PRINCESA TAN RECOGIDA Y TAN RELIGIOSA
Escribió el padre Pedro de Rivadeneira que Arturo de Inglaterra entregó su alma a Dios, cuando frisaba los dieciséis años, por una "calentura lenta". Quedó Catalina de Aragón viuda y allí, en esas islas, volvió a casar con Enrique VIII, hermano del muerto. Rivadeneira, que vivió entre ingleses, hizo un retrato admirable -con sutilezas de jesuita- de Catalina y desentrañó, con fría precisión, las consecuencias de un matrimonio entre personas de "costumbres desemejantes". Fue Catalina de Aragón una mujer inteligente, sensata y virtuosa. Muy consciente de su dignidad real. No era para menos: sobre las espaldas de su Casa -con el recuerdo de la hermana loca y el hermano malogrado en su mocedad- se cargaba un imperio en ciernes, el vivido milagro de la España que veía morirse la Edad Media y alumbrar nuestro gran siglo XVI. Otro era el aire de Enrique VIII, descrito como "mozo brioso, dado a pasatiempos, liviandades y de las mismas criadas de la Reina tenía d...