguardar un momento o modo favorable". Preguntaba retador el citado Titos; "¿necesitó alguno otra recomendación sino decir, que era natural del Obispado de Jaén?" y "¿no intercedió por ellos en sus pretensiones, hasta llegar a comprometer sus propios respetos?". Su generosidad se extendía a todos los giennenses, incluidos los miserables, indiscretos, inoportunos e impertinentes. Censurar la conducta de Rubín de Ceballos habría causado, sin duda, un asombro general.


martes, 13 de enero de 2015

POMPA Y CIRCUNSTANCIA



No han faltado, a lo largo de la Historia, marcadas similitudes entre España e Inglaterra. Puede parecer atrevida la afirmación, pero pido al lector que la considere antes de darle patente de disparate. Inglaterra y España fueron potencias coloniales, rivalizaron en los mares y compartieron cierta insularidad pues, durante siglos, los Pirineos constituyeron un obstáculo más difícil de franquear que el Canal de la Mancha. Españoles e ingleses, guardianes arriscados de su independencia, han sido europeos -qué duda cabe- pero a su manera. Si ellos medían en pintas y yardas, nosotros lo hacíamos en azumbres, arrobas y varas; cuando ellos trasegaban grandes cantidades de té, nosotros hacíamos lo propio con jícaras de chocolate; ellos eran protestantes, nosotros católicos, apostólicos y romanos. Sus antepasados pirateaban y soliviantaban a los holandeses, los nuestros enviaron, para meterlos en cintura, los Tercios Viejos. La mala fortuna y no la falta de empuje, quede claro, impidió que pudiesen tomar Londres al asalto. Triste fue que España e Inglaterra no concertasen una alianza sólida en el siglo XVIII. Bien la quería Carvajal y Lancáster desde su melancolía y frialdad ilustrada. Vino después lo de Trafalgar y la alianza frente a Napoleón. En los siglos XIX y XX hubo entre los españoles una anglofilia de derechas y de izquierdas: liberal, institucionista, conservadora, aristocratizante y monárquica. Fue Inglaterra, justo es recordarlo, el hogar de los exiliados liberales, orgullosos y pobres, y hubo ingleses también de izquierdas y de derechas- vinculados a España de por vida, por razones intelectuales e espirituales, por intereses económicos y por afinidad personal.

No es posible ni sensato, por tanto, tratar de comprender la naturaleza profunda de lo inglés, y también de su relación con lo español con tópicos y lugares comunes. Para desentrañar este enigma, es fundamental y esclarecedora la lectura de un gran libro: Pompa y circunstancia, diccionario sentimental de la cultura inglesa (Fórcola, 2014) de Ignacio Peyró. Me permito aconsejar, con entusiasmo, esta obra a los asiduos e ilustrados contertulios que frecuentan Retablo de la Vida Antigua. Con sus generosas y bien escritas páginas he pasado horas felicísimas y he experimentado ese sentimiento de gratitud que merecen los libros de los que se ha aprendido mucho.

* La presentación del libro es, por cierto, mañana. Y va a ser de mucho lustre.



domingo, 4 de enero de 2015

LOS FRÍOS DEL FINAL DEL ANTIGUO RÉGIMEN


Desde el último cuarto del siglo XVIII, y durante varias décadas, se padecieron inviernos muy fríos en Europa. El Ebro, en diciembre de 1788, a su paso por Tortosa, fue puro hielo durante quince días. También se helaron los ríos de Castilla y hubo copiosas nevadas. Goya en La nevada, de 1786, reflejó con fidelidad estos rigores. Los viajeros ateridos, mal abrigados y estragados, el perro con el rabo entre las patas y la acémila aguantando el temporal.

Escribo un breve artículo sobre estas cuestiones en  https://neupic.com/articles/frios-del-siglo-xviii. Espero que sea del interés de los selectos e ilustrados lectores de Retablo de la Vida Antigua.

viernes, 2 de enero de 2015

GODOY O EL ARTE DE ANDAR BIEN

Después de Fernando VII, nadie más desprestigiado que Godoy. Reconozcamos, a pesar de todo, una cualidad en el valido: su arte de andar bien. Álvaro Cunqueiro, en 1957, recoge el dato del estudio de Hans Roger Madol, Godoy, el primer dictador de nuestro tiempo. Refiere una escena de la que fue testigo el caballero Hauser, agente austriaco en Roma. Carlos IV, Doña María Luisa y Godoy estaban ya en el exilio. Éste se vestía de gran gala, de capitán general con toda suerte de placas y bandas, hacía reverencias a la borgoñona y caminaba ante los reyes con cortesana apostura. Creo yo que lo hacía por atenuar sus compartidas tristezas e improbables remordimientos.

El dato en: Álvaro Cunqueiro, "Sobre el arte de andar", 1957, recogido Viajes imaginarios y reales, edición de César Antonio Molina, 1986