domingo, 24 de junio de 2018

COMER COMO UN POBRE DEL 98

Lo que se aprende con la lectura de Pío Baroja: había fondas en las que se servían pucheros hechos con huesos de incierta procedencia. A los huesos se les raspaba la poca carne que conservaban y se mezclaba con tomate. Los garbanzos* se ablandaban con bicarbonato aunque a veces estaban duros como perdigones. Había también figones de mendigos donde servían tajadas de bacalao y gallinejas. Nada que objetar. En las tabernas se podía disponer de un plato de cocido por unos pocos reales. También estaba la posibilidad de recurrir al rancho sobrante de los cuarteles.
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* Con el paso del tiempo he escrito varias entradas en las que aparecen los garbanzos.

jueves, 21 de junio de 2018

JUNIO



Y escuchamos a los faunos que reñían a Proteo
       entre el olor a heno en los olivares,
Y a las ranas croando a los faunos, 
       en la media luz.


(Ezra Pound, Canto, II.)*
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Traducción: José Vázquez Amaral.

martes, 19 de junio de 2018

DON JUAN DE HOURCADA (1809)

El señor don Juan de Hourcada* era de origen francés. Había llegado a Jaén hacia 1760, con pocos años. La emigración francesa fue muy frecuente en la España de los siglos XVII y XVIII. Muchos de este origen consiguieron, mediante el honrado comercio y el ejercicio de diferentes ocupaciones, acceder a una posición desahogada y respetada. Éste fue el caso de nuestro personaje pues se labró una vida apacible durante la relativa prosperidad de los años de Carlos III y Carlos IV.  

No debió de recibir con alegría el inicio de la guerra contra Napoleón. Naturalmente, no faltaron afrancesados entre los de esta procedencia pero no vemos a don Juan de Hourcada como un peligroso agente bonapartista. Su situación quedó muy comprometida al ser “comprehendido en la Real Orden que manda se custodien y aseguren los nacionales franceses”. O lo que es igual: había que vigilarlo y tenerlo a buen recaudo por ser su naturaleza francesa. Su hijo, don Pedro Hourcada, un cura español de 1809, un señor párroco de Huelma, escribió a la Junta Territorial de Jaén, postrado a sus pies, con lógica preocupación. Comprendía el clérigo la medida

“animado de los justos sentimientos de que lo está mi amada Patria, venero tan sabia resolución, pero me es imposible aogar en mi pecho la inevitable aflicción, que causa a su hijo ver a su inocente padre en tan triste situación”. 

Pero no era pertinente aplicar tales rigores a su padre, del que reivindicaba su trayectoria personal, con más de cuarenta años de residencia en la ciudad de Jaén, donde estaba la sepultura de su abuelo y de la que, además, “había recibido todos los beneficios para sostener una numerosa familia”. Contaba el sospechoso con más de sesenta años -lo que se consideraba una avanzada edad- estaba casado, tenía tres hijas doncellas y no estaba muy sobrado de hacienda. Garantizaba nuestro párroco, por supuesto, que su padre era “un fiel vasallo que llora conmigo la desgracia de nuestra Patria; que está convencido de la tiránica opresión que intenta nuestro enemigo”. Desconozco lo que fue de don Juan Hourcada, es posible que la Junta de Jaén atendiese el ruego del hijo y que no aplicase con severidad la disposición ya que, en el momento de escribir tal ruego, estaba en libertad. 
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*Una apreciación más, en especial para los estudiosos de las antigüedades giennenses: estos Hourcada deben de ser los Forcada que, en el siglo XIX, emparentaron con los Bonilla, una familia muy principal en la ciudad, sobre todo durante el período de la Restauración.

viernes, 15 de junio de 2018

ESCIPIÓN AL ALBA


Tito Livio escribió sobre Escipión y recordó que, desde que vistió la toga viril, lo primero que hacía todos los días era “dirigirse al Capitolio y una vez dentro del templo, sentarse y pasar el tiempo allí retirado, ordinariamente a solas”*. Atribuían a afectación lo que era meditación y oración.
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Historia de Roma, XXVI, 5-6.

miércoles, 13 de junio de 2018

DE LA COMUNIÓN FRECUENTE EN LOS SIGLOS XVI Y XVII

En los siglos XVI y XVII no siempre se veía con buenos ojos la comunión diaria. Fue una práctica desaconsejada, entre otros, por san Juan de Ávila. Con tres o cuatro veces al año, decía, era más que suficiente para la gente corriente y advertía con claridad: "no les suelte la rienda a comulgar quantas vezes quisieran; que muchos comulgan más por liviandad que no por devoción y reverencia". También mantenían gran reserva al respecto las Constituciones Sinodales de Jaén de 1624. Recibir la comunión con demasiada asiduidad, sin ser clérigo, podía ser indicio de erasmismo, iluminismo, quietismo e incluso luteranismo. O, sencillamente, de tomarse demasiado a la ligera lo más alto.  San Ignacio de Loyola recomendaba en sus Ejercicios Espirituales la comunión frecuente - cada ocho días- aunque no sin un riguroso examen de conciencia y una estricta disciplina de los sentidos y potencias del alma. Estas prudentes recomendaciones no le evitaron cuarenta y dos días a la sombra y tres interrogatorios del Santo Oficio, durante su estancia en Alcalá de Henares, entre marzo de 1526 y junio de 1527. Y estar bajo la vigilancia de los señores inquisidores no era broma de muchachos ni asunto para tomar a risa. Constantino de la Fuente, acusado de luteranismo, también defendía la frecuencia en la comunión. Marcel Bataillon menciona, además, la inclusión en el Índice de 1559 de unos manuales de comunión frecuente. Ya a finales del XVII, Miguel de Molinos, perseguido y encarcelado por sus proposiciones quietistas, recomendaba en su Guía Espiritual la comunión diaria para alcanzar la paz interior y la perfección pues es "medicina que sana los defectos y aumenta las virtudes".