REPIQUES, VOLTEOS Y PUÑOS DE LECHUGUILLA
Decía Paul Johnson que el sonido de las campanas era el más bello de la civilización. Es difícil negarlo. Durante siglos los campanarios de la Europa cristiana han marcado horas y oficios religiosos, anunciado victorias y desastres, nacimientos y muertes, coronaciones, procesiones, rogativas y fiestas de aldea. Las campanas, también, han guiado a los caminantes en las noches de niebla y de nieve. Es natural que hayan tenido nombre -como los cañones y los buques- y que en sus bronces se hayan grabado fechas, conjuros y jaculatorias. En las Constituciones Sinodales que en 1624 mandó hacer, para el gobierno de su diócesis, el cardenal y obispo de Jaén don Baltasar de Moscoso y Sandoval se recogen algunas disposiciones sobre las campanas y sus toques. Sospecho que buscaban imponer cierto orden tridentino en lo que era, a veces, improvisación y capricho. Correspondía a los sacristanes la obligación de tocarlas para los oficios divinos y también para "la oración a vísperas, a nublado...