sábado, 10 de marzo de 2018

DON CELESTINO VIAJA A INGLATERRA

Don Celestino del Piélago y Fernández de Castro era teniente coronel del cuerpo de Ingenieros en 1844. Fue enviado por el Gobierno a Francia, Inglaterra, Prusia y Bélgica. Debía obtener información sobre academias, acuartelamientos, arsenales, fortalezas y otros aspectos de la vida militar de esos países. Una vez de vuelta, publicó su Relación del viaje a Francia, el Rhin, la Bélgica e Inglaterra (Madrid, Imprenta Nacional, 1847) en la que dio cumplida cuenta de lo que había visto. Gran parte de sus observaciones –y que me abstendré de mencionar- son áridas y de carácter técnico. Otras, en cambio, tienen todos los rasgos propios de un libro de viajes.
En esta breve incursión mencionaré algunas consideraciones que escribió sobre Inglaterra. Visitó, entre otros lugares, Woolwich, acompañado por el coronel Wylde, veterano de la primera guerra carlista. En su Academia de Artillería e Ingenieros -observó nuestro teniente coronel- los cadetes ingresaban a los quince años con su ejemplar de la Biblia y su libro de oraciones. Vivían como colegiales, se les enseñaba a leer y a escribir en el más correcto inglés además de aritmética, álgebra, geometría -según el primer libro de Euclides- y francés. También traducían a Julio César, estudiaban Historia, en especial la de Inglaterra, y practicaban el dibujo de contornos y paisajes. Jugaban a la pelota y se fortalecían en un gimnasio. Antes de comer –asado, patatas y pasteles- se leía algún pasaje de la Biblia. El comedor de oficiales del cuartel de Artillería de Woolwich, dejó escrito don Celestino, estaba lujosamente amueblado: “tienen vajilla de plata muy bien surtida, y con ella me hicieron notar un gran candelabro del mismo metal que les fue regalado por el rey Jorge IV”. Los artilleros disponían, también, de una rica biblioteca, con servicio de préstamos, y de una sala de lectura. Nuestro viajero no dejaría de comparar dichas comodidades con las austeridades de los cuarteles españoles de su tiempo, instalados en destartalados caserones y conventos desamortizados. En Greenwich estuvo en el Hospital de Inválidos, vio la casaca de Nelson “en una caja de caoba con tapa de cristal” y, más adelante, visitó el Victory -“objeto de la veneración inglesa”- en Portsmouth. Reconocía y comprendía el respeto demostrado a tan gran marino pues “por todas partes levanta Inglaterra monumentos a este hombre” y afirmó que el culto a Nelson garantizaba la soberanía marítima británica.
Mostró su asombro ante la capital de Inglaterra: “la impresión principal que deja Londres en el ánimo es la de su desmesurada grandeza” pues “en ninguna parte se siente con tanta fuerza como allí la insignificancia individual”. Las calles concurridas a más no poder, el tráfico de los carruajes, la vitalidad de la City “adonde todo hombre de negocios acude durante el día”, la actividad en los docks, el ir y venir de los buques, todo lo citado, “llenan el ánimo de un extranjero de envidia y admiración”. Elogió los grandes puentes sobre el Támesis, cuya perfección técnica valoraba como ingeniero militar y autor de tratados sobre ingeniería. Sin embargo, a veces y sin renunciar a su sequedad castrense, don Celestino del Piélago se abandonaba un poco a la nostalgia pues: ”en medio de este torbellino [el viajero] alza los ojos al cielo y no lo ve, y echa de menos el sol, el aire transparente, el cielo estrellado de su patria y suspira por ella con nuevas ansias de pisar su suelo”.
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*Publiqué este artículo en Neupic hace algo más de cuatro años.

4 comentarios:

  1. Leerían cuatro su informe y no se tomó nota mientras tanto el ejército español se desangraría en guerras civiles durante más de un siglo, que envidia de esa Inglaterra que empezaba a ser un país moderno mientras España iba perdiendo poco a poco toda su grandeza.
    Un cordial saludo.

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    1. Pues, seguramente, don J. Eduardo. El militar español quedó gratamente impresionado por lo que vio.
      Muchas gracias por su comentario.

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  2. Suerte tuvo de poder visitar el país tecnológicamente más avanzado del mundo, el dominador del planeta en ese mismo momento. En Béjar pocos industriales textiles podían permitirse viajar a Londres y lo hacían por motivos lógicos: conocer la producción de paños inglesa e intentar imitarla aquí.
    Un saludo

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    1. Los paños de Béjar seguro que eran de una calidad no inferior. Quizás, el problema era el desfase tecnológico y el coste de producción.
      Mis saludos, doña Carmen.

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