AFICIÓN AL JUEGO Y CLÉRIGOS DEL SIGLO XVI
Entre los siglos XVI y XVIII Un elevado número de españoles recibió las órdenes sagradas. Hubo clérigos de la más variada condición. Desde santos a aventureros pasando por pícaros y gente que sencillamente buscaba un acomodo razonable para vivir. Muchos recibieron órdenes menores para beneficiarse del fuero eclesiástico y obtener así alguna rentilla, obligados por sus padres o por propia voluntad, tuviesen o no vocación religiosa. La intención reformadora de la Monarquía y de la propia Iglesia española era más que justificada y sincera. Ahí están, a modo de ejemplo, las biografías de Isabel de Castilla, Cisneros o santa Teresa de Jesús.
Entre las malas costumbres que se perseguían destaca la afición, tan extendida en aquellos años, al juego. Sirvan de muestra las Constituciones Sinodales de Córdoba, de 1521, que prohibían a todo clérigo "juegue ni publica ni ocultamente ni a los dados ni a las tablas ni a los naypes, ni esten presentes, ni assistan a los que juegan, ni les presten dinero ni otro precio ni cosa alguna para jugar, i tengan tableria en su casa donde otra gente se llegue". Entre otras penas los infractores se verían obligados a pagar 2.000 maravedíes, que no era poco, y dejarían de percibir "los frutos de sus beneficios y capellanías" hasta que no desmantelasen el tablaje de sus casas. El panorama de pagar una cuantiosa multa y, encima, sin cobrar un real era para cuestionarse la querencia al naipe. Otra cosa, que esto se permitía, era tener "algun poco de passatiempo" en juegos honestos y lícitos, siempre y cuando fuesen todos los participantes clérigos y no se adhiriese a la tertulia lego alguno "por el escandalo y mal ejemplo que dello se sigue".
Entre las malas costumbres que se perseguían destaca la afición, tan extendida en aquellos años, al juego. Sirvan de muestra las Constituciones Sinodales de Córdoba, de 1521, que prohibían a todo clérigo "juegue ni publica ni ocultamente ni a los dados ni a las tablas ni a los naypes, ni esten presentes, ni assistan a los que juegan, ni les presten dinero ni otro precio ni cosa alguna para jugar, i tengan tableria en su casa donde otra gente se llegue". Entre otras penas los infractores se verían obligados a pagar 2.000 maravedíes, que no era poco, y dejarían de percibir "los frutos de sus beneficios y capellanías" hasta que no desmantelasen el tablaje de sus casas. El panorama de pagar una cuantiosa multa y, encima, sin cobrar un real era para cuestionarse la querencia al naipe. Otra cosa, que esto se permitía, era tener "algun poco de passatiempo" en juegos honestos y lícitos, siempre y cuando fuesen todos los participantes clérigos y no se adhiriese a la tertulia lego alguno "por el escandalo y mal ejemplo que dello se sigue".
Se da el caso de que en Béjar, concretamente en un libro de fábrica, encontré las anotaciones hechas en ocasión de una visita obispal en el siglo XVIII en las que se condenaba precisamente el juego (entre otros). Parece ser que la sacristía era buena para ello, pues en ellas se organizaban timbas en las que participaban clérigos y seglares y en las que no faltaban el tabaco. De estas anotaciones tan graciosas escribí un artículo que colgué como primera entrada de mi blog.
ResponderEliminarSaludos
Vaya, vaya, así que tenían licencia para pasatiempos lícitos y honestos, pero estando ellos solos, que es mal ejemplo distraerse honestamente... Me ha gustado tanto su artículo de hoy, como recordar el del fraile que fue soldado, que he vuelto a leer. Un saludo muy cordial.
ResponderEliminarHabía mucha gente sin vocación. Ahí tenemos por ejemplo al Duque de Lerma, reconocido malhechor que expulsó a los moriscos para quedarse con sus bienes, abrazando el capelo cardenalicio para que la justicia no le metiera mano.
ResponderEliminarUn saludo.
En pocas palabras, jugar con o sin maravedíes, pero que la cosa quedara dentro venían a decir.
ResponderEliminarQue pillines!!
Un saludo!
Madre mía, la cosa sí que debía de estar extendida, si como dice Carmen se organizaban timbas hasta en las sacristías. Mire qué animadas andaban las iglesias.
ResponderEliminarFeliz fin de semana
Bisous
Grandes aficionados eran los españoles de la época a los "naypes" y los dados, una manera de evadirse de la triste vida que algunos llevaban, pero que podía arruinar grandes o pequeñas fortunas. A esta afición no escaparon grandes señores o incluso reyes, recuérdese como S.M. Católica don Felipe III pasaba horas jugando a las cartas (le dejaban ganar claro), y como no podía ser de otra manera también los clérigos cayeron en la ludopatía.
ResponderEliminarPor cierto que uno de los grandes centros productores de naipes fue el Marquesado del Final, enclave español en la costa ligur y puerto del Estado de Milán.
Un regio saludo.
Tendría mucho interés, doña Carmen, en leer su entrada dedicada al juego en la sacristía mencionada pero no consigo localizarla en su blog. Si me diese alguna pista para localizarla le quedaría agradecido.
ResponderEliminarMuchas gracias y saludos.
En cualquier caso era una opción más discreta. Las apariencias eran siempre importantes y más entre el clero de la época. Por cierto, lo que cuenta usted de Carolina Coronado en su blog es de Edgar Allan Poe.
ResponderEliminarMuchas gracias y saludos.
Y tanto, don Cayetano. El cardenalato de Lerma fue uno de los casos más evidentes en este sentido. Después, los clérigos de menores eran abundantísimos y llevaban vida completamente aseglarada.
ResponderEliminarSaludos y muchas gracias por su comentario.
Mejor, decían, no jugar y, si era imposible remediarlo, no con seglares. Dudo que se hiciese mucho caso a estas disposiciones.
ResponderEliminarSaludos y gracias don Lorenzo.
Era comprensible, Dame Masquée, en esas largas tardes de invierno, aburridas, buscar un rato de entretenimiento con los naipes. Tampoco serían apuestas muy crecidas, creo yo. Otra cosa eran las enemistades, juramentos y posibles disgustos que surgirían. Tengo, además, mucho interés por leer el artículo de doña Carmen.
ResponderEliminarMuchas gracias y reciba mis saludos.
No sabía lo de la producción de naipes en tierras de Milán. Y hay que ver, ¡con lo comedido que eran Felipe III!,
ResponderEliminarSaludos Carolus II. Y gracias.
Digno del él, desde luego, sí que és, señor del Retablo; pero en realidad viene contado por don Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), sobrino suyo, en una biografía de su tía: "Mi tía Carolina Coronado", publicada en Argentina en 1942. Saludos.
ResponderEliminarPerdona, no había visto el comentario hasta hoy. Me ha parecido buena idea volver a colgar esa entrada porque fue la tercera del blog y apenas tuvo comentarios por entonces.
ResponderEliminarSaludos
Muchas gracias por la referencia señor Desdelaterraza.
ResponderEliminarSaludos.
He podido leer la entrada y me parece magnífica.
ResponderEliminarGracias.
Sin duda pienso que la prohibición hacia los clérigos estaba encaminada a no esquilmar las arcas de la iglesia ya que otros "vicios" como la barraganería eran tolerados en mayor o menor medida.
ResponderEliminarFabulosa entrada, muchas gracias.
También procedieron con energía en la persecución de los amancebamientos, muy frecuentes entre los clérigos de menores.
ResponderEliminarMuchas gracias y saludos don Pedro.