LAS ESTEPAS DE ESPAÑA


 Don Eduardo Reyes Prósper (Valencia, 1860 - Madrid, 1921) fue catedrático de la Universidad Central de Madrid. En 1915 publicó, a expensas de la Casa Real, Las estepas de España y su vegetación (Sucesores de Rivadeneyra, Paseo de San Vicente, núm. 20, Madrid), una obra dedicada a Alfonso XIII "como iniciador y protector de los estudios esteparios españoles". Reyes Prósper recorrió las estepas españolas, más de 72.000 kilómetros cuadrados que, afirmaba, atesoraban "manantiales de riqueza" y que antaño estuvieron cultivadas o cubiertas de bosques. En su obra, además de su indiscutible valor científico, hay un marcado espíritu regeneracionista. Denuncia, con dolor, la apatía nacional ante estas grandes extensiones incultas y yermas, capaces de sostener millones de cabezas de ganado y que sólo mantenían algunos rebaños "que se crían casi en estado cimarrón". Un suelo baldío, decía, que producía escasa riqueza, mucha pobreza y pocos o ningunos soldados. Negaba que tal desolación fuese consecuencia de la fatalidad o debida al clima o a la falta de aguas. Todo estaba ocasionado por la pérdida, por desidia, de los recursos hídricos procedentes de las lluvias, de la superficie o del subsuelo. Esta situación, aseguraba, no existía en otras épocas, pues "he podido ver restos de bosques, de derruidas conducciones de agua, romanas o árabes, indicios claros de aguas subterráneas, y gran número de manantiales perdidos en la soledad esteparia". En sus viajes conoció grandes fincas, abandonadas por sus dueños, sólo dedicadas al cultivo del esparto y habitadas por desgraciados que malvivían en condiciones de pobreza, ignorancia y miseria. Todo esto podía cambiar siempre que los propietarios se formasen debidamente y viviesen buena parte del año en sus propiedades, "cosas repulsivas para muchos ricos terratenientes españoles".

Declaraba, con pesar, que esta situación era impropia de una nación culta. Había labradores que cosechaban mas de 5.000 pesetas anuales procedentes de su producción de cereales, vino y aceite y que no contaban con un solo libro de agricultura o plantas. Esta indolencia era la causa de que se necesitasen grandes fincas "y pagar miserablemente a los infelices cultivadores de sus tierras, para que encuentren beneficio en su absurdo y anticuadísimo modo de ejercer la cultura de los campos". Y, desde luego, no era razonable pensar que un propietario misérrimo o un bracero se dedicasen a leer cuando apenas podían comprar pan para sus familias. Consideraba un deber nacional estudiar y repoblar los campos: "ningún español culto debería morirse sin haber plantado un centenar de árboles y haber enseñado a leer a algún compatriota". El mensaje regeneracionista de despensa, escuela y obras hidráulicas estaba muy presente en la obra de Reyes Prósper.


                                                                                              

No fue nuestro catedrático un investigador de gabinete o un arbitrista de café sino que se lanzó a los caminos, como un ilustrado del XVIII, con esa pasión por recorrer parajes y paisajes propia de los del Noventa y Ocho, hasta el punto de volver de  tales excursiones "por comarcas insalubres" con la salud quebrantada. Eran muchas las leguas recorridas por largos y malos caminos, las malas noches, las jornadas de sol en las cabezas y las rutas embarradas en las que se atascaban los carros. El clima de la España esteparia no es especialmente suave. Cuenta nuestro botánico como, en el camino de Tarancón a Almendros, cuando estaba "herborizando por aquellas llanuras y cerros", tuvo que desvestirse convenientemente y lanzarse a ayudar a "una valiente mula", apresada en un barrizal. Después, tras una somera limpieza, siguieron con su tarea hasta que fueron obligados a cobijarse en una casa de labor que por allí había. Allí, unos labradores les dieron cuenta de cómo, en el mismo lugar donde se habían quedado atascados los viajeros, dos días antes, quedó apresado por las aguas y el barro un carro que trasladaba un difunto al cementerio, con tan mala fortuna que cayó la caja al suelo y el pobre muerto salió de mala manera de ésta. 

Reyes Prósper mostró un especial agradecimiento al Rey, al conde del Retamoso -"presidente de la Comisión esteparia" - a eminentes profesores, estudiosos y próceres provinciales pero también, y de manera muy especial, a la gente modesta de los pueblos y del campo que lo acompañaron por las estepas españolas. Así, en su estudio recuerda a Peñote, mayoral de los ganados de Retamoso, al Tío Melón, de Villacañas, "uno de los moradores más típicos de la Estepa central", tocado con una gorra de pellejo, amigo de refranes y consejas; a sus guías de Daroca, Gallocanta, Caspe, Chiprana, Bujaraloz, Calanda, Alhama y otros pueblos aragoneses, gente "de carácter tan rudo como el paisaje estepario que les rodea , por nobles, francos y veraces". Menciona a un tartanero y guía de Mancha Real, en la provincia de Jaén, y a su hijo Antonio, un muchacho inteligente, despierto, al que, en su opinión, debería pensionar el Ayuntamiento o la Diputación para sus estudios; a Campillos, su cochero en Daimiel; al tartanero de Vera y "a los viejos pastores de las estepas, ennoblecidos por el contacto constante de la Naturaleza, observadores de multitud de modalidades biológicas de las plantas que buscan o esquivan sus ganados, acogen con admiración y cariño al señor que comparte con ellos la soledad, los rigores de la intemperie, la alimentación sobria, el lecho duro y la curiosidad en conocer las maravillas de la vegetación". Reconocía haber aprendido mucho de sus observaciones sobre animales y plantas, aunque gran parte de sus explicaciones fuesen erróneas.

*Imágenes: BNE CC.


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