domingo, 7 de febrero de 2016

MISAS DE JUGUETE

En tiempos pasados los niños jugaban a ser curas. Algunos tenían altarcillos con todo tipo de objetos litúrgicos en miniatura. El equipo podía complementarse con casullas de talla pequeña. Esto era, eso sí, entre gente muy principal. Los de familias más modestas, o más ahorrativas, siempre podían improvisar lo necesario, para tales juegos, con ropones viejos, vasos desportillados y algún escaño de pino. Debía de ser cosa graciosa ver a aquellos chiquillos de antaño predicar e impartir penitencias y bendiciones, según tocase, a una feligresía -entre divertida y fastidiada- formada por familiares y criados. Estos entretenimientos eran también un buen medio para encaminar a algunas de estas criaturas, dentro de la más concertada política familiar, hacia la vocación sacerdotal o conventual. Otros, más arriscados, jugaban a ser soldados o toreros. Tenía que haber de todo. Al leer una hagiografía, escrita en el setecientos, dedicada a sor Martina de los Ángeles y Arilla, monja barroca con fama de santa y natural de Zaragoza, descubro que "en sus niñezes" -como se dice con donosura en el libro- en las primeras décadas del siglo XVII, componía altarillos con las estampas que encontraba por su casa y "de los cascos de naranja hazia Turibulos, e imitando lo que veia hazer en la Iglesia, incensaba las imágenes, haziendoles con mucha reverenzia sus inclinaciones". Un turíbulo es un incensario. Los que la conocieron veían en estos gestos una clara señal de su inclinación hacia lo sagrado y la vida religiosa.