martes, 1 de octubre de 2019

EN EL CASINO DE EL CENTENILLO


En Retablo de la Vida Antigua ya hemos tenido la alegría de citar el libro de Luis García Sánchez-Berbel dedicado a El Centenillo*. Hay una espléndida descripción del casino de este honrado pueblo que el que esto escribe recuerda haber visitado a finales de los sesenta e inicios de los setenta, ya muy en decadencia, camino de la familiar dehesa de Navalcardo. El casino contaba con unos urinarios, y perdonen ustedes por detalle tan poco fino, majestuosos, creo yo que poco menos que eduardianos que bien podrían haber estado instalados en el Royal Albert Hall de Londres. Cuando El Centenillo estaba en pleno esplendor, por la actividad minera, el casino contaba con una notable biblioteca y un salón de juego decorado con diferentes trofeos de caza, entre los que se contaban lobos, jabalíes, ciervos, zorros, águilas, búhos, mochuelos y jinetas. Este alarde de taxidermia no escandalizaba a nadie en aquellos tiempos. Desconozco si se caldeaba con chimenea o estufa de leña. Entre los asiduos al círculo, el autor menciona a un personaje apodado “El Sordo” que al grito de “¡Viva la Guerra!”, como si fuese correligionario de Marinetti, entró a caballo en el salón del establecimiento tras subir, con destreza, cuatro dificultosos escalones. Otro socio era Manolo “El Pelón” que, por ciertas diferencias, descargó su pistola contra un rival aunque, gracias a Dios, sólo le chamuscó la sien, con la lógica combustión capilar. El autor del pistoletazo fue procesado y, además de la pena correspondiente, obligado a pagar el arreglo de la patilla chamuscada en la barbería local.
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*Un pueblo andaluz y minero, 1993.


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