jueves, 11 de noviembre de 2010

QUAN TRABAJOSO Y PELIGROSO ES EL OFICIO DE PREDICADOR

Don Francisco Aguilar Terrones del Caño era natural de Andujar, fue obispo de Tuy y de León y vivió entre 1551 y 1613. Sabía que no era broma de muchachos el negocio de la salvación pues muchos pecadores, conmovidos por un buen sermón, podían cambiar de vida y abominar de pasadas bellaquerías. Para aconsejar a los que subían a los púlpitos escribió su Instrucción de Predicadores. No es libro ameno, a decir verdad, pero está escrito con claridad y tiene reflexiones de gran valor.

Consideraba que el predicador “a de ser de mediano aspecto” y no “monstruosamente feo, o espantable de rostro”. Desaconsejaba predicar a gritos, las acciones vehementes y descompuestas “hundiendose en el pulpito, braceando apriesa” y “jamas se an de dar cozes, ni sonar los pies en el pulpito”.

Era obligado, en lo posible, “no toser, ni escupir o limpiar el sudor en medio del sermón” y decía, no sin inocente jactancia: “yo devo de aver predicado mas de cuatrocientos, o quinientos sermones: y no devo de aver escupido en los diez de ellos”. Si los achaques obligaban a tales servidumbres era conveniente tener prevenido el pañuelo “que despues a medio predicar embaraza el sacarlo, y a veces buscarlo”.

Reflexiona Don Francisco sobre la conveniencia de predicar en ayunas que de lo contrario se podían producir situaciones apuradas. Preocupaban mucho a nuestro clérigo las malas consecuencias de sudar en exceso. No era sensato ir demasiado abrigado a pronunciar sermones. Alegaba, y para esto se valía de reputadas autoridades que mejor era no predicar en el estío y esperar al otoño “que ya se suda menos, y ay menos peligro” pues, “con el concurso de gente en tiempo caluroso, se suelen engendrar enfermedades”. Esta afirmación trae a la memoria la terrible experiencia de las epidemias de principios del siglo XVII. Al predicador “sudado y no abrigado, se le puede temer un catarro, y un costado, y aun yo e visto perlesía repentina”.

Otros achaques procedían “de dar siempre malas nuevas, reñir con todos, dezir a todos sus faltas sin respectar personas”. Compara al predicador con el perro “que si entran ladrones en casa, y no ladra, ahorcale su amo, y con razon, y si ladra danle los ladrones estocadas, o apedreanle, y vanse desta manera: si reñimos a los viciosos, o poderosos, apedreannos, cobramos enemigos, no medramos, y aun suelen desterrarnos: si no reñimos mandanos Dios ahorcar por ello, mirar que bien librados estamos”.

Y añade, además, los peligros de ser denunciados por herejía: “quantos an llevado al Santo Oficio por oyentes ignorantes,o malevolos, que aunque los den por libres, salen tiznados, y muchos mas son los que el santo Oficio no llama”. Lo sabía bien don Francisco que había sido calificador en la Inquisición de Granada. Si decidiesen los inquisidores, aseguraba, “llamar a todos los predicadores que son denunciados por oyentes ruynes, no abria ya quien predicasse” pues, concluía, “el vulgacho, es cossa rezia”. Era peor que los catarros.

Fama tuvo en vida don Francisco de decir las verdades con tanta sinceridad como aspereza. No era dado a melindres.

6 comentarios:

  1. Todo un manual del buen predicados. Lo de los sudores y coger frío debía estar a la orden del día en la Vieja Castilla.

    Un entrada muy interesante.

    Un saludo.

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  2. Además está el miedo a los enfriamientos y pulmonías propio de los tiempos anteriores a los antibióticos. ¡Qué frío se debía pasar en nuestro siglo XVII!.

    Muchas gracias por su comentario.

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  3. Es muy curioso leer este decálogo (bueno, de más de 10 consejos) sobre el "buen sermoneador". En una época en que el analfabetismo era un mal muy extendido y en el que no existían medios de comunicación, es lógico que el saber hablar, y más que eso, el saber estar mientras se hablaba para promover un mayor impacto en el oyente, fuese muy importante. Un buen discurso movía a las masas, en este caso, en el acrecentamiento del fervor.

    Leyendo esto me estaba acordando de "Fray Gerundio de Campazas". A saber cómo hablarían y de qué ciertos sacerdotes en la Edad Moderna.

    Saludos

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  4. Tiene usted toda la razón doña Carmen, un buen sermón removía las conciencias, cambiaba las maneras de conducirse en la vida, aplacaba las humanas debilidades. Es muy interesante ver en la obra de Terrones la facilidad con la que convive lo sagrado y lo cotidiano, expresado en el más marcado realismo. Después es seguro que había predicadores exagerados, ampulosos y hasta disparatados.

    Muchas gracias por su comentario.

    Saludos

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  5. He estado leyendo alguna de sus entradas y desde luego el nombre del blog no le desentona, no.
    Un saludo.

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  6. Pues confío en que así sea, don José Eduardo pues aquí de lo antiguo se trata.

    Saludos y gracias por suy comentario.

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