lunes, 8 de octubre de 2018

MERCED COMO ESPERA DE SUS REALES MANOS

Don Diego de Monroy fue regidor de Madrid y caballero de Santiago. Vivió durante el reinado de Felipe IV. Fue movilizado, al igual que otros hidalgos entre 1638 y 1642, para participar en distintas guerras. Don Diego empuñó las armas, en el fatal año de 1640, en la campaña de Cataluña, montado y armado a su costa y sin sueldo alguno “ayándose en todas las ocasiones de más riesgo como consta de sus certificaciones y aprovación de sus superiores”. En 1642, cuando seguía la Monarquía rodeada de enemigos y en guerra con media Europa levantó una compañía de infantería española “con gran gasto de su hacienda”. Hombre de linaje y poca hacienda se vio con hábito y pobre, por lo que pidió el favor del Rey. Ante otros, estos españoles del siglo XVII, se dejaban morir de hambre pero no ante su señor natural. 

Comenzó por solicitar una encomienda de la Orden de Santiago o, si no podía ser, una plaza de caballerizo real con sus gajes, un corregimiento u “otra cualquier cosa que Vuestra Magestad fuere servido con que remediar la necesidad que padece que es muy grande que, demás de ser obra de la grandeza de Vuestra Magestad, recibiera onrras, merced como espera de sus Reales manos”. Para dar más fuerza a su pretensión, don Diego recordó en su memorial los méritos de sus mayores y que, tanto él como su padre en el ejercicio de sus regidurías, habían votado a favor de la concesión de servicios y demás cargas “que fueron muchos y muy considerables” para financiar los grandes gastos de la Monarquía. No todos los regidores y caballeros veinticuatro habían sido tan obedientes y hubo cabildos municipales, como el de Jaén, a los que costó mucho convencer y doblegar para que transigiesen con más tributos. A veces se utilizaban las presiones y a veces también las mercedes para doblegar voluntades. Don Diego recordó al Rey que, a diferencia de otros caballeros, ellos nada habían recibido “y el suplicante padece gran necesidad”. No era cosa de conveniencia el seguir callado. No se lleve, sin embargo, el lector a engaño. Tras la supuesta pobretería de nuestro hidalgo es posible que no hubiese otra cosa que aprietos, deudas, bienes hipotecados con censos, falta de dinero en metálico y dificultades para llevar el estilo de vida que se consideraba apropiado para un noble. La pobreza era y es, siempre, relativa. Además, en la España del siglo XVII no se consideraba vergonzosa ni incompatible con la hidalguía. Los calvinistas, a los que lo de la hidalguía les importaba poco, pensarán de otra manera como es sabido. A cada cual lo suyo. El prestigio procedente del linaje permanecía mucho tiempo en la España de Velázquez, a pesar de los altibajos y los días de mejor o peor fortuna. 

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