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Mostrando entradas de julio, 2011

EL CALOR DEL VERANO DE 1708 Y OTROS ASUNTOS DE CANÓNIGOS

Los años de 1707 y 1708 fueron muy difíciles. España estaba en plena guerra de Sucesión, hubo plagas de langosta y, encima, no paró de llover. No era mala la lluvia pero otra cosa fue aquel diluvio que empantanó caminos, provocó riadas y arrastró los puentes. Llegó a faltar el pan por la pérdida de las cosechas y por la falta de abasto al no poder los arrieros trajinar con tan mal tiempo. Tenían que quedarse en sus casas o al regular resguardo de las ventas y posadas. Para rematar el asunto la langosta arrasó lo poco que había en el campo.  El verano fue también muy duro por los calores. Los prebendados del Cabildo catedralicio de Jaén padecieron en sus capítulos unos agobios tremendos. Al no vestir con atavíos frescos, y por tratarse en tales reuniones asuntos muy áridos y no precisamente amenos, llegó el día en que no se pudo más y hubo que huir de aquel brasero. El ocho de julio de 1708 decidieron: "como en atención a los excesivos calores al tiempo presente con la ocasión del...

LAS PIEDRAS DEL PEREGRINO GUILLERMO MANIER

Fue Guillermo Manier sastre en Carlepont, en la Picardía, del Reino de Francia. Salió de su nación, camino hacia Santiago de Galicia, en 1726 sin pasaporte ni dinero. La falta de caudal no le impidió comprar varias piedras a las que se atribuían, en su tiempo, propiedades curativas y protectoras. Consiguió una piedra del águila, que tenía forma de nuez rojiza y agrisada. Era muy útil para las mujeres encinta, para evitar abortos y prevenir envenenamientos. También contra los males de cabeza, peste y toda suerte de fiebres. San Isidoro, Plinio, Dioscórides y Alberto Magno confirmaban sus prodigiosos efectos y poco se podía discutir a la lumbre de tales entendimientos. En el Hospital de Oviedo Manier recibió de un peregrino vizcaíno una ágata, también contra los males de cabeza. En otra ocasión compró seis o siete docenas de piedras, por seis o siete cuartos, y de paso tomó nota de una hoja, que decía estar editada en Roma, sobre "Les vertus et propietés des pierres de croix et cell...

CAZADORES DE VÍBORAS

En mayo de 1795 Jovellanos visitó el monasterio de San Millán en la Rioja. Escribió sobre su botica, bien pertrechada de redomería de barro y cristal, perfectamente surtida de hierbas, poseedora incluso de un pequeño invernadero y un estanque para las sanguijuelas. Pocas cosas escapaban a la mirada del ilustrado. Llamó su atención un corralejo, delimitado por unas tapias de una vara y media, orientado hacia el mediodía, con los muros bien lanillados. Era el viborero: "en el fondo piedra, cascotes y las hierbas que nacen allí de suyo; aquí están las víboras, aquí procrean". A pesar de todo, sigue Jovellanos en su diario, cada temporada se reemplazaban por otras nuevas "con las que vienen a vender para proveer el consumo". No faltaron personas que se lanzaban al campo a capturar éstos y otros animales, entonces no protegidos e incluso, también antaño, considerados dañinos por agricultores y cazadores. Y no hace tanto tiempo. Ignacio Aldecoa escribió en 1954 un relato...

EL CARLEAR DE LOS PERROS

Escribe Baltasar Gracían en El comulgatorio : "Apetece carleando como el sediento caminante, la fuente de aguas vivas". Explica Covarrubias: "Díxose carlanca de cierto sonido que haze el perro en la garganta cuando está cansado y falto de aliento, sacada la lengua y jadeando; y esto se llama carlear". La carlanca es también un collar ancho, de cuero recio o de hierro, con pinchos por fuera, que se ponía a los perros para protegerlos de las mordeduras de lobos. Entre jayanes y jaques carlanca es el cuello de la camisa. Es, en este caso, palabra desgarrada y acanallada. Tener carlancas es lo mismo que ser astuto y difícil de engañar. Pero volvamos al carlear de los perros. Los de las largas centinelas en las majadas, los que corrían liebres y los que estaban en las rastrojeras encendidas de los mediodías del estío. Da igual que fueran galgos o podencos, de hidalgos o de labradores, de posaderos o de priores cazadores. Carleaban a escote los perros de las calles, hedio...

NIEVE Y HORCHATAS

Las botillerías eran muy populares en la España del Barroco. En estos honrados negocios se despachaban los más variados refrescos: aloja, limonadas, aguas de canela, de anís, de guindas, de escorzonera, de jazmín, de azahar y de claveles, sorbete de ámbar, garapiña de chocolate y, por supuesto, horchatas. En un pliego de cordel rescatado por Caro Baroja, El ganso en la botillería, aparece un tipo rústico que, deslumbrado por el modesto lujo de uno de estos establecimientos, describe la horchata, no sin desconfianza, como "una gacheta que parecía ajo branco". Al aldeano le ocurrió un singular trance al probarla: "al tirarme el primer trago / las quijás y los dientes / de manera se me helaron / que me queé sin sentío". Dice el romance que se quedó también "acirolao", palabra castiza que no encuentro en los diccionarios pero muy descriptiva para indicar que el cliente quedó traspuesto y con no muy buen color, entre la cruel mofa del paisanaje urbano. No estab...

LA EXPERIENCIA GUERRERA DE BALTASAR GRACIÁN

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Fue Baltasar Gracián capellán de soldados . No era cosa extraña entre los jesuitas de aquellos tiempos a los que, por honra a su fundador, siempre les tiraba lo militar. Evaristo Correa Calderón estudió esta vivencia del escritor. Estuvo Gracián en el socorro de Lérida en 1646, en la guerra contra Francia, cuando lo de Cataluña. En noviembre de ese año contaba en una carta lo que había vivido en esos días. Decía: "estuve exhortando los tercios así como entraban a pelear". Los soldados, vistos en peligro de muerte, querían ponerse a bien con Dios: "toda la noche confesé marchando y cuando hacíamos alto; en mi vida trabajé más". Añade: "venian a porfía por mí los maeses de campo y hubo cabo que dijo que importó tanto esto como si les hubieran añadido 4.000 hombres más". No estuvo Gracían bien recogido en la retaguardia sino en lugares de peligro, con gran riesgo de su persona: "por señas que dieron dos balas de artillería en el mismo escuadrón donde yo ...