EL VIAJE DE INVIERNO
El 20 de marzo de 1787 escribía Leandro Fernández de Moratín a Juan Ceán Bermúdez, desde Montpellier: "Por nuestro amigo sabe usted ya los trabajos que pasamos en nuestra salida. En mi vida he visto peor mes de enero, ni más nieve, ni más inmediato peligro de quedar sepultados en ella el coche y mulas y cofres y cuanto llevábamos. ¿Qué podía esperarse caminando entre Reyes y San Antón, por una tierra tan fría, tan castigada de la naturaleza y tan abandonada de los hombres?". Se refiere, camino de Zaragoza, a la cuesta de Paredes, Angón, Trijueque, Jirueque, La Rebollosa y el campo de Barahona "donde las brujas celebran a menudo sus nefandos aquelarres". Muy comedido era Moratín. Viajar en invierno en el siglo XVIII o el purgatorio en vida. Malas posadas, peores ventas, cargo y data de las bolsas, miradas aviesas de arrieros, peores palabras, juramentos, líos de trajinantes, recuas cerriles, cebaderos mordedores, perros con mataduras, lidia de chinches, noches en vela, chimeneas de mal tiro, estancias ahumadas, capotes que no se secaban nunca, navajas de muelles, lobos con desasosiego en la panza, borceguíes fríos al alba, caldos avinagrados pagados a precio de trasañejo, costalazos en el camino, pontones que se llevó el río y pedradas a la salida de las aldeas. Causa admiración, hoy que es víspera de san Antón y mal día para hacer camino, que no dejasen de viajar aquellos benditos ilustrados, españoles dolientes, con sus cuadernos en el bolsillo de la casaca.
Los españoles de entonces estaban, sin duda, hechos de otra pasta.
ResponderEliminarSaludos
Y observe usted que incluso personajes de vida regalada como Moratín aguantaban lo suyo en los viajes.
ResponderEliminarEn aquellos tiempos la gente tenía que pasar verdadero frío. Lo que ocurre es que también es cierto que estaban acostumbrados. Ahora nos hemos vuelto más delicados.
ResponderEliminarUn saludo.
Supongo que no conocían otra vida mejor. Deberían haber bajado al Sol del Sur. Se está más calentito.
ResponderEliminarY ahora paso a buscar esas palabras antiguas y casí perdidas que no entiendo de su relato. Y no crea, le agradezco el tener que hacer el "esfuerzo".
Un saludo cordial.
Desde luego, señor del Retablo. A las inclemencias y las incomodidades de caminos y carros había que sumar el peligro de las gentes: arrieros de mirada aviesa, juramentos y malos modos.
ResponderEliminarToda una odisea ir de un lugar a otro.
Saludos.
Me puedo imaginar los fríos de aquel tiempo imaginando los que estos días hemos sufrido en Madrid, pero sin calefacciones, estufas, etc...y lo peor sería para las pobres gentes del pueblo llano.
ResponderEliminarUn regio saludo.
Con la costumbre y todo debían de pasar un frío de campeonato, a duras penas aliviado por unos tristes braseros.
ResponderEliminarSaludos don Cayetano.
Confío en que sean de su agrado estas palabras de otro tiempo.
ResponderEliminarSaludos don Lorenzo.
Para pensárselo señor de la Terraza, para pensárselo.
ResponderEliminarImagine usted los inviernos, por ejemplo, en Madrid. Se harían larguísimos.
ResponderEliminarSaludos Carolus.
Asombro y respeto por quienes eran capaces de viajar en condiciones tan penosas. Y lo hacían con el ánimo de aprender, catalogar y registrar, es decir que las circunstancias por malas que fueran no disuadían del empeño, el conocimiento era superior a los peligros e incomodidades. ¡Qué lejos estamos de ellos los viajeros del siglo XXI.
ResponderEliminarMe ha encantado la entrada.
Coincido con sus apreciaciones doña Amaltea. Era admirable su curiosidad intelectual.
ResponderEliminarSaludos.
No es Nicolás el autor de la carta, sino su hijo Leandro.
ResponderEliminarTiene usted toda la razón. Rectificado queda el desliz.
ResponderEliminarSaludos y muchas gracias.