NOCHES DE MADRID EN EL SIGLO XIX
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No siempre es necesario acudir a Martin Scorsese o leer Bandas de Nueva York de Herbert Ashbury, aunque ambas posibilidades sean recomendables. Basta con Mesonero Romanos. Es verdad que Madrid no era Nueva York ni sus mataderos los de Five Points pero no le faltaban hampones ni tipos desaconsejables. Mesonero da algún apunte al respecto. Como de paso y casi sin darle demasiada importancia al asunto. Recuerde el lector que escribe sobre la Villa y Corte en las primeras décadas del siglo XIX.
Afirma que "cada una de las estrechas, mezquinas e indecorosas casas de la población" era una fortaleza cuyas puertas, ventanas y balcones estaban reforzados con gruesos barrotes claveteados profusamente, llaves, cerrojos, barrotes de hierro y cerrados con trancas de madera "para defenderlos de cualquier asalto a mano armada". Circular por las calles oscuras era una decisión descabellada, pura temeridad, a no ser que se contase con la compañía de un sereno o un criado, de los más bragados imagino. Y si había que ir solo, a cuerpo gentil, eran imprescindibles un estoque y un farol.
Esto de noche pero "aun de día", sigue nuestro autor, no era de personas sensatas abandonar las calles del centro y los alrededores de Atocha, Alcalá y Montera pues "todo lo que era salir de allí y penetrar en las barriadas hostiles de Lavapiés y la Inclusa al Sur o del Barquillo y Maravillas al Norte, era imprudente y arriesgado".
Poco podía un puñado de alguaciles. Hacían la ronda con sus varas de mimbre como símbolo de su autoridad y, cabe pensar, con los pertinentes pertrechos para hacerla respetar. A los delincuentes capturados, casi siempre adrones, los ponían a disposición de los alcaldes de Casa y Corte. Éstos, distribuidos por cuarteles y asistidos por una Comisión militar, no dudaban en dictar las penas de muerte que fuesen menester y sin demasiados remilgos. Como en los ambientes descritos por Dickens. Ni más ni menos. Escribe Mesonero: "en vano unos y otros ahorcaban, fusilaban, descuartizaban y colocaban en los caminos los restos de los penados". Estos despojos eran recogidos el Sábado de Ramos por las hermandades de Paz y Caridad los trasladaban al pie de la torre de Santa Cruz. Allí el vecindario escarmentaba en cabeza ajena y reconsideraba a lo que conducían las malas compañías y las peores costumbres. El siglo XVII en plena era del progreso.
Por si fuera poco lo dicho, ante la Cárcel de Corte se exponía todos los días "algún cadáver desconocido hallado en las calles o en los campos, y ocasionado en riña o accidente- casi ninguno por suicidio, que entonces eran muy raros- siendo más bien resultas de la miseria y abandono".
Afirma que "cada una de las estrechas, mezquinas e indecorosas casas de la población" era una fortaleza cuyas puertas, ventanas y balcones estaban reforzados con gruesos barrotes claveteados profusamente, llaves, cerrojos, barrotes de hierro y cerrados con trancas de madera "para defenderlos de cualquier asalto a mano armada". Circular por las calles oscuras era una decisión descabellada, pura temeridad, a no ser que se contase con la compañía de un sereno o un criado, de los más bragados imagino. Y si había que ir solo, a cuerpo gentil, eran imprescindibles un estoque y un farol.
Esto de noche pero "aun de día", sigue nuestro autor, no era de personas sensatas abandonar las calles del centro y los alrededores de Atocha, Alcalá y Montera pues "todo lo que era salir de allí y penetrar en las barriadas hostiles de Lavapiés y la Inclusa al Sur o del Barquillo y Maravillas al Norte, era imprudente y arriesgado".
Poco podía un puñado de alguaciles. Hacían la ronda con sus varas de mimbre como símbolo de su autoridad y, cabe pensar, con los pertinentes pertrechos para hacerla respetar. A los delincuentes capturados, casi siempre adrones, los ponían a disposición de los alcaldes de Casa y Corte. Éstos, distribuidos por cuarteles y asistidos por una Comisión militar, no dudaban en dictar las penas de muerte que fuesen menester y sin demasiados remilgos. Como en los ambientes descritos por Dickens. Ni más ni menos. Escribe Mesonero: "en vano unos y otros ahorcaban, fusilaban, descuartizaban y colocaban en los caminos los restos de los penados". Estos despojos eran recogidos el Sábado de Ramos por las hermandades de Paz y Caridad los trasladaban al pie de la torre de Santa Cruz. Allí el vecindario escarmentaba en cabeza ajena y reconsideraba a lo que conducían las malas compañías y las peores costumbres. El siglo XVII en plena era del progreso.
Por si fuera poco lo dicho, ante la Cárcel de Corte se exponía todos los días "algún cadáver desconocido hallado en las calles o en los campos, y ocasionado en riña o accidente- casi ninguno por suicidio, que entonces eran muy raros- siendo más bien resultas de la miseria y abandono".
Precisa descripción de las calles de Madrid, por lo visto no eran lugares demasiado agradables para conocer especialmente por la noche.
ResponderEliminarGracias, siempre aprendo algo nuevo con su blog :-)
Menuda imprudencia la de salir de las vías rpincipales. Imagino que todo un señor de levita, bastón y sombrero salía de casa a caballo o con calesa armado de pistolete y espada enfundada en su bastón y no se le ocurría ni mucho menos salir de ese estrecho cajón mullido para nada. Pero, ¿y la gente de a pie, digamos los menos pudientes sin ser pobres? No les quedaría más remedio que exponerse a los malechores sin resguardo alguno. Duros tiempos aquellos...
ResponderEliminarSaludos
Nada agradables y peligrosas por lo que parece.
ResponderEliminarGracias señor de Mingo.
"Esto no pasa en los pueblos", que diría algún abuelo.
ResponderEliminarCallejones oscuros con gentes "a verlas venir", toda una peligrosa aventura adentrarse por esas calles.
Saludos.
Caray! Y yo que creía que estos eran tiempos terribles en cuanto a delincuencia organizada y sin organizar. Veo que la galanura y consideración al projimo es algo que nos venden en las peliculas de hoy en dia.
ResponderEliminarComo siempre un placer haberle descubierto para la lectura casi diaria.
Saludos
Cuán peligrosas debían ser las calles en aquellos tiempos, en los que al caer el sol la oscuridad se adueñaba de todo y… todos los gatos resultaban ser pardos. Lo mejor, quedarse en casa hasta el amanecer.
ResponderEliminarUn saludo, amigo.
Madrid seguía siendo la ciudad peligrosa y sucia que narraban ya sus visitantes en el siglo XVII y que se sorprendían que esa fuera la Corte del Monarca de dos mundos...así eran los españoles de entonces, de capa y espada...por cierto el Edificio de la Cárcel de Corte que permanece aún entero y que hoy es la sede del Ministerio de Exteriores, justo detrás de la Plaza Mayor es una maravilla de la arquitectura barroca española.
ResponderEliminarUn regio saludo.
Madrid siempre ha sido un lugar peligroso. Ya desde la época de los Austrias, era aventurado perderse por esas calles, sin iluminación, llena de hampones y excrementos. El hecho de ser villa y corte, centro político, hacía que llegaran gentes de todo tipo y condición.
ResponderEliminarUn saludo.
Tiene usted razón. A pesar de todo, doña Carmen, había noctámbulos y gente que no se manejaba mal a pesar de los peligros. Sería cuestión de conocer por donde se metía uno.
ResponderEliminarSaludos y quedo agradecido por su comentario.
Sí que debía de ser inquietante que se cerrase la noche en esas circunstancias. Recuerdo, al respecto, otro testimonio literario más que, si lo encuentro entre mis libros, lo citaré otro día.
ResponderEliminarSaludos don Eduardo y gracias por su escrito.
Creo don Lorenzo que antiguamente la vida era bronca, peligrosa y terrible. No es que ahora sea ideal, pero no creo en la Edad de Oro y en la bondad de los tipos pasados. Aunque pudieran, los de antes, darnos lecciones en muchas cosas a los de hogaño.
ResponderEliminarMe alegro mucho de saludarlo. y gracias.
La verdad es, señor de la Terraza, que me llamó mucho la atención la descripción de Mesonero Romanos. Él escribe esto en 1881 y da la impresión de que, ya en ese año, había más seguridad que a principios de siglo.
ResponderEliminarSaludos y muchas gracias por su comentario.
Españoles de capa y espada, Carolus II, y muy inquietos. No da la impresión de que todos se quedasen en sus casas por las noches. Tomo nota del dato sobre el Madrid de los Austrias.
ResponderEliminarGracias y tenga una buena tarde VM.
Desde luego don Cayetano. Y las adevertencias a los que visitaban la Corte siempre incidían en la necesidad de no descuidarse ni bajar la guardia.
ResponderEliminarGracias y quedo agradecido por su comentario.
Así que la movida madrileña viene de atrás...
ResponderEliminarLo de los despojos en los caminos es truculento y salvaje ¿no los enterraban hasta el sábado de Ramos, aunque se hubieran muerto en septiembre? Parece un relato de terror, asusta más que el Londres del destripador.
Desde luego que en nuestra historia, en "nuestros cronistas" (de antes y ahora) hay material para películas de sobra. Madrid antes y hoy, la calle Montera es de prostitución desde mediados de los 70, aunque están intentando recuperar el área y ponerla de moda. Me ha gustado, aunque prefiero el campo, claro que también allí pueden asaltarte los bandidos o podían. ¿Algo del Camino de Santiago para alguna entrada? Gracias por sus crónicas, Retrato, me lo paso genial leyendo.
ResponderEliminarOiga, sobre eso del sabado de Ramos... quiere decir que el resto del año no los recogía nadie?
ResponderEliminarVaya cómo andaba la cosa para darse un paseito. Peor que ahora, no? :)
Feliz dia
Bisous
Así parece doña CB. Era todo bastante duro. Y llí tenían los tristes despojos durante toda la temporada. Era la parte disuasoria y ejemplarizante de la pena. La verdad es que era un cuadro muy tétrico.
ResponderEliminarMuchas gracias por su comentario. Y reciba usted mis saludos.
La verdad, doña Aurora, es que los españoles del siglos pasados tenían una gran prevención air por los despoblados. Y es por lo que usted indica, el miedo a los ladrones. El campo ha sido, en cierta medida inseguro hasta finales del XIX e incluso los primeros años del XX.
ResponderEliminarY muchas gracias por su generosidad. Saludos.
A veces se abreviaba la exposición de lo que quedaba de los reos, previa petición a la Justicia realizada por la Hermandad de Paz y Caridad. Si el ajusticiado no había confesado y comulgado no se autorizaba su traslado.
ResponderEliminarDesde luego, y de acuerdo con su ingenioso comentario, no estaba el campo para ir de merienda.
Saludos cordiales y muchas gracias.
Ciertos barrios que has nombrado no ha cambiado mucho el ambiente nocturno: siguen siendo un pelín peligrosos. Ahora en el tema de los castigos, ahí si que ha cambiado la cosa. Gracias por darnos a conocer las historias menudas de nuestra historia. Saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias a usted señor Hidalgo. Cierto es que unas cosas cambian y otras no. No era la vida antigua tan plácida como algunos piensan.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
La verdad es que ahora estamos en el mejor Madrid, por lo que veo. La delincuencia era muy fuerte en el siglo XVII, pero no sabía que lo fuese en el XIX. Dicen que con el dictador Franco hubo mucha seguridad pero...nada de libertad. Luego, en la Transición llegaron los yonkis y los navajeros con el mono del caballo. En fín, otros tiempos.
ResponderEliminarSaludos.
Era sin duda muy duro el Madrid del XIX. Cada época tiene sus riesgos y sus miserias.
ResponderEliminarReciba mis saludos y gracias, don Juan.