MÁS SOBRE AFEITES BARROCOS
Quevedo escribía a doña Inés de Zúñiga y Fonseca, condesa de Olivares, y le describía algunas de las calidades que debía tener una mujer ideal. Decía no tener predilección por blancas o morenas, pelinegras o rubias "solo quiero que, si fuere morena, no se haga blanca; que de la mentira es fuerza más andar sospechoso que enamorado". Quevedo no era amigo de tintes. Zahería sin cuartel a los que ocultaban sus canas, ya fuesen hombres o mujeres. Tampoco era partidario de los afeites y maquillajes a los que tantas españolas se aficionaron -y hacían bien- en siglos pasados. Respecto a los chapines decía: "son afeite de la estatura y la muerte de los talles, que todo lo igualan".
Aparte de su probable misoginia, de todos era conocida la aversión de Quevedo hacia afeites y potingues disimuladores de la edad. Hay un poema célebre donde dedicó unos duros versos a una vieja pintada, a quien calificó de "clavel almidonado de gargajo".
ResponderEliminarUn saludo.
Así es, don Cayetano. Y, como usted bien sabe, no es la única composición dedicada a atacar a los que encubrían con artificios sus años.
EliminarSaludos y gracias.
Quevedo, vivo hoy, se daría a la mala vida ante esta epifanía de culto al cuerpo.
ResponderEliminarSaludos -con mis canas intactas-
Creo que Quevedo habría disfrutado en estos tiempos. Y habría sido implacable.
EliminarSaludos y muchas gracias, doña Amaltea.
Si levantasen la cabeza y viesen que ahora todo es ficción y fingimiento, pensarían que los hombres y las mujeres no han cambiado tanto, a pesar de todo.
ResponderEliminarUn saludo
Casi nada cambia, en el fondo. Ficción y fingimiento: una perfecta reflexión barroca.
ResponderEliminarMis saludos y gracias.