IGNACIO EL CORTESANO
Contaba Juan Alfonso de Polanco de san Ignacio de Loyola en sus años de mocedad: "como todos los jóvenes que viven en la corte y se hacen fanáticos por las cosas militares, era bastante libre en los asuntos amorosos, del juego y del honor". Ribadeneyra describió al Santo, antes de su conversión, como "un soldado desgarrado y vano", atento al cuidado de sus manos, su jubón y su birrete. Eran los rasgos propios del hombre de armas, aristocrático, del siglo XVI. Algo de este sentido de la elegancia le debió de acompañar siempre. Después vendrá la acción de Pamplona, el 21 de mayo de 1521, y será llamado a servir bajo otra bandera.
Precisamente por las heridas recibidas en la pierna izquierda, le quedaron dos deformidades, segun Ribadeneyra:" un hueso que le salía debajo de la rodilla feamente" y la cortedad de la propia pierna. Le extrajeron en la cura "veinte pedazos de huesos". No podía el santo "andar ni tenerse sobre sus pies". Al ser "mozo lozano y polido, y muy amigo de galas y de traerse bien" y dispuesto a continuar su carrera militar, aceptó que le cortasen el hueso que sobresalía "por cumplir con su gusto y apetito". No aceptó que lo atasen por considerarlo medida indigna de su valor. Procedieron los cirujanos a cortar lo convenido y allí aguantó san Ignacio, en el hule, "sin menearse ni boquear, ni dar alguna muestra de flaqueza de corazón". No podía ser de otra manera. Era un militar del siglo XVI.
Las heridas y arreglos que le hicieron no pudieron evitar que cierta cojera le acompañase durante toda su vida. Al parecer, se valía bien, a pesar de este achaque, y mantuvo un porte no exento de marcialidad. No era nada rara, además, esta carga entre soldados viejos y probados.
Precisamente por las heridas recibidas en la pierna izquierda, le quedaron dos deformidades, segun Ribadeneyra:" un hueso que le salía debajo de la rodilla feamente" y la cortedad de la propia pierna. Le extrajeron en la cura "veinte pedazos de huesos". No podía el santo "andar ni tenerse sobre sus pies". Al ser "mozo lozano y polido, y muy amigo de galas y de traerse bien" y dispuesto a continuar su carrera militar, aceptó que le cortasen el hueso que sobresalía "por cumplir con su gusto y apetito". No aceptó que lo atasen por considerarlo medida indigna de su valor. Procedieron los cirujanos a cortar lo convenido y allí aguantó san Ignacio, en el hule, "sin menearse ni boquear, ni dar alguna muestra de flaqueza de corazón". No podía ser de otra manera. Era un militar del siglo XVI.
Las heridas y arreglos que le hicieron no pudieron evitar que cierta cojera le acompañase durante toda su vida. Al parecer, se valía bien, a pesar de este achaque, y mantuvo un porte no exento de marcialidad. No era nada rara, además, esta carga entre soldados viejos y probados.
Pone los pelos de punta leer estos testimonios de arrojo y valentía de los hombres de otro tiempo, que yo considero hechos de otra pasta.
ResponderEliminarUn saludo
Es duro leer cómo a alguien le hacen una intervención tan desagradable y no muestra ni una pizca de dolor.
ResponderEliminarSupongo que tiene que ver con otra concepción sobre el dolor y sobre la propia muerte que hoy no tenemos.
Interesantes testimonios. Que disfrutes del día. Un saludo.
Lo que no sé es cómo podían aguantar tanta penalidad y dolor.
ResponderEliminarAprovecho que interrumpo brevemente las vacaciones, para pasar por su blog y saludarle
Feliz verano.
En el relato de Ribadeneyra existiría, además, la idea de la resignación y la conformidad frente a la adversidad, propia del camino a la santidad.
ResponderEliminarSaludos, doña Carmen.
La relación con el dolor tenía que ser necesariamente distinta. Lo mismo que con la visión de la muerte.
ResponderEliminarMis saludos Anónimo Castellano.
No habían conocido otra cosa. Además su contextura moral era mucho más sólida.No eran tan quejumbrosos. Gente de otro tiempo.
ResponderEliminarQue tenga vd. unos estupendos días de vacaciones también, don Cayetano.
Es como si estuvieran hechos de otra pasta. Quizás fuera así.
ResponderEliminarUn saludo.
Es lo que actualmente se dice de los toreros. Yo creo que, sencillamente, son valientes.
ResponderEliminarSaludos, señor DLT
La relación con el dolor es un asunto muy interesante, para mí más interesante que la valentía, con la que puede estar relacionado. Resumiento, se me ocurre que la valentía es previa, tiene que ver con la intención y, por eso, a la hora de la verdad (la del dolor, físico o moral) descubrimos si era un espejismo o no. Qué cosas hacemos para soportarlo... o para no soportarlo. Cuánto nos dice de nosotros mismos.
ResponderEliminarSaludos de su lectora.
Desde luego, ante el dolor no hay fantasmas. Padecerlo es vivir una dura escuela de realismo. No es lo mismo la valentía ante el dolor creo que la resistencia al dolor. Aunque existe una estrecha relación entre ambas. La primera es una cualidad moral, la segunda puede tener más una naturaleza biológica. También creo que es interesante la relación de la visión del dolor con la circunstancia histórica. La decisión de san Ignacio, con ser admirable también en su tiempo, no resultaría insólita en pleno siglo XVI.
ResponderEliminarMuchas gracias por su escrito, doña Olga.