ALGUNOS DATOS SOBRE MESONES
Los mesones eran establecimientos cuyo fin era alojar a los viajeros. Tenían menos categoría que las fondas y las posadas y se diferenciaban de las ventas en que éstas estaban en despoblado. Podían ser de propiedad concejil, señorial, eclesiástica y también particular. Poco se podía esperar de un mesón. O mucho, según se mire. El viajero recibía techo y cobijo para descansar, dormir o, por lo menos, pasar la noche. En el mesón no se proporcionaba ni vino ni comida pues el alojado debía traerlos por su cuenta. Las ordenanzas municipales y la costumbre establecían que el vino se comprase en las tabernas y la sustancia en figones y bodegones. También cabía la posibilidad de adquirir algún platillo o golosina en los numerosos puestos ambulantes si se trataba, naturalmente, de una población de importancia. En la aldea prevalecía la escasez más que la abundancia.
Los mesones no eran caros. Sus precios, muchas veces fijados por el pertinaz intervencionismo de los gobiernos municipales, debían estar expuestos al público en la correspondiente tablilla. El mesonero solía contabilizar en el correspondiente cuaderno la paja y cebada consumidas por cada caballería. A través de una tasa, establecida para Jaén en 1627, conocemos algunos datos al respecto: el mesonero estaba obligado a mantener las camas limpias, con dos sábanas, colchón de lana, jergón, dos almohadas y un cobertor. Debía suministrar a los viajeros agua, fuego, sal y manteles limpios, "sin llevar cosa alguna". Por pasar la noche se pagaban 16 maravedíes. Por cada mozo de camino y cabalgadura que trajese el viajero cuatro maravedíes. Estos mozos no tenían derecho a dormir en cama alguna, pudiendo agenciarse un acomodo con las albardas y las mantas de camino. El caminante pagaría por cada noche y cama ocho maravedíes. Nada se cobraba a trajineros y arrieros salvo el forraje de sus acémilas. Tampoco al transeúnte que se limitase a parar para descansar y almorzar sin pernoctar. No podía haber moza de servicio alguna por salvaguarda de su honra y, también, para evitar pecados públicos y demasías pues no eran los mesones casas de mancebía que las había, y muchas, a costa de los concejos.
Los viajeros solían dormir, los más, en zaguanes y establos. Con un poco de suerte, en los inviernos, en bancos o poyos junto a la cocina de amplia campana. Si tenía mal tiro la chimenea todos amanecían bien sahumados. Los cuartos eran descritos por Saint Simon como "boquetes oscuros y cámaras", cabe pensar que sin ventilación exterior, al uso de la época. Recomendaba dicho personaje llevar en los viajes una cama desmontable e instalarse discretamente en los zaguanes. El ruido era de purgatorio, con arrieros dando voces entre naipe y naipe, rasguear de vihuelas mal templadas y el trasiego de cuartillos de vino con sopas de ajo. En fin todo muy poco pulido. Imaginemos lo que pasaría por la cabeza de Saint Simon. No era el rococó en su esplendor. Pero mejor allí, a buen recaudo, que pasando, a cuerpo gentil, la noche oscura del siglo XVII.
Las referencias a la tasa de 1627 en: Ángel Aponte Marín, "Algunos datos sobre mesones de Jaén en los siglos XVII y XVIII", en Senda de los Huertos, 26, 1992.
Los mesones no eran caros. Sus precios, muchas veces fijados por el pertinaz intervencionismo de los gobiernos municipales, debían estar expuestos al público en la correspondiente tablilla. El mesonero solía contabilizar en el correspondiente cuaderno la paja y cebada consumidas por cada caballería. A través de una tasa, establecida para Jaén en 1627, conocemos algunos datos al respecto: el mesonero estaba obligado a mantener las camas limpias, con dos sábanas, colchón de lana, jergón, dos almohadas y un cobertor. Debía suministrar a los viajeros agua, fuego, sal y manteles limpios, "sin llevar cosa alguna". Por pasar la noche se pagaban 16 maravedíes. Por cada mozo de camino y cabalgadura que trajese el viajero cuatro maravedíes. Estos mozos no tenían derecho a dormir en cama alguna, pudiendo agenciarse un acomodo con las albardas y las mantas de camino. El caminante pagaría por cada noche y cama ocho maravedíes. Nada se cobraba a trajineros y arrieros salvo el forraje de sus acémilas. Tampoco al transeúnte que se limitase a parar para descansar y almorzar sin pernoctar. No podía haber moza de servicio alguna por salvaguarda de su honra y, también, para evitar pecados públicos y demasías pues no eran los mesones casas de mancebía que las había, y muchas, a costa de los concejos.
Los viajeros solían dormir, los más, en zaguanes y establos. Con un poco de suerte, en los inviernos, en bancos o poyos junto a la cocina de amplia campana. Si tenía mal tiro la chimenea todos amanecían bien sahumados. Los cuartos eran descritos por Saint Simon como "boquetes oscuros y cámaras", cabe pensar que sin ventilación exterior, al uso de la época. Recomendaba dicho personaje llevar en los viajes una cama desmontable e instalarse discretamente en los zaguanes. El ruido era de purgatorio, con arrieros dando voces entre naipe y naipe, rasguear de vihuelas mal templadas y el trasiego de cuartillos de vino con sopas de ajo. En fin todo muy poco pulido. Imaginemos lo que pasaría por la cabeza de Saint Simon. No era el rococó en su esplendor. Pero mejor allí, a buen recaudo, que pasando, a cuerpo gentil, la noche oscura del siglo XVII.
Las referencias a la tasa de 1627 en: Ángel Aponte Marín, "Algunos datos sobre mesones de Jaén en los siglos XVII y XVIII", en Senda de los Huertos, 26, 1992.
Luego nos quejamos del trato recibido o de las habitaciones de los hoteles de hoy.
ResponderEliminarUn saludo.
La habitación de un hostal normal habría sido estancia palaciega de libro de caballerías para un arriero del XVII.
ResponderEliminarY me alegro mucho de volver a saludarlo, don Cayetano.
Que curioso. Solo un lugar para descansar o pasar la noche. Ni comida ni bebida, y mucho menos, poder cachear las nalgas a las mozas de servicio. Vaya...
ResponderEliminarDeberíamos darle en lectura sus escritos a aquellos que dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Un afectuoso saludo.
Me ha encantado este artículo. Aquellos viejos mesones resultan de lo más inspiradores. Pero lo que me parece muy caro era lo que cobraban por cada mozo, teniendo en cuenta las condiciones en las que debían dormir. Casi deberían más bien pagarles por aceptarlas!
ResponderEliminarBuenas noches
Bisous
No crea usted que era cosa de broma tal prevención pues, también, se trataba de protegerlas de serios peligros ya que por los mesones pasaba gente de todo tipo, incluidos tipos brutales y de mala condición.
ResponderEliminarReciba usted mis saludos.
Pues dos sábanas, colchón de lana, cobertor y dos almohadas no está nada mal para ser lugares de segunda. Un saludo cordial.
ResponderEliminarCualquier hotel de los malos de hoy sería mejor que un mesón del XVII, pero sin duda, también se debían vivir experiencias de todo tipo. Como toda la España barroca no abundaban tampoco aquí la limpieza (física y de espíritu).
ResponderEliminarUn saludo tras mi vuelta de las vacaciones.
No eran lugares especialmente acogedores, aunque cuatro maravedíes no era mucho dinero.
ResponderEliminarMuchas gracias Dame Masquée. Y reciba mis saludos.
También me ha llamado la atención este hecho, señor DLT. Las habitaciones debían de ser muy pocas y se buscaría más el resguardarse que la comodidad.
ResponderEliminarSaludos y gracias.
Ser mozo de mesón debía de ser una buena escuela para la vida.
ResponderEliminarY espero que haya usted tenido unas buenas jornadas de vacaciones Carolus II.
Saludos.
Curiosa división entre tabernas, mesones, ventas, bodegones, posadas y demás lugares de alojamiento y paso casi diario de los vecinos y paisanos de otros tiempos. Me da en la nariz que buenas historias debieron de ocurrir entre sus muros, reales o inventadas... Y si no que se lo digan al bueno de don Miguel y su don Alonso Quijano...
ResponderEliminarSaludos
Cervantes conocía ese mundo de manera directa. Y la descripciones del Quijote, también en ese sentido, son muy valiosas.
ResponderEliminarMuchas gracias doña Carmen. Y reciba mis saludos.
Me ha encantado el post. Un placer haber dado con este blog.
ResponderEliminarSaludos,
Muchas gracias y reciba usted mis más cordiales saludos. Paso a leer su blog.
ResponderEliminar¡Qué panorama! Literariamente puede resultar inspirador, pero imaginarse allí es una tortura. Eficaz, su texto. Uno ve, huele y toca esos mesones.
ResponderEliminarSaludos de su lectora.
Para cualquiera de nosotros sería bastante insufrible el ambiente de un mesón del XVII. Aunque no perderíamos ni un solo detalle de ese mundo. Y muchas gracias por su comentario doña Olga. Reciba los saludos de su seguro lector.
ResponderEliminarYo creo que lo peor serían los bichos, los chinches esos...
ResponderEliminarDesde luego. Y además no existía el zotal sino que había que hervir, en grandes calderos, la ropa para librarse de tales animalejos.
ResponderEliminarMuchas gracias doña Aurora y saludos.