LUCES DEL 98
La noche cuenta tanto como el día y cada época tiene su luz. La luz en el Madrid del 98 era la de los arcos voltaicos de la Estación de Mediodía, también la originada por las bombillas de señales en las vías férreas o la de las mariposas de corcho, navegando como buques perdidos en agua y aceite. La luz del 98 relumbraba, modestamente, en faroles de petróleo, velas, quinqués de petróleo de sube y baja, a veces con pantalla blanca. Las sombras de la Villa y Corte se rompían por las llamaradas de las chimeneas de la Fábrica del Gas de Madrid, del gas que alimentaba los mecheros de las calles, envueltos en fundas blancas con fosforescencias de fuego fatuo. Aceras vislumbradas por faroles de sereno en las madrugadas de aguardiente, bohemia e infamia, velas de cera y sebo, venerables velones de aire velazqueño y humildes candiles de hogares proletarios. Baroja describió, con maestría, las luces lúgubres del Hospital General y las -tímidamente- frívolas de los escaparates modestos. También los farolillos de verbena o los que encendieron en la jura de Alfonso XIII,
Por el día somos más parecidos, pero por la noche es cuando se ven las grandes diferencias entre épocas.
ResponderEliminarUn saludo.
Quizás con algunos apagones podríamos revivir las tertulias familiares.
ResponderEliminarUn abrazo.
La vivencia de la noche en ciudades y pueblos era absolutamente diferente. Hasta los ruidos, los ladridos, los pasos, se tenían que percibir de manera completamente distinta.
ResponderEliminarSaludos y gracias, don Cayetano.
Y Max Estrella paseando su desencanto por la noche madrileña, iluminada por el "parpadeo azul del acetileno" de la taberna de Pica-Lagartos o paseando por calles mal iluminadas donde “la Niña Pisa-Bien se materializa bajo un farol con su pregón de golfa madrileña” o charlando con Don Latino de todo y de nada bajo el "temblor verde y macilento" de los faroles. O en el Café Modernista, donde “las sombras y la música flotan en el vaho de humo y en el lívido temblor de los arcos voltaicos”. Allí se encuentra con un Rubén que siente la amargura de la vida y tiene “un gesto egoísta de niño enfadado”. Y, fuera, la luna, que desde los tejados parte la calle en dos. Luces y sombras de una bohemia imposible. Magnífica su entrada. Me encantó. Saludos.
ResponderEliminarOtro mundo era el que se escondía tras esa lúgubre iluminación. O el mismo mundo percibido entre sombras.
ResponderEliminarSaludos luminosos, caballero!
Las sombras se intuían peligrosas. Las mujeres de casta moral se recogían pronto en sus casas y cosían a la luz del candil mientras los hombres de la familia bebían un vaso de vino a la espera de la cena. Baroja es único describiendo aquellos años y usted ha hecho una magnífica entrada.
ResponderEliminarSu aportación, señor de Chimista, confirma mis sospechas sobre la particular luz del 98.La naturaleza de la iluminación nocturna nos indica, mucho mejor que la claridad del día, los enormes abismos abiertos por el tiempo.
ResponderEliminarMis saludos y muchas gracias.
De la misma forma, doña Carmen, usted conoce bien la luz del Londres victoriano, o la alegría del West End eduardiano. Cada tiempo con particular ilumniación.
ResponderEliminarReciba usted mis más considerados saludos y mi agradecimiento.
Desde luego, doña Mari Pi-R, no se puede hablar, conspirar, poner de vuelta y media al prójimo o incluso rezar, con una luz que con otra. Es quizás una clave fundamental para la evocación de la vida de antaño.
ResponderEliminarReciba usted mis saludos y mi agradecimiento por sus palabras.
Y el esbozo de ese ambiente, realizado por usted con su comentario, es impecable.
ResponderEliminarQuedo muy agradecido, doña Ambar. Mis más cordiales saludos.
Y tanto. Qué distintas debieron ser aquellas noches comparadas con las de la radiante contaminación lumínica de hoy en nuestras ciudades. Y sin ir tan lejos en el tiempo, recuerdo como de niño, en un pequeño pueblo de Castilla, donde un tío mío era veterinario, la tenua luz rojiza de una solitaria bombilla, colgada en medio de una calle, confería al lugar una aspecto, quizás muy parecido al de aquellos tiempos.
ResponderEliminarDesde luego lo de los arcos voltaicos debía ser un auténtico espectáculo.
Un saludo.
Con nuestros ojos acostumbrados a la luz eléctrica que inunda las calles y plazas de nuestras ciudades se nos hace casi imposible imaginar lo que sería la vida sin ellas. En otros tiempos en cuanto anochecía el tránsito era casi imposible y los asaltosa y muertes se cernían en cada esquina.
ResponderEliminarUn saludo
Estoy completamente de acuerdo con su descripción, señor DLT. También tengo yo lejanos recuerdos de viajes en los que la presencia de los pueblos sólo era anunciada por unas pocas bombillas. La luz era símbolo de progreso, de civilización. También el consumo de energía eléctrica era muy medido por su alto coste. En las casas no se encendían con la alegría actual tantas pantallas, lámparas y puntos de luz.
ResponderEliminarMis saludos, y muchas gracias por su valioso comentario.
Su apreciación es completamente precisa y pertinente. Lo irrecuperable de la Historia estriba en esos detalles, en la imposibilidad de descubrir esos matices que van más allá de nombres y fechas.
ResponderEliminarMis saludos, doña Carmen, y muchas gracias.