viernes, 8 de septiembre de 2023

ESTA PRECIOSÍSIMA ALHAJA DE LA LIBERTAD CIVIL


Los ilustrados españoles querían modernizar España sin fantasías, proyectos disparatados y utopías pastoriles. La imposibilidad de este proyecto histórico no se debió a oscuras conspiraciones de jesuitas, frailes y aristócratas reaccionarios, sino a la Revolución Francesa que sacó a Europa de quicio y, una vez desencajada, alteró fatalmente la evolución de las más avanzadas monarquías de la época. 

Los males de España, en vísperas de la Revolución, no eran muy distintos a los de Francia. Ésta era más rica, a pesar de la ruina de las finanzas reales, y más poblada aunque, quizás, la sociedad española era más estable. Las diferencias estamentales, todavía vigentes, eran menos ofensivas que en Francia. España tenía, además, una monarquía universal, un imperio bien gobernado y un potencial naval en ascenso. Sus posibilidades eran incalculables. Todo quedó en nada. 

Pedro Rodríguez de Campomanes era consciente de lo que estaba mal en España. En marzo de 1787, dos años antes de la Revolución, expresaba, en sus cartas al conde de Llerena, una reflexiones que resultan admirables por su lucidez y audacia. Afirmaba que para acabar con la pobreza del Reino había que simplificar el gobierno y “alargar la libertad del pueblo cuanto dictase la prudencia” pues la libertad “es el alma del comercio y de la felicidad de una nación". Había que extender "esta preciosísima alhaja de la libertad civil todo cuanto sea compatible con la felicidad y la quietud pública”. Difundir la libertad era, además, una medida de prudencia política pues “los hombres tratados como esclavos suelen concebir y lograr el arriesgado proyecto de hacerse temer de sus señores”. Nada de lo ocurrido en Francia desde 1789 debió de causarle sorpresa. 

Campomanes era también partidario de liberalizar la propiedad de los bienes raíces -vínculos y mayorazgos- y de “aminorar o extinguir los privilegios heredables", lo que habría supuesto un paso decisivo hacia la igualdad legal. Había que reformar, sanear y dar por caducado lo que caducado estaba. Sin regicidios, sin comités de salud pública y sin guillotinas. Hecho esto, declaraba, “espero en Dios que la España mudaría de semblante”. No pudo ser.

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