AULAGAS




Las aulagas alegran las tardes de febrero. Tienen un color de librea de escudero o, si se quiere, de disfraz o disfrace, como decían en el siglo XVI, de carnaval. Pasear cerca de una ladera de aulagas levanta el ánimo y presagia el final del invierno. Si en la distancia, alborotan las perdices, ya lo tenemos todo. Estas plantas de flor amarilla -no sólo las aulagas sino también las retamas y genistas- tienen muchos nombres. En algunos casos se intuye su razón de ser pero en otros son un puro enigma. Unos, como montesina o marigüela, parecen de romance muy viejo o de pliego de cordel, de los que narraban crímenes, ajusticiamientos y grandes amores;  otros nombre, mencionan al santo de la estación, como yerba de san Blas, amigo de cigüeñas y sanador de gargantas. Por el color, la aulaga es también conocida, alegremente, como canario o canariera. Hay muchas denominaciones más: hallada, eulalia, santa jaulaga, abulaga, argoma, ulagino, cascaula, aulaga diente de perro, archilaga, ardeviejas, cardaviejas y rascaviejas. Fray Juan de Pineda, en su Agricultura cristiana, asegura que hubo una ley entre los antiguos griegos por la que se castigaba a los falsos testigos a la vergüenza pública y eran paseados coronados de hiniesta. Era algo que soportaban tan mal que "algunos se mataban para no pasar tal afrenta". 


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