CASAS DE CONVERSACIÓN

 Tenemos una imagen equivocada del Barroco español. No todo eran calaveras, bayetas negras y agoreras meditaciones sobre las postrimerías. Las comedias, las zarzuelas, el rasgueo de las vihuelas, los toros y cañas, las luminarias y los fuegos artificiales también fueron parte de nuestro gran siglo XVII. La necesidad de oxigenar la vida no es monopolio de ninguna época. Tampoco las ganas de hablar que no faltaban a los españoles de entonces. Calderón menciona, en su También hay duelo en las damas las gratas noches de invierno “en buena conversación”.

Los caballeros del siglo XVII se reunían en las llamadas casas de conversación.  Allí se departía, se celebraban ocurrencias, se chismorreaba, se despellajaba al prójimo, se diseccionaban linajes, se celebraban concursos para resolver charadas y demás pasatiempos. También se organizaban rifas de guantes, baratijas, medias y hasta de bebidas y alimentos selectos. Además, por supuesto, los asiduos se entregaban al naipe aunque de una manera más discreta y selecta que en los tablajes o leoneras que eran garitos de ambiente más desgarrado y turbio donde los incautos podían salir desplumados y con un trasquilón o costurón de cuchillo de cachas amarillas o coloradas. Estas casas de conversación eran el precedente de los casinos de antes de la guerra que tanto preocuparon a los regeneracionistas, seminario de ociosos, laboratorios de tropelías, vivero de barbaridades y también, no hay que negarlo, de esparcimientos inocentes.

En Madrid hubo una casa de conversación a la que acudía lo más selecto de la Villa y Corte, incluidos grandes de España. Al frente del negocio estaban doña Elvira de Benavides y su supuesto hijo. Una noche de 1647 se armó allí una pelotera famosa, un ruido como se decía en la época, en la que el duque de Veragua y el duque de Ariscot, se encampanaron frente a un alcalde de Corte. Los dos aristócratas, a pesar de sus penachos, cimeras y cuarteles, fueron arrestados por la Justicia del Rey y debidamente remitidos a un castillo para su conveniente apaciguamiento. Preocupó mucho el lance al Consejo de Castilla que mandó desterrar a doña Elvira y, de paso, a su presunto hijo.


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