martes, 1 de enero de 2013

LA POCA PACIENCIA DEL CURA MERINO


Fernando VII, tras regresar de Francia y restaurar el absolutismo, quiso conocer al cura Merino. Fue recibido en Palacio y el Rey celebró sus hazañas. Cuando la audiencia se acababa éste le preguntó cuáles eran sus pretensiones pues estaba dispuesto a premiar sus proezas frente a los de Bonaparte. Contestó don Jerónimo Merino: "Señor, poder continuar en la gloriosa carrera de las armas para prestar a V. M. otros tantos servicios".  Fernando VII que tenía otros planes, dándole una palmada en la espalda, le dijo: "te tengo preparada una silla en la catedral de Valencia para que descanses de tus fatigas, y recuperes tu quebrantada salud". Desconfiaría el monarca de Merino, hombre indómito e independiente, y a mejor recaudo estaría en un cabildo catedralicio que al frente de la tropa. No le gustó al cura guerrillero el premio y debió de salir amostazado de Palacio. No tuvo, por lo demás, otro remedio que incorporarse a su prebenda catedralicia y allí, nostálgico de la acción, los peligros y la vida libre, se le veía desasosegado e irritado. Mejor, incluso, estaba en su pueblo, con ración de gañán y escopeta al hombro, pues era muy cazador. Entre los motivos de su descontento en Valencia, escribe Antonio Pirala, "embarazábale el aspecto humilde de sus compañeros, que no podía imitar". Menosprecio del soconusco y nostalgia de la bota de vino.Tertulia de beatas y añoranzas de la hoguera en campaña. Horas de sermones con la cabeza en otra cosa, desdenes para el sochantre y recuerdos de la jota de los campamentos.Y así pasaban los días. Acto seguido, por el trato diario, se tomaron los canónigos imprudentes confianzas no concedidas ni queridas. Comenzaron, con ellas, las hablillas y el cruel cotorreo sobre su persona. Merino lo sabía y aguantaba, bien lo sabe Dios, pero no podía ser. Los prebendados desconocían con quién se las estaban viendo. Un día, harto de melindres, cantó las cuarenta a todos los capitulares. No es aventurado suponerle un tono recio y claridad en el hablar. Incluso lanzó injurias que retumbaron como tormenta seca. Y, sigue contándonos Pirala, "como algunos le contestaron con firmeza, saca de debajo de la sotana sus pistolas, las amartilla y apunta a los canónigos, que huyen amedrentados".

No era su sitio- Dios no pide imposibles- y a cada cual le cuadra un oficio que no otros. No estaba para canonjías el que tantas partidas había mandado. El Rey, informado y quizás divertido por el espectáculo, pues le gustaban estos lances, decidió dar licencia a don Jerónimo Merino para que abandonase Valencia aunque sin perjuicio de la prebenda y la rentilla aparejada. Poco después, a no mucho tardar, volvería a los montes y a las refriegas levantando bandera por los realistas.

El suceso en: Antonio Pirala, Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista, 1856

8 comentarios:

  1. Sin duda, un cura con pistolas no es de fiar, aunque sin ellas no se puede decir que algunos sean mejores.

    Salud y próspero año.

    ResponderEliminar
  2. Humanos son, señor de Dissortat. Los hay santos y pecadores. Y, siempre, como criaturas mortales, dependiendo de su circunstancia historica.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  3. Me recuerda, en cieta forma, a otros guerrilleros de la independencia del otro lado del charco a un bandolero de Sierra Morena. En todo caso, ni el el rey era capaz de toserle. Mucho Merino para tan poco rey.
    Saludos y feliz año 2013

    ResponderEliminar
  4. No parece que estuviera hecho, no, para la vida contemplativa.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  5. Merino, con todos sus excesos, valía mil veces más que Fernando VII. Y es cierto, era el cura un tipo bravío de los que aparecieron en aquellos años terribles.

    Saludos y feliz año, doña Carmen.

    ResponderEliminar
  6. Debió de pasarlo mal tal ejemplar humano. Era un hombre del monte, del riesgo y de vivencias para no olvidar jamás.

    Saludos señor de la Terraza.

    ResponderEliminar
  7. Y es que no todos usan de su profesión para medrar. Los hay con vocación.
    Un saludo y que sus majestades de oriente sean generosos esta noche.

    ResponderEliminar
  8. Su vocación iba más hacia las armas que a la teología.

    Espero que SSMM hayan sido generosos con usted.

    Saludos don Cayetano.

    ResponderEliminar