domingo, 18 de septiembre de 2016

LA ALISEDA O LA VIDA DE BALNEARIO ( Y 3)




Antes de la construcción del nuevo balneario había en La Aliseda un edificio llamado El Palacio. Era la casa construida en el siglo XVIII por los marqueses de La Rambla. Posteriormente, ya con Salmerón y Amat, se erigió la fonda y, después, el hotel. Lo de contar con un hotel era más cosmopolita y quedaba más elegante. Allí se podían alojar, con toda comodidad, hasta doscientos huéspedes. El balneario ofrecía, además, nueve casas para alquilar con cuatro habitaciones y dos cocinas cada una. Cada una de estas viviendas estaba amueblada, de manera sencilla, con una docena de sillas y dos mesas. Sus inquilinos podían abastecerse de todo lo necesario -víveres, velas, tabaco, vinos, licores y útiles diversos- en una bien provista cantina.


La Aliseda pretendía ser un centro moderno y confortable. El hotel podía albergar a doscientas personas, "con todo el orden, limpieza y antisepsia del mejor sanatorio". Contaba con luz eléctrica -lo que constituía una prueba irrebatible de modernidad absoluta- tanto en el interior y como en el exterior, salón de recreo, sala de fumadores, de lectura y otra para juegos lícitos -"incluso billar"-, restaurante, comedores de preferencia, de primera y de segunda y otro más de tercera para la servidumbre. La cocina, se afirmaba, era excelente y el pan se horneaba en la casa. El agüista se beneficiaba, además, de la cercanía de la estación de ferrocarril de Santa Elena -a una hora de camino- que comunicaba el balneario con Madrid y Sevilla. La casa se garantizaba el enlace, con coche de caballos, a dicha estación ferroviaria.


El contacto con el exterior estaba asegurado, además, por el teléfono, conectado con el telégrafo de La Carolina, el servicio de Correos y la recepción de la prensa diaria. La protección quedaba a cargo de un puesto de la Guardia Civil y, para la mejor salud espiritual de todos, los domingos, se oficiaba una misa en la capilla. La opinión de los huéspedes podía ser muy elogiosa, como la del doctor don Francisco Valenzuela, del Hospital General de Madrid, que pasó allí una temporada en mayo de 1897, y dejó escrito en el álbum del balneario: "Deleite para el espíritu y salud para el cuerpo: eso es la La Aliseda". No lo dudamos pero, la verdad sea dicha, La Aliseda no debía de ser siempre un lugar alegre. Tendría sus días, más apagados o más animados, sus más y sus menos. La vida de un balneario no era, en principio, una fiesta. No sabemos, a ciencia cierta, si prevalecía el olor a jara, a perfumes fin de siglo o a mentol y desinfectantes. Podemos preguntarnos cómo convivirían los pobres pacientes, de salud quebrantada, con los que, sencillamente, pasaban allí unos días de descanso y sosegado esparcimiento. No es fácil, para nosotros, personas de siglo XXI, hacernos una idea precisa de la vida de balneario. Me consta, por haberlo oído de muy buena y fiable fuente, que los naturales de la comarca tenían cierta prevención hacia La Aliseda. Eludían su cercanía por el miedo a los contagios e incluso corrían bulos y rumores sobre la presencia de sacamantecas a los que acudían, desesperados, los que se morían a chorros. Es posible que en mayo fuese todo distinto pero la luz de finales de octubre no podía ser muy alegre en La Aliseda.

Salmerón y Amat, hombre de grandes ambiciones, pretendió hacer de La Aliseda un balneario de categoría y no estuvo muy lejos de cumplir su objetivo. Los huéspedes pertenecían a las clases media alta y alta, entre la burguesía acomodada y la aristocracia. En la prensa de la época se menciona la estancia de militares, profesores, eruditos, clérigos de cierto renombre, monjas y políticos, también de algunas personas de sangre real. Por allí pasó Sagasta, en octubre de 1891 y Alcalá Zamora en 1910. Bueno es saber que Salmerón y Amat, además de hombre de empresa, tuvo cierta actividad política dentro del Partido Liberal, fue diputado a Cortes en la legislatura iniciada en 1901 y senador. Cuando Sagasta estuvo en La Aliseda, recibió a una legión de notables, caciques locales y representantea de comités del Partido Liberal de Jaén y de los pueblos de la provincia. Los huéspedes disfrutarían, durante esos días, de poca calma pero estarían muy entretenidos con tanto trasiego. Más adelante, en 1910, visitó el balneario Niceto Alcalá Zamora, entonces en el campo monárquico y liberal. Creo que frecuentaba el lugar.  Respecto a visitantes linajudos mencionaré al marqués de Salas. Estaba casado con doña María Jesús Coello de Portugual y Pérez del Pulgar, de la nobleza giennense, hija de don Alonso Coello de Portugal y Contreras, que fue secretario y tesorero de la Infanta Doña Isabel. Don Salvador de Tavira y Acosta, marqués de Salas y caballero de Santiago, tuvo la mala fortuna de morir en el balneario el 12 de octubre de 1913. Fue un doloroso acontecimiento. Desde allí condujeron al pobre marqués a la estación de Santa Elena y, dos días después, llegó a la Estación de Atocha para ser conducido a La Almudena. Fue muy sentida esta muerte. Respecto a personas de sangre real referiré la presencia en La Aliseda de los infantes Don Carlos de Borbón y Doña María Luisa de Orleans abuelos de Juan Carlos I y bisabuelos de Felipe VI. Llegaron allí en abril de 1910, acompañados por el conde de Nieulant y por la esposa de don Niceto de Alcalá Zamora. Los infantes pasaron, previamente, por La Carolina donde se alojaron en la casa del alcalde. Allí, entre el séquito que los recibió, estuvieron el gobernador civil de Jaén, don Marcelino G. Argüelles y el cronista de Jaén, don Alfredo Cazabán.


La intención de los infantes -que son los que aparecen en la fotografía- era visitar los parajes relacionados con la batalla de Baillén, lo que de hecho hicieron pasando por La Huerta del Sordo y la aldea de Rumblar. Allí coincidieron con los romeros que volvían del Santuario de la Virgen de la Cabeza que prorrumpieron en vítores en su honor. Al año siguiente volvieron los Infantes y también en 1915. En este último año los acompañaban sus hijos Don Carlos y Doña Dolores de Borbón, permaneciendo allí hasta finales de octubre.

Sospecho que la decadencia de La Aliseda se produjo como consecuencia de la muerte de Salmerón y Amat, el 29 de octubre de 1916. Mandaron enterrarlo, por cierto, en la capilla del balneario que estaba bajo la advocación de San José. Años después, durante la primavera de 1927, un temporal destruyó, en parte considerable, el balneario. Esta historia tuvo, además, un colofón trágico. La viuda del fundador de La Aliseda, doña Ángela Fernández de Bustamante, padeció la pérdida de su fortuna, vivió en una modesta pensión de Madrid, sufriendo embargos, pleitos y apremios. Cuando parecía que iba a recuperar parte de su patrimonio, fue asesinada por un acreedor. Estaba en misa, en la iglesia de la Buena Dicha, de Madrid. Era el 15 de abril de 1934.
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* Los folletos consultados y citados son: Establecimiento de aguas minero-medicinales de la Colonia La Aliseda, Imprenta Asilo de Huérfanos, Madrid, 1897 y Gran Balneario de la Aliseda. Instrucciones y tarifas, Madrid 1908, Imprenta y esterotipia,Tudescos, 29. Las fotografías publicadas en las tres entradas dedicadas al balneario corresponden a dichos opúsculos y al fondo de la hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España, todo bajo licencia Creative Commons. El copyright del mapa pertenece al Instituto Geográfico Nacional. Al editar esta entrada, descubro un documentado e interesante artículo de Lorena Cádiz, publicado en Ideal, cuya lectura recomiendo.

4 comentarios:

  1. Magnífico colofón final de la Historia. Cuando aparece en los documentales imágenes de esos balnearios antiguos o actuales...la mente te invita a pensar ¿ y en verdad hay tanta gente con tantísimo dinero?, me quedo más con el símbolo del pan, el alimento básico de Dios, la Verdad y la Autenticidad, la Justicia...


    Saludos Cordiales. Teresa.

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    1. Gracias, una vez más, doña Teresa. Tiene usted toda la razón. Todo es nada comparado con lo más alto.

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  2. Teléfono, prensa diaria, luz eléctrica, buena provisión de víveres, bebidas y hasta tabaco... todo un lujo en aquellos tiempos tan revueltos, lo que dotaba al balneario de un innegable atractivo. Pero todo tiene un final y, en este caso, nada feliz.
    Un saludo.

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    1. Salmerón y Amat, el propietario del balneario, había pensado en la comodidad y en todos los adelantos posibles. Era un personaje moderno y emprendedor.
      Me alegra leer sus palabras. Don Cayetano.
      Mis saludos y mi agradecimiento.

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