LABRADOR EL ABSOLUTISTA
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Tras el heroísmo y el sacrificio de la guerra contra Napoleón España fue relegada a la condición de potencia de segundo orden. En el Congreso de Viena estuvo representada por Pedro Gómez Labrador. Había quedado atrás el recuerdo de estadistas y diplomáticos como Diego Hurtado de Mendoza, Baltasar de Zúñiga, el duque de Osuna, el conde de Oñate o el conde de Aranda. Tampoco Fernando VII era Carlos V, Felipe IV o Carlos III.
Labrador no dejó un buen recuerdo entre los que lo conocieron y trataron. León y Pizarro, que compartió tareas diplomáticas con el personaje, censuraba "la sequedad de su manera de negociar, poca negociación verbal, poca amabilidad y diligencia social, pocas o ningunas comidas o reuniones, y todo reducido a manera de pleito, a traslados, pedimientos y papeles de derecho". Como si fuese un negociado. Le sobraba además arrogancia entre personajes como Metternich, Talleyrand o Castlereagh. Al parecer Wellington afirmaba que era uno de los hombres más estúpidos que había conocido en su vida. Este testimonio no deja de provocar estupefacción. Y téngase en cuenta que el Duque debió de conocer a mucha gente. Más mordaz es el juicio de Chateaubriand que coincidió con Labrador cuando ambos eran embajadores en Roma. Lo calificaba de "hombre leal, habla poco, se pasea poco, piensa mucho, o no piensa nada, no sabría decir si lo uno o lo otro". Quedó el recuerdo y, pasados los años, Galdós en sus Memorias de un cortesano de 1815, ironizaba a costa de "D. Pedro Labrador, el incomparable diplomático que en el Consejo de Viena dejó pasmados a todos los embajadores de las grandes potencias".
Fue, naturalmente, un absolutista declarado. Florez Estrada, en su exilio inglés, se espantaba ante un artículo publicado por Labrador en la prensa de París. Declaraba que nunca España había sido tan próspera y tan dichosa como bajo el paternal y sabio reinado de Don Fernando. Era, decía, la envidia de Europa. Pobre y desventurada nación.
Labrador no dejó un buen recuerdo entre los que lo conocieron y trataron. León y Pizarro, que compartió tareas diplomáticas con el personaje, censuraba "la sequedad de su manera de negociar, poca negociación verbal, poca amabilidad y diligencia social, pocas o ningunas comidas o reuniones, y todo reducido a manera de pleito, a traslados, pedimientos y papeles de derecho". Como si fuese un negociado. Le sobraba además arrogancia entre personajes como Metternich, Talleyrand o Castlereagh. Al parecer Wellington afirmaba que era uno de los hombres más estúpidos que había conocido en su vida. Este testimonio no deja de provocar estupefacción. Y téngase en cuenta que el Duque debió de conocer a mucha gente. Más mordaz es el juicio de Chateaubriand que coincidió con Labrador cuando ambos eran embajadores en Roma. Lo calificaba de "hombre leal, habla poco, se pasea poco, piensa mucho, o no piensa nada, no sabría decir si lo uno o lo otro". Quedó el recuerdo y, pasados los años, Galdós en sus Memorias de un cortesano de 1815, ironizaba a costa de "D. Pedro Labrador, el incomparable diplomático que en el Consejo de Viena dejó pasmados a todos los embajadores de las grandes potencias".
Fue, naturalmente, un absolutista declarado. Florez Estrada, en su exilio inglés, se espantaba ante un artículo publicado por Labrador en la prensa de París. Declaraba que nunca España había sido tan próspera y tan dichosa como bajo el paternal y sabio reinado de Don Fernando. Era, decía, la envidia de Europa. Pobre y desventurada nación.
Madre mía, ya era miope el caballero. Increible que Don Fernando pudiera tener tan ardientes partidarios.
ResponderEliminarFeliz tarde
Bisous
Me temo que eran gran mayoría los partidarios. A los liberales les quedaba el destierro, las depuraciones y destinos todavía más trágicos. Luis XVIII y Carlos X de Francia eran ejemplos de tolerancia comparados con Fernando VII.
ResponderEliminarReciba mis saludos y mi agradecimiento por su comentario.
Qué se podía esperar de la camarilla que rodeaba al nefasto Fernando VII, pocos personajes podían salvarse de la quema. No se por qué me recuerda esta época a los tiempos actuales....
ResponderEliminarInteresante entrada, gracias :-)
Un saludo.
Muy bueno, jejejej. Se parece a algunos políticos actuales que se dedican simplemente a calentar un escaño y poco más. No me extraña que pasara desapercibido ante el gran Talleyrand.
ResponderEliminarSaludos
O sea que además Fernando VII se rodeaba de los mejores, al igual que él. Lo peor de todo es que encima el tío se lo creería, que España navegaba en una balsa de aceite llena de prosperidad. ¿De dónde había salido este Labrador?.
ResponderEliminarUn saludo.
Además tiene cara de borrachín, con ese color sonrosado de la nariz y las mejillas por los capilares reventados. Fiel reflejo del felón de su rey.
ResponderEliminarUn saludo.
No tiene aspecto de ser un águila de la diplomacia. Es verdad. Y la correspondencia con Fernando VII es evidente.
ResponderEliminarGracias por su comentario y saludos don Cayetano.
Si comparamos, señor de Mingo, a los de la camarilla y a los ministros del gobierno de Fernando VII con los de los tiempos de Fernando VI o Carlos III los resultados son desalentadores: Campomanes con Escóiquiz, Aranda con Calomarde, etc.
ResponderEliminarSaludos cordiales y gracias por su comentario.
Fue una auténtica pena, doña Carmen. Además lo que pretendía España no era nada excesivo pero no podía defenderse ni con un Fernando VII ni con plenipotenciarios de este nivel.
ResponderEliminarReciba mis saludos y mi agradecimiento por sus comentarios.
Pues contaba con cierta antigüedad en la diplomacia y la administración de la Monarquía. Por otra parte sus afirmaciones sobre el momento de felicidad que, según él, vivía la pobre España de su tiempo indignan más que su incompetencia.
ResponderEliminarReciba un saludo y muchas gracias don José Eduardo.
A la vista del gran papel de nuestra Nación en el concierto europeo en aquellos años, sin duda debido a nuestro rey y personajes como este Pedro Gómez Labrador, hechura del rey, es casi seguro que por su cabeza no pasara pensamiento alguno. Ya lo sospechaba Chateaubriand.
ResponderEliminarFenomenal artículo. Un abrazo.
Prosperidad a mansalva con Fernando VII si..en fin...
ResponderEliminar...parece que los grandes hombres de la antaño grande y temida España se habían acabado, la Guerra de la Independencia fue el último gran momento de esta nación hoy sumergida en el des-gobierno y la crisis que todos sabemos y por desgracia sufrimos...
...aún así España, primera vencedora de Bonaparte y quien encendió la mecha en toda Europa se merecía lago más de ese Congreso de Viena...
Un cordial saludo.
Muchas gracias señor DLT. Desde luego la actuación de Labrador fue totalmente deslucida. España no consiguió lo que pretendía, fue relegada y, además, en la práctica, quedó aislada en el plano internacional.
ResponderEliminarotro abrazo y muchas gracias por su comentario.
Hubo una gran ocasión histórica durante la Restauración (la de Cánovas). Al fracasar ésta todo fue de mal en peor.
ResponderEliminarSaludos cordiales Carolus II y muchas gracias por su comentario.
No hacía muchos amigos el hombre, a pesar de que su tarea era hacerlos; un diplómatico debiera tener don de gentes, pero así nos iba al país por entonces. Buen fin de semana, querido amigo.
ResponderEliminarDesde luego señor Hidalgo. La capacidad de persuadir, de saber callar y esperar, de actuar a tiempo y de negociar contaban mucho. Nada de esto era propio, por lo que me consta, de Labrador.
ResponderEliminarSaludos cordiales y muchas gracias por su comentario.
Vengo de visitar a mi amigo del blog Desde laterraza, y me ha gustado tu hilo. Te sigo, pásate por el mío.
ResponderEliminarSaludos¡
Ahora mismo paso a verlo. Muchas gracias don Javier.
ResponderEliminarYa sabía que era un necio el tal Labrador, pero no le creía capaz de ser un verdadero estúpido afirmando eso del peor rey Borbón, aunque todos, exceptuando Carlos III, fueron nefastos para el reino.
ResponderEliminarFernando VII causa espanto. Estoy de acuerdo con la buena valoración de Carlos III aunque no fueron malos reyes Felipe V y Fernando VI.
ResponderEliminarSaludos y gracias señor de Dissortat.