EL LETRADO EN SU ORATORIO
Siempre asociamos la religiosidad barroca con escenarios públicos, urbanos y fastuosos. Las formas externas de la vida religiosa, sin embargo, convivían con otras devociones y prácticas piadosas caracterizadas por la introspección y el rigorismo. Bien puede servirnos, para fundamentar lo expuesto, lo recogido en la hagiografía de la Venerable Gabriela de San José, una carmelita descalza nacida en Granada en 1628*. Su padre, don Juan Correa de Tapia, era
abogado de los Reales Consejos y ejercía en la Real Chancillería. Hombre de ánimo sombrío, sólo abandonaba sus alegatos y dictámenes, para rezar el Rosario y recogerse en “la soledad del
Oratorio”. En su casa se “frequentaban mucho los Santos Sacramentos,
siguiendo su exemplo los hijos, y
criados” además de "tener dos
horas de oración mental todos los días, una a la mañana, y otra a la tarde,
junta en el oratorio toda la familia”. La Venerable Gabriela de San José comenzó desde los ocho años a cumplir los más ásperos ayunos y mortificaciones. A los catorce ya estaba iniciada en la oración mental. La voluntad de alejamiento del mundo marcaba el tono de la vida del letrado, quizás harto de pleitos y curiales: “teniamos –recordaba la religiosa- la Misa en casa, haziamos una
vida como si fueramos monjas; porque en casa confesabamos y comulgabamos, y a ello
venían los confessores, hombres afamados en letras y oracion, y nos governaban.
Saliamos de casa pocas vezes, y esso una octava del Santisimo y otros dias
semejantes, que era precisso ir a la Parroquia”.
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*M.R.P.
Manuel de San Jerónimo, Edades, virtudes, empleos y prodigios de la V. M. Gabriela de San José, religiosa
carmelita descalza en su convento de la Concepción de la misma Orden de la
Ciudad de Úbeda, Imprenta de Tomás Copado, Jaén 1703.
Había de todo como en botica.
ResponderEliminarUn saludo.
Los ejercicios espirituales eran una parte fundamental de la vida de los españoles, de cualquier clase, del Barroco. Aunque había algunos que lo llevaban al extremo con esas rigurosas "mortificaciones" que nos nombra usted hoy y que debieron ser terribles ejercicios de flagelación.
ResponderEliminarUn saludo.
Parece bien ganada su condición de Venerable. Y nada extraño dado el ascetismo imperante en el hogar de aquel hombre de ánimo sombrío.
ResponderEliminarUn saludo.
No es extraño que el tal D. Juan fuera un hombre de animo sombrío. También debía ser sombría su casa y todos los que ella moraban. Pensaría sin duda, D. Juan, que la alegría era perniciosa y poco compatible con los ayunos y las mortificaciones.
ResponderEliminarSaludos
Muchas eran las familias en las que la religión era el centro de su pequeño universo familiar y público. Así no es extraño que proliferasen mujeres y hombres que querían entrar en religión desde la más tierna edad y que la obsesión por acercarse a Dios se trocase en misticismos agudos y paroxismos cercanos al grupo de los alumbrados tan perseguidos por el Santo Oficio.
ResponderEliminarUn saludo
Es verdad, don Cayetano. La religiosidad barroca era muy compleja y tenía manifestaciones de lo más variado.
ResponderEliminarSaludos.
Sobre las disciplinas y los disciplinantes,por cierto, escribí un a entrada hace un año:http://retablodelavidaantigua.blogspot.com.es/2014/04/disciplinas-y-disciplinantes.html
ResponderEliminarSaludos Carolus Rex
Un ambiente tenebrista que no, necesariamente, tenebroso.
ResponderEliminarMis saludos, señor DLT.
Creo que el Letrado en cuestión era un puritano. El espíritu de Port Royal y, a su manera, el de Cromwell también se dio dentro de la más pura ortodoxia católica.
ResponderEliminarSaludos, doña Ambar.
La línea entre lo que podríamos llamar una devoción normal y los excesos era muy delgada y no siempre fácil de delimitar. El Santo Oficio y las autoridades eclesiásticas en general no le quitaban ojo de encima a muchas de estas monjas.
ResponderEliminarSaludos, doña Carmen.