Los cementerios y las cercas de los templos, hasta treinta pasos alrededor, concedían inmunidad a los perseguidos. El presbítero don Antonio de Lobera y Abío, a mediados del siglo XVIII, trató el asunto que, entonces, era fuente de enconadas polémicas y diferencias entre los regalistas y los partidarios de que se respetase la inmunidad de los lugares sagrados. Menciona el presbítero el caso de un jabalí que, perseguido por "ElRey Don Sancho El Mayor de Navarra, y Castilla, gran cazador", se refugió en las ruinas de un templo que estaba bajo la advocación de san Antonio Mártir. Se amparó la criatura junto al lugar donde estuvo el altar mayor y eso le salvó la vida pues cuando se dispuso el Rey a lanzarle un venablo, su real brazo “quedó de tal fuerte entorpecido que no lo pudo menear”. Todo estaba bien claro: el jabalí estaba acogido a sagrado y gozaba de la protección divina que, al fin y al cabo, todos somos hijos de Dios. Después - tras apuros, rezos y ruegos- recuperó Don Sancho el gobierno del brazo pero también recibió la lección de “quanta reverencia se debe a los lugares; pues aunque estén arruinados, no quiere Dios, que ni aún un animal sea en ellos ofendido”.
( El suceso en: Lobera y Abío, Antonio, El porqué de todas las ceremonias de la Iglesia y sus misterios, 1758)
Se llamaba don Luis Fernández. Ejerció el oficio de visitador general de tintes del Reino cuando acababa el Antiguo Régimen. Inició su tarea cuando reinaba la devota, ilustrada y cazadora majestad de Carlos III, padre de sus pueblos. Supongo que las obligaciones de este oficio, consistirían en fiscalizar y contrastar la calidad de los tintes para evitar fraudes y desengaños. Nada más dieciochesco y de mayor utilidad pública. Los tintes, antes de que los químicos alemanes democratizasen las posibilidad de vestir ropas de colores, eran caros y escasos, frecuentemente de origen exótico. Me pregunto si el colorido de majas, currutacos y chisperos goyescos debió algo al rigor y a los desvelos de nuestro visitador. Tenía que saber mucho del añil, del índigo, la grana o la cochinilla. Vivió don Luis cuatro reinados -no cuento el del Intruso-, sobrevivió a la guerra y quizás admiró secretamente los colores de coraceros, dragones y mamelucos. En aquellos días de revoluciones y reacciones, abraz
Me ha encantado
ResponderEliminarMil gracias, doña Aurora.
ResponderEliminarEl jabalí no entendía de lugares sagrados. Pero he aquí que se le ocurrió refugiarse en las ruinas de una iglesia y eso le salvó de las manos de su verdugo. Que el brazo del rey quedase paralizado o no es cosa de la leyenda.
ResponderEliminarUn saludo