sábado, 26 de diciembre de 2015

LAS MALAS VÍSPERAS NAVIDEÑAS DE JUAN II

En 1420, por san Andrés, llegaron al castillo de Montalbán el rey Juan II, don Álvaro de Luna y otros que los acompañaban. Salían medio escapados de Talavera de la Reina para desbaratar los planes del infante Don Enrique que tramaba llevarse a Don Juan a las Andalucías. Partieron diciendo que iban de caza. Según unos a cobrar, una garza, según otros a por un puerco que estaba encamado en un soto. Unos sabían a lo que iban y otros de su séquito, como el halconero mayor, no. El tiempo era muy malo, cerrado en lluvias y fríos. Las crónicas decían que "las aguas eran tantas que los arroyos eran como ríos cabdales, e los ríos no se podían pasar sino por barcas". Por aquellos años hubo inviernos terribles. Probaron a resguardarse en el castillo de Villalba, a cuatro leguas de Talavera pero, "por no ser defendedero" y estar despoblado, pasaron al de Montalbán que era de la reina Doña Leonor de Aragón. Llegaron el Rey, joven de dieciséis años, y los suyos muy baqueteados, mojados y desmayados. Estaba cerrada la plaza, con la gente dentro, alrededor de la lumbre. Tuvieron la buena fortuna de aprovechar la salida de un mozo del alcaide, que iba a dar agua a un asno, para entrar en el castillo. El del asno hizo intento, pues era su obligación, de cerrar la puerta a la maltrecha compañía mas Pero López de Ayala lo despachó con un golpe de espada, dado de llano, en la mollera. El mozo debió de quedarse traspuesto un tanto quebrantado. Los del castillo, cabe la chimenea, ni se enteraron. Una vez dentro, Juan II inspeccionó la fortaleza. Fue un recorrido dificultoso, entre grandes pasos de aire y a oscuras pues no había un mal cabo de vela para alumbrarse. Además, dicen los que allí estuvieron, "metióse el Rey un clavo por la planta del pie". Tuvo que curarlo la mujer del alcaide. Según la crónica de Juan II: "quemó luego la llaga con aceyte, é curó lo mejor que pudo hasta que los zurujanos del Rey vinieron".

La plaza era fuerte, brazos para defenderla no faltaban pero sí, en cambio, víveres. Por disimular su salida, no habían llevado las alforjas bien repletas. Sólo había en el castillo ocho panes, una fanega de harina, fanega y media de cebada y dos cántaros de vino "e asaz poca leña que segun el tiempo era menester". Triste apaño tuvieron,  mal comidos, hartos de agua, sin vino y ateridos. El cerco de Don Enrique, que llegó pronto con los suyos, impedía, que entrasen en la plaza vituallas pues no faltaban lugareños que estaban dispuestos, supongo que previo pago o fiadas, a facilitarlas. Se tuvieron, sin embargo, ciertos miramientos con el Rey pues todos los días se le mandaba una gallina, un pan y una jarrilla de plata con vino, tanto para el almuerzo como para la cena. También le llevaron al Rey una cama en la que el repostero Ruy Fernández de Olmedo introdujo, entre cobertores y colchas, unos panes. Los demás se conformaban, mal que bien, con cuatro onzas de pan por barba y con los cueros de los zapatos adobados, condumio correoso y habitual de sitiados, naúfragos y desesperados. Fue tanto el apriero que mataron algunos caballos. En esto el Rey dio ejemplo pues mandó matar primero al suyo, posiblemente uno que se llamaba Salvador. No era cosa normal comer caballo en la Europa del siglo XV, animales escasos, nobles y útiles para la guerra, además de caros. En la Crónica de Juan II se dice que, tras probarlo, el conde don Fadrique, el conde de Benavente y don Álvaro de Luna afirmaron que "era dulce carne, e muy buena de comer salvo que es mollicia". Con la piel de las cabalgaduras hicieron buenas abarcas que fueron calzadas también por el soberano. Vinieron muy bien para paliar la falta de zapatos que, como ya sabe el lector, se los habían comido días antes. Un gesto muy galano y gracioso fue el que tuvo un pastor que dijo "Rey, toma esta perdiz", y le lanzó una a Don Juan, estando éste asomado a una almena. Se reía el Rey e hizo mucha merced a tan buen vasallo.


En los veintitrés días que duró el cerco no hubo hechos de armas por respeto a la real persona. Todo se limitó a una ritualización, a unos gestos, a un ir y venir de magnates, prelados, hermandades, ballesteros, colmeneros y gente concejil. No era esto la guerra sino política, ceremonial y juego. Todo muy propio de aquellos años crepusculares del otoño medieval. Llegado el momento, los propios sitiadores se cansaron pues pasaron muchos días muchos días malviviendo en tiendas -pocas- y en chozos nada confortables. También los del Rey llegaron a consideraciones parejas. Tras veintitrés días, Juan II partió de Montalbán, volvió a Talavera, donde pasó cumplidamente y con regalo la Navidad, y los demás a sus casas.
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*Las citas corresponden a la Crónica de Juan II. 

lunes, 21 de diciembre de 2015

PLANES PARA LA NAVIDAD DE 1825

Se podía adquirir un billete de la Real Lotería para el sorteo del 23 de diciembre. En 1825 hubo 25.000 pesos fuertes para el número 9.275. Si uno no resultaba agraciado, por éste u otros premios de menor enjundia, siempre podía acogerse a los aguinaldos, gallofas y limosnas que se repartían- con o sin jubileo de caja- por tales fechas. La Colecturía de Expolios y Vacantes, en dicho año, distribuyó 144.400 reales entre la Inclusa, los hospitales de Madrid, Zaragoza y Palencia, la Casa de Incurables, el Hospital de los Italianos, las casas de expósitos de Burgos, Teruel, Orihuela, Jaén, Toledo y Zamora, las casas de Misericordia, Zaragoza y Valencia y entre muchos pobres de solemnidad, pedigüeños  y vergonzantes. También los pacientes de la Casa de Locos de Toledo recibieron agasajos y donativos por la Navidad. Era, además, uso extendido el envío, a parientes y amigos, de tarjetas, “para dar días, y pascuas”, según consta en un anuncio. Estas felicitaciones estaban graciosamente adornadas con letras, partituras o ilustraciones de valses, muñeiras, contradanzas y otros motivos festivos. Se vendían en la librería de Hermoso, de Madrid, frente a las Covachuelas, y también en un puesto de la calle Carretas, cerca de la Imprenta Real. Los más piadosos y devotos siempre tenían la posibilidad de acudir a las puertas de las iglesias donde, en unos tenderetes, se despachaban estampas, novenas, villancicos, pastorelas y otros impresos alusivos al Nacimiento de Nuestro Señor. Para terminar, un aviso para elegantes, entonados y exquisitos: la mayor y más selecta concurrencia acudía al Paseo del Prado, en invierno, de una a tres de la tarde.



jueves, 17 de diciembre de 2015

EL ATENTADO DEL CAPITÁN CLAVIJO (y III)

Tras ser detenido, el capitán Clavijo fue conducido desde Capitanía General a Prisiones Militares. Allí ocupó una celda ubicada en el pabellón destinado a oficiales. Al día siguiente del atentado, el cuatro de junio de 1895, fue juzgado por un Consejo de Guerra. Lo presidía el general de Artillería Herrera Dávila; eran los vocales los generales Bosch, Ortega, Cerero, Cordón y Larrumbe. Ejercieron como fiscal don Mariano Ceballos y como auditor el general Salcedo. Su abogado defensor fue don Mariano Pavía, teniente coronel de Artillería, que tuvo una esforzada actuación. Clavijo se presentó ante el tribunal de uniforme, sin espada, y con voz serena asumió la responsabilidad de los hechos rechazando cualquier eximente o atenuante salvo los padecimientos que había sufrido. "Yo estoy cuerdo, y muy cuerdo", dijo, y volvió a insistir en que había sido perseguido por Primo de Rivera. El fiscal solicitó para el procesado la pena de muerte. El defensor pidió clemencia, alegó su hoja de servicios y la compasión debida a sus padres, personas honradísimas y ancianas. Antes de las doce de la noche fue sentenciado a muerte. Unas horas después, hacia las dos de la madrugada del cinco de junio, se le comunicó a Clavijo la fatal noticia. Esa noche había cenado jamón con tomate, merluza, medio cuartillo de vino y un café.

Acto seguido, entró en capilla y fue conducido a una estancia, vigilada por dos guardias con bayonetas caladas, en la que se había instalado un altar formado por un dosel rojo con un crucifijo y una estampa de la Virgen del Carmen. A un lado había un catre y al otro una mesa con dos butacas. La habitación estaba iluminada por cuatro cirios delgados y largos. Clavijo estuvo acompañado, entre otros,  por los hermanos de la cofradía de Paz y Caridad, en la que ingresó, por tres primos -uno de ellos comandante de Estado Mayor- y por el obispo de Sión que fue su confesor.

Primo de Rivera alegó su condición de  cristiano y caballero para conseguir, por todos los medios posibles, la suspensión de la pena. Pidió al obispo de Sión que acudiese al Ministerio de la Guerra para entrevistarse con el general Azcárraga y obtener el indulto del condenado. El abogado defensor, Pavía, también realizó gestiones urgentes y las hijas de Primo de Rivera pidieron clemencia a la Reina Regente. Todo fue estéril pues el Gobierno consideró que el atentado debía castigarse con total severidad. Un indulto se interpretaría como una señal de debilidad ante las ofensas al Ejército.

La ejecución se produjo el cinco de junio en la Pradera de San Isidro. A las 7,10 salió el capitán de Prisiones Militares en un coche celular -le prohibieron acudir en otro tipo de vehículo- para llegar a su destino a las 8,15. Media hora después fue fusilado. Hizo el trayecto escoltado por la Guardia Civil. El público era muy numeroso y mantuvo en todo momento una actitud respetuosa. Al llegar un corneta tocó atención. Bajó Clavijo del coche de un salto. Iba acompañado por dos hermanos de Paz y Caridad- el vizconde de Irueste y Felipe Ducazcal-, su defensor y dos capellanes. Se despidió de todos, siempre cortés y entero, con abrazos y apretones de manos. Besó en la cara al teniente coronel Pavía. Después, con paso firme, recorrió diez o doce metros hasta situarse ante el pelotón. Correspondió ejecutar la sentencia a la Cuarta Compañía del Segundo Batallón del Regimiento Wad Ras. No se presentaron voluntarios para tal cometido y se designó a los soldados por sorteo. En el lugar del fusilamiento formaron varias compañías de Infantería, tres baterías de Artillería y cuatro secciones de Caballería de la Reina, Montesa, Princesa y Pavía. Mandaba la fuerza el general Linares. 

El capitán Clavijo se descubrió la cabeza, saludó y volvió a cubrirse. Hizo ademán de arrodillarse pero le ordenaron que permaneciese en pie. Le vendaron los ojos. La descarga se realizó a dos o tres metros del reo. Cayó de espaldas. Acudieron al caído el médico, los hermanos de Paz y Caridad, el sacerdote y el juez instructor. Después un soldado colocó el fusil sobre la cabeza y disparó el tiro de gracia. El impacto hizo volar la teresiana. Hubo un reconocimiento más y otro disparo, éste en el corazón. Los soldados desfilaron ante el cadáver. Murió con el decoro y el valor de un militar. Nadie pudo negarlo.

Su familia reclamó el cadáver y lo enterraron en una fosa de pago del Cementerio del Este. Asistieron al sepelio unos primos del capitán, algunos amigos y varios compañeros de armas. Los escasos bienes del capitán don Primitivo Clavijo Esbry, de acuerdo con lo dispuesto en su testamento, se vendieron para emplear lo obtenido en limosnas y misas.


domingo, 13 de diciembre de 2015

EL ATENTADO DEL CAPITÁN CLAVIJO (II)

El capitán don Primitivo Clavijo Esbry, autor del atentado contra el marqués de Estella, nació en 1856 en Castellar de Santisteban, provincia de Jaén. Procedía de una honrada familia con vínculos castrenses. Era hijo del capitán don Antonio Clavijo y de doña Rafaela Esbry, hermano de un capitán de carabineros y sobrino del general Esbry. El joven Clavijo inició su carrera militar en el atribulado y convulso ambiente del Sexenio Revolucionario. España estaba soliviantada, convulsa de punta a punta, y no faltaban a los espíritus inquietos ocasiones de riesgos y proezas. En 1874 estaba en Madrid como cadete y en junio de 1875 combatía contra los carlistas en la Campaña del Norte. Participó en las acciones de Celadilla, Mercadillo y Valletrino, en la toma de Valmaseda y en la batalla de Treviño. Ascendió a capitán en 1877. Pasó a Cuba, donde tomó parte en la guerra que terminaría en Zanjón. Allí, en la Isla, permaneció varios años. Clavijo contaba con una notable hoja de servicios y con varias condecoraciones: Cruz al Mérito Militar de Primera Clase con distintivo rojo, medalla de Alfonso XII con los pasadores de Treviño, Oria y Elgueta, medalla de Cuba y una mención honorífica por su participación en la mencionada de Mercadillo. Su conducta en la guerra fue, fuera de toda duda, valerosa. 


Queda constancia de los rasgos físicos del capitán Clavijo. Era alto, lucía una barba rubia y poseía una gran fortaleza física de la que, según sus conocidos, hacía alarde en cuanto tenía ocasión y "se le comparaba con las personas ejercitadas en gimnasia"? Era, según una crónica, "muy conocido entre la gente alegre que concurre a los cafés y colmados a última hora". No le desagradaba el aguardiente y  vivía en una fonda de la calle de la Princesa, ubicada en el número 12 y en el mismo edificio que el Café del Buen Suceso. No pagaba a su patrona con la debida puntualidad.

Era enamoradizo y sus relaciones sentimentales, descontroladas y abundantes, fueron descritas con exageración malsana por parte de algunos periodistas. También había muchas dudas sobre su estado civil aunque parece ser que tenía tres hijos en Cuba. Los que le trataron decían que era hombre de bruscos cambios de humor, irritable y proclive a sufrir arrebatos violentísimos, irreflexivo y desmesurado en sus juicios y reacciones. También tenía gestos de cortesía, generosidad y cordialidad. No eran rasgos incompatibles. Con sus virtudes y defectos, parece evidente que padecía algún tipo de desequilibrio. También es posible que no fuese capaz de adaptarse a la vida rutinaria de una guarnición tras vivir entre los peligros propios de la guerra. Para perfilar su personalidad es conveniente recordar que, unos días antes del atentado, se batió en un duelo con don Teodoro Manfredi de la Cabrera, nombre de duelista donde los haya, por unas palabras que tuvo en el café de Fornos. Declaró de manera pública la intención de matarlo. No ocurrió tal desgracia, afortunadamente, aunque sí lo hirió en un brazo. Los periódicos no dieron cuenta del lance. Eran muchos los que se producían en aquellos años -entre militares, políticos y periodistas- y no todos constituían uns noticia de interés. En otra ocasión apuntó con un revolver a un camarero que le reclamó el abono de sus impagos. Tuvo que ser apaciguado por sus contertulios para que no cometiese un disparate.

El capitán Clavijo fue mejor militar en la guerra que en la paz. Su hoja de servicios no sólo cita hechos de armas y medallas sino también entre ocho y quince sumarios -según distintas fuentes- y algunos arrestos por distintas causas. En Cuba fue juzgado por un Tribunal de Honor por denunciar a un oficial, pasó una temporada en un hospital por presuntos desequilibrios mentales y veintisiete meses en prisión preventiva por otro asunto pendiente. En España, permaneció una temporada arrestado en el castillo de Gibralfaro por manipular unos autos seguidos por estafa contra un soldado, otros dos meses de arresto en Burgos y fue sometido a un consejo de guerra por injurias a la Reina Regente. 

Clavijo estaba convencido de ser objeto de la implacable persecución del marqués de Estella, don Fernando Primo de Rivera. En 1891 publicó un opúsculo titulado "No soy un loco" en el que denunciaba tal situación. Culpaba a Primo de Rivera, militar de indiscutible prestigio y hombre de probada integridad, de sus continuos traslados entre la Península y Cuba -pasando por Cangas de Onís, Tarancón, Linares, Guadix y Mondoñedo- y del impago de sus haberes. En todo esto, por si fuera poco, implicaba a una cocotte francesa amante llamada con el increíble y desasosegante nombre de madame Clemencia Poisson. Invocaba en el folleto mencionado, según un periódico  "la Justicia de Dios y se dice su instrumento y habla de un mandato superior que le impulsa a vengarse". Todo esto, vivido de manera obsesiva y morbosa, condujo a Clavijo al despacho del Marqués, entonces Capitán General de Madrid.

martes, 8 de diciembre de 2015

EL ATENTADO DEL CAPITÁN CLAVIJO (I)

El tres de junio de 1895 el general don Fernando de Primo de Rivera, I marqués de Estella y Capitán General de Madrid, hacia las once y media de la mañana, se disponía a salir de su despacho. Conversaba con varios jefes y oficiales cuando, por una puerta lateral, sin petición previa de audiencia, entró en la estancia el capitán de Infantería don Primitivo Clavijo. Había permanecido en la antesala durante una hora y media, aparentaba absoluta calma y fumó, según cuentan, un puro. Sólo llamó la atención que, ante la llegada de un jefe militar, con traje de paisano, no se cuadrase, a pesar de ver a otros hacerlo. Al ser recibido por Primo de Rivera, éste le rogó que tuviese la bondad de ser breve pues tenía muchas cosas que hacer. El capitán Clavijo se cuadró y le dijo: "A la orden de V.E.: vengo a matarle",  sacó un Smith &Wetson del bolsillo del pantalón y disparó contra el general alcanzándole en el pecho. El gobernador militar de Madrid, general Sánchez Gómez, allí presente, se abalanzó contra el agresor y consiguió desviar un segundo disparo que, sin embargo, alcanzó a Primo de Rivera en el antebrazo. Con los disparos y el lógico alboroto acudieron al despacho varios oficiales, entre ellos el ayudante del general, Aymerich, que se lanzó sable en mano contra Clavijo. Tuvo la mala fortuna, en la confusión, de asestar dos sablazos, afortunadamente de plano, al gobernador militar, aunque también hirió a Clavijo en la mejilla derecha. Al ser el agresor hombre de grandes fuerzas costó mucho reducirlo. Mientras, Primo de Rivera pedía que le desabrochasen el cuello de la guerrera. También, dicen los periódicos, al recibir los dos tiros, exclamó "¡Miserable!, ¡traidor!, ¡me has matado!". Clavijo, después, bebió un vaso de agua con toda calma  y rechazó que atendiesen sus heridas pues no valía la pena ya que pronto iban a asestarle cuatro que le costarían la vida. Don Fernando Primo de Rivera salió andando del despacho, a pesar de las heridas, y muy airado lamentaba que él, que tantas veces había puesto su vida en juego por altas causas, fuese a morir así, sin pena ni gloria. como un  perro. No había llegado, a pesar de todo, su hora. El parte facultativo, firmado por el Dr. Losada calificó las heridas de "pronóstico muy grave, aunque no mortal de necesidad". El capitán Clavijo fue conducido a una prisión militar. De él nos ocuparemos en la próxima entrada.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

SANTA BÁRBARA Y LOS ARTILLEROS

El cuatro de diciembre es el día de santa Bárbara. En el Memorial histórico de la Artillería española del capitán don Ramón de Salas (Imprenta que fue de García, Madrid, 1831) se justifica la devoción de los artilleros a esta santa "porque estando ya reconocida por abogada de los rayos y centellas, y siendo este fenómeno de la naturaleza el más parecido a los cañonazos y el más temible en los almacenes de pólvora , buscaron el patrocinio que podía valerles". Era costumbre, cada vez que se cargaba el cañón, hacer en la boca de éste una cruz con la bala e invocar el patrocinio de Santa Bárbara gloriosa. Fue una práctica muy recomendada por el gran ingeniero militar y artillero Luis Collado que, durante muchos años, sirvió a Felipe II y Felipe III. Quizás el gesto no buscaba tanto la asistencia sobrenatural para dar en el blanco como el evitar que estallase la pieza y se produjesen desgracias. Por toda España y sus posesiones hubo cofradías dedicadas a esta santa, formadas por bombarderos y artilleros en general. Collado menciona los estatutos de una de estas confraternidades, dedicadas a proteger a los hermanos enfermos y a sus familias, pagar entierros  y sostener las fiestas y demás actos cofradieros. En la víspera del día de la Santa se oficiaban unas fiestas solemnes y, una vez terminadas, iban todos los artilleros a la casa del diputado que hacía de gobernador, donde se les servía una colación o merienda. Allí toda esta honrada gente, dedicada al arte tormentaria, confraternizaba alegremente y hablaría de culebrinas, baluartes y bombardas. Después se entregaba a cada uno un ramillete de flores. Esto último no deja de causar admiración en individuos de tan esforzado y terrible oficio. Al día siguiente asistían, todos muy formales, a un requiem y a un oficio de difuntos.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

LOS LOBOS DE POZOBLANCO EN 1614



En las cuentas del concejo de Pozoblanco, en Sierra Morena y en el Reino de Córdoba, correspondientes al año 1614, según consta en su Archivo Municipal, se registran unos libramientos por valor de 8.112 maravedíes destinados al pago "de personas que an matado lobos y zorras". Las libranzas, tal y como aparecen en el documento consultado y en el mismo orden, fueron las siguientes:

A Miguel Ruiz: 1.500 maravedíes por un lobo.
A Luis Gómez: cuatro ducados por una camada de lobos.
A Juan Gómez: 1.500 maravedíes por un lobo.
A Diego García Redondo: 1.500 maravedíes por un lobo.
A Juan Ruiz El Mozo: 1.500 maravedíes por un lobo.
A Alonso Alamillo y Juan Bautista: 612 maravedíes por nueve zorras.

La caza de lobos y zorros se financiaba a través de un repartimiento al que contribuían los concejos integrados en la mancomunidad de las Siete Villas del Valle de los Pedroches.

domingo, 22 de noviembre de 2015

EL BRASERO DE GONZÁLEZ BRAVO


"El Ministro de la Gobernación, Don Luis González Bravo, meditaba en su poltrona, con los pies en la tarima del brasero y el gorro turco sobre la oreja. Meditaba , y se enfriaba el chocolate con churros, que solía tomar en las horas de madrugada". (Ramón del Valle-Inclán, La Corte de los Milagros, 1927)

domingo, 15 de noviembre de 2015

LA COFRADÍA DE ÁNIMAS DEL PURGATORIO EN VILCHES DURANTE EL SIGLO XVIII(y II)


Detalle del cuadro de las Ánimas del Purgatorio de la Iglesia Parroquial de  San Miguel Arcángel de Vilches. 
Las manifestaciones y practicas de piedad religiosa de la cofradía, según los estatutos de 1779, eran las heredadas de siglos anteriores. La religiosidad ilustrada no había llegado a la España rural ni, en general, a los medios populares. Se preferían las formas de devoción más tradicionales e inteligibles. La visión del Purgatorio recogida en los citados estatutos -quizás redactados por el bachiller Pérez y Cano de la Vega- podría haberse escrito en el siglo XVII:

 "Y a la verdad esta piadosa Madre [la Iglesia] considera a las almas en este lugar reducidas a el estado más triste y menesteroso, y rodeadas de llamas tan activas, como las del infierno. El humo las obliga a derramar perennes lágrimas; pero lágrimas sin fruto para templar aquellos ardores. Sugetas a una perpetua vigilia no tienen otro lecho, que los dolores; ni otro desaogo, que los gemidos; no otro refrigerio, que las ascuas, no otra claridad que las tinieblas; no otro alivio que la esperanza en la piedad de los amigos". 

Es el panorama que aparece en las pinturas y retablos dedicados a las ánimas. En la Iglesia de San Miguel de Vilches se conserva un gran lienzo, pintado en 1673 por el baezano Salvador Velasco, con todos los motivos y atributos propios del Purgatorio y sus ánimas. Esta pintura, recientemente restaurada, fue objeto de la censura de un representante del Obispo por la ligereza de ropa vestida por las almas en pena y por lo excesivo de sus curvas. Sobre este asunto escribiremos en otra ocasión. 

En general, la religiosidad de la cofradía se fundamentaba en la misa, la bula y la limosna. Los estatutos prohibían de manera expresa cualquier otra forma de sociabilidad cofradiera como las "comidas, bebidas y agasajos" que, sospecho, debieron de celebrarse con demasiada frecuencia antes de la refundación de 1779. Respecto a las bulas, citaré la costeada por el mayordomo de la hermandad, Bartolomé de Cazorla "y demás cofrades" que concedía indulgencia plenaria durante todos los días del año a los que rezasen por las ánimas en alguno de los altares de la parroquia. Se oficiaban, junto a lo anterior, misas de alba los domingos y festivos, así como oficios mayores y menores, a veces con sus correspodientes sermones y, cada cuatro meses, un oficio solemne el domingo, de asistencia y comunión obligatoria para todos los cofrades.

La presencia de la cofradía en las calles era, a diferencia de otras hermandades y congregaciones, diaria. Todas las noches salían los cofrades a pedir limosna "a son de campana" para sufragar misas por las ánimas. Los sábados debían rendir cuentas de todo lo recogido ante el Hermano Mayor. Considere el lector el nudo en la garganta que causaría el oír, en la oscuridad de las calles de un pueblo del siglo XVIII, la campana de los postulantes acompañada por las más lúgubres y agoreras letanías. Asimismo estaba presente la cofradía en las exequias y entierros de sus hermanos y de los familiares de éstos. Con motivo de cada fallecimiento se rezaban veinticuatro misas y un oficio mayor. Los cofrades, se recogía en los estatutos, "nos obligamos también a asistir a su entierro y a llevar en hombros su cadáver siendo seglares, que los presbíteros los exceptuamos de esta obligación, pero no de dicha asistencia". El cortejo fúnebre era alumbrado con doce blandones y los cofrades se obligaban a custodiar el cadáver hasta su inhumación.
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Notas: buena parte de los datos de la cofradía ya fueron publicados por el que esto escribe en "La devoción a las Ánimas del Purgatorio en Vilches en los siglos XVII y XVIII", El Toro de Caña, Revista de Cultura Tradicional de la Provincia de Jaén, 5. Los estatutos de 1779 se conservan en una copia manuscrita en el Archivo Parroquial de Vilches. Las cuestiones relativas al cuadro de las Ánimas están tomadas de un breve e interesante artículo de B. Navarrete Prieto,"El retablo de las Ánimas de la iglesia de San Miguel Arcángel de Vilches", recogido en un  programa de fiestas de Vilches editado en 1996. 

martes, 10 de noviembre de 2015

LA COFRADÍA DE ÁNIMAS DEL PURGATORIO EN VILCHES DURANTE EL SIGLO XVIII(I)


La devoción a las Ánimas del Purgatorio fue una de las más populares y extendidas en la España de los siglos XVI al XIX. La Iglesia Católica considera que los que mueren, sin estar absolutamente limpios de pecado, deben pasar por un estado previo de expiación y purificación antes de ir al Cielo. La estancia en el Purgatorio, al menos en aquellos siglos, era cuantificable temporalmente y podía reducirse mediante indulgencias y méritos ganados en vida o, también, por las oraciones y buenas acciones que los vivos dedicaban a las almas en pena. No era propio de buenos cristianos olvidar los padecimientos de los que habían muerto y tenían todavía que saldar antiguas deudas. Con tal fin se constituyeron cofradías dedicadas a las Ánimas Benditas.

En Vilches, un pueblo del norte de la provincia de Jaén, cercano a Sierra Morena, esta devoción estaba muy extendida. La cercanía a la comunidad carmelita de La Peñuela y la presencia de beatas adscritas a dicha orden pudieron influir en su difusión. En la relación del prior de la parroquia de Santiago, don Francisco de Torres, de 1594, no se menciona la existencia de cofradía de Ánimas alguna en Vilches. Creo, sin embargo, que debió de fundarse por esos años o a inicios del siglo XVII. La primera referencia que conozco de ésta es de noviembre de 1609 y está relacionada con el reconocimiento de una deuda contraída por Miguel de Cazorla y Luisa de Linares. 

La cofradía mantuvo cierta actividad durante el siglo XVII y la primera mitad del siglo XVIII. No fueron malos tiempos para ésta. En 1662 existía una capilla dedicada a las Ánimas en la Iglesia Parroquial de San Miguel. En ese año, con motivo de una visita pastoral, ordenada por el Obispo de Jaén, se mandó poner en dicha capilla una puerta con su reja. Ésta debía estar coronada "con algunas calaveras y güesos y una cruz en medio y se pida a el arzobispo nuestro señor se conceda las indulgencias que pueda a los que reçaren o dieren limosna para las benditas ánimas del Purgatorio".  

No es aventurado pensar que la cofradía de Ánimas vivió desde mediados del siglo XVIII una notoria decadencia. El primero de enero de 1779 el prior de la parroquia de San Miguel Arcángel, don Antonio Pérez Cano de la Vega, presentó al obispo de Jaén unos estatutos renovados que pretendían reformar la cofradía. Fueron aprobados el cinco de junio de dicho año, al tiempo que se nombraba como hermano mayor al citado prior.  Los nuevos estatutos recogen diversas medidas y prevenciones que apuntan hacia los verdaderos motivos de la severa crisis vivida en la vieja cofradía de Ánimas. Pretendían, ante todo, evitar la existencia de rivalidades internas, la negligencia de los cofrades en el cumplimiento de sus obligaciones y la mala administración de sus bienes. Conformaban una cofradía cerrada y controlada por el prior de San Miguel. Estaría formada por cuarenta cofrades "sin que por ningún título se pueda mudar, ni alterar el referido número". El acceso a una plaza de cofrade tenía un carácter casi hereditario. Los cofrades, a su muerte, llegarían su puesto a sus hijos mayores pasando este privilegio a los hermanos menores, por orden de edad, en caso de renuncia del primogénito, ausencia continuada o incompatibilidad por "alguna tacha que lo haga indigno de ser admitido a esta cofradía". No se indicaba la naturaleza de estas tachas lo que daba a los cofrades, y en particular al Hermano Mayor, una amplias facultades para rechazar a quien considerasen oportuno. En ningún punto de los estatutos se mencionan exigencias de limpieza de sangre o incompatibilidades derivadas del ejercicio de oficios mecánicos. La limitación del número de cofrades era un rasgo propio de hermandades nobiliarias - que evidentemente no era el caso de la que nos ocupa- o que pretendían agrupar a los notables locales, lo que posiblemente sí se buscaba en Vilches. 

En la relación de cofrades de 1779 aparecen varios miembros de la familias Herrera, Navarrete y Conejero, poseedoras de bienes raíces y oficios públicos. Pero no todo era vanidad, se buscaba también seleccionar a los aspirantes mediante la garantía de que "el pretendiente es zeloso, de buena conducta, y de genio pacífico, de suerte que no perturbe la paz y amor fraternal que debe resplandecer en los cofrades de esta cofradía". Estaban muy escarmentados y querían evitar querellas y rivalidades provocadas por facciones y camarillas. Cada solicitud de ingreso sería estudiada, se instruiría el correspondiente informe del aspirante y después los cofrades votarían para autorizar o no su admisión. No era necesaria, por lo que deduzco, unanimidad sino una mayoría simple de votos a favor del pretendiente. Al ingresar en la institución el nuevo cofrade debía pagar seis reales, una cantidad modesta.

La relación de hermanos en el momento de la refundación de la cofradía es la siguiente:

Bachiller don Antonio Pérez y Cano de la Vega, prior de la Parroquia de San Miguel Arcángel
Bachiller don Eufrasio García, cura de San Miguel Arcángel
Don Domingo Ramón de la Cárcel, presbítero de San Miguel Arcángel
Pedro Conejero 'El Mayor'
Juan Romero
José de Molina
Salvador de Ortega
Alonso Juan López
Miguel de Navarrete
José de Hervás
Antonio Fernández
Francisco Ruiz
Miguel Tito de la Herrera
Rodrigo Garrido
Antonio María Torre
Mateo López
Francisco Javier Martínez
Miguel Conejero
Pedro Fernández Chacón
Matías Fernández
Manuel Jurado
Jerónimo Salazar
Pedro de la Cruz
Jerónimo Ramal
Miguel de la Herrera Navarrete
Antonio de la Herrera y Moreno
José de la Peña
Francisco Conejero
Bartolomé Martínez
Antonio María de la Torre
Esteban de la Cruz Olivares
Bartolomé de Molina
Miguel López Peña
Pedro Serafín Ruiz
Francisco de los Santos Martínez
Martín de la Torre
Pedro Fernández
Francisco de la Herrera Navarrete
José Hervás de Torre
José Balboa Cortés
Bartolomé Jurado
Juan de la Herrera Conejero
Matías Moreno.
Gregorio Balboa

El gobierno de la cofradía estaba constituido por el Hermano Mayor, dos fiscales y un notario. Los nuevos estatutos concedían al primero unas amplias atribuciones que buscaban reforzar su autoridad para evitar los desbarajustes que, al parecer, se produjeron en la cofradía en décadas anteriores. Administraba los bienes de ésta y velaba por el cumplimiento de oficios mayores y menores, aniversarios, misas rezadas y otras obligaciones piadosas. Los fiscales ayudaban al Hermano Mayor en la cobranza de arriendos, censos y limosnas, además de citar, por orden de éste, a los cofrades para que asistiesen a oficios religiosos y entierros de hermanos o familiares de éstos. El notario debía recoger en el correspondiente libro los acuerdos tomados en los cabildos además de realizar labores de contaduría. Los fondos de la cofradía procedían, como era habitual, de mandas testamentarias y donaciones. Aparte de las limosnas en metálico o en especie -normalmente aceite- se financiaba por medio de censos y el arrendamiento de algunos inmuebles. El monto total del principal de los censos disfrutados por la institución ascendía a algo más de dos cuentos de maravedíes. El dinero se guardaba en un arca de tres llaves. Se prohibían, de manera explícita, los préstamos "ni aún con título de esperanza de algún hecho piadoso", entregar cera de la cofradía a particulares y "expender cosa alguna del caudal de las Ánimas en comidas, bebidas y agasajos". Estas prevenciones apuntan a las posibles causas de la decadencia de la hermandad en su etapa anterior. Se era cofrade para rezar por los muertos y no para participar en francachelas.



jueves, 5 de noviembre de 2015

FESTEJOS POR LA CANONIZACIÓN DE SANTA TERESA EN JAÉN

En 1622, recién iniciado el reinado de Felipe IV, fueron canonizados santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier y san Isidro Labrador. Estos grandes sucesos se celebraron con toda suerte de oficios religiosos y festejos. Estaba bien alegre España y Jaén no fue una excepción. Tanto los jesuitas, que demostraron un gran entusiasmo, como los carmelitas descalzos se afanaron por dar el mayor realce a la ocasión. Desde la beatificación de santa Teresa, en 1614, esta orden celebraba fiestas en su honor durante el mes de octubre. En 1618, los Carmelitas de Jaén gastaron nada menos que cien ducados en fuegos artificiales que, lamentablemente, no se pudieron disfrutar por el mal tiempo que hizo durante aquellos días*. Cien ducados era mucho dinero y la Santa los habría empleado probablemente en otros menesteres. También los temporales obligaron a que se suspendiese un festejo de dieciséis toros. La tauromaquia no era una novedad en las celebraciones carmelitanas pues con motivo de la mencionada beatificación hubo toros en todas las poblaciones donde había conventos de la orden. Se lidiaron más de doscientas reses. Así lo afirmó, al menos, fray Diego de San José en 1615 **. En estas circunstancias, a finales de agosto de 1622, el prior de los Carmelitas Descalzos invitó al Cabildo municipal de Jaén a la procesión y demás oficios religiosos organizados en honor de la Santa por su canonización***. El dos de septiembre, corregidor y caballeros veinticuatro, decidieron unirse a las celebraciones. El día de san Francisco de Asís hubo una procesión que partió de la Catedral de Jaén y se dirigió al convento de las Descalzas. El cinco de octubre la Justicia, Regimiento y demás oficiales del Cabildo municipal asistieron a una fiestas religiosas en dicho convento. Los regidores ordenaron, además, que durante la víspera, ya acabado el día, se encendiesen luminarias en las casas del Ayuntamiento y se lanzase abundante cohetería. Pidieron a los vecinos que iluminasen sus casas para que todas las calles tuviesen un alegre aspecto. Debió de parecer la ciudad castillo de libro de caballerías entre tantos resplandores. Se dispuso además la distribución de cera entre los caballeros del Ayuntamiento. Todo lo relativo a la cera provocaba en el seno del Cabildo diferencias y suspicacias por razones protocolarias y económicas. Unos decían que era muy cara, otros que no todos tenían derecho a llevar vela, otros proclamaban que sin vela no salían en la procesión y, también, había polémicas sobre si había que entregar al Ayuntamiento los cabos de cera sobrantes o si se los podía llevar cada uno a sus casas. Se podían jugar dieciséis toros y no había más cuestión pero en lo de la cera se enconaban las diferencias, Detrás de cada candela había un agravio y una suspicacia protocolaria. Eran así y no tenían remedio. Benditos sean. Se encomendó la organización de todos estos regocijos a  los caballeros veinticuatro Juan de Baena Calle y don Luis de Villalbos y al jurado Gaspar de Palma. Para pagarlos se libraron 500 reales de los que la mitad se emplearon en "los artificios de fuegos y danza en la fiesta que hiço la ciudad a la Santa Theresa de Jesús". Respecto a la danza, hace años encontré una escritura notarial en la que se especificaba que Jusepe Martínez de Ávila, vecino de Jaén, se comprometía a “sacar el dia de la prozesion de la Santa Madre Teresa de Jesús que a de ser a cinco de otubre deste año desde la Iglesia Mayor hasta el Convento de los Carmelitas Descalzos dos danzas una de sarao y otra de Yndios”. Debió de ser un llamativo espectáculo, en particular la danza de indios. Y, por supuesto, se corrieron toros en aquellos días, en concreto el 10 de octubre de 1622 y no sólo en honor de santa Teresa sino también de don Alonso de la Cueva, marqués de Bedmar, al el Papa había hecho cardenal. Se construyeron tablados y se alquilaron balcones y terrados para ver la lidia.

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*Coronas Tejada, Jaén, siglo XVII, Jaén 1994, págs. 228-229.
**Rodriguez Villa, Antonio, La Corte y la Monarquía de España en los años de 1636 y 37, Madrid, 1886.
*** Archivo Municipal de Jaén; actas capitulares correspondientes a los cabildos celebrados el 2 de septiembre y el 17 de octubre de 1622.

viernes, 30 de octubre de 2015

LA TUMBA SEVILLANA DE SIR ALEXANDER DUNCAN

Improvisaron en Sevilla, durante los días de la Guerra de la Independencia, un molino de pólvora. Estaba en un caserón cercano al Hospital de San Jorge, frente a la Real Maestranza de Artillería. El 29 de septiembre de 1812 se produjo una explosión cuando era visitado por Sir Alexander Duncan, mayor de la Royal Artillery. Velázquez y Sánchez -que en sus Anales de Sevilla* lo llama, a la buena de Dios y erróneamente, Sir Arturo- lo describió como "hombre de excelentes prendas, porte gallardo y de treinta y nueve años de edad". Según El Conciso**, unía a su bizarría un excelente carácter que le hacía ser muy apreciado en sociedad. Debía de ser muy caballero. Su resolución, al frente de sus cañones, fue decisiva en la batalla de La Barrosa, en marzo de 1811. Con tales prendas, la muerte de este "benemérito isleño" -como lo denomina la mencionada publicación - produjo un sentimiento de general pesar. Hubo, incluso, cierta polémica en la prensa de la época sobre las circunstancias del accidente. La elaboración de pólvora provocaba con frecuencia percances de esta naturaleza. Se produjo además una situación embarazosa pues Sir Alexander era anglicano y no podía ser enterrado en sagrado. Se hubo de improvisar una tumba en El Arenal, cerca del Triunfo que, años antes, se había erigido a iniciativa de ese flagelo de jacobinos que fue fray Diego de Cádiz. No estaba bien -pensaban muchos- que militar tan ilustre yaciese allí en tan deslavazada y deslucida sepultura, quién sabe si rodeado de desgraciados y suicidas. A iniciativa de sus compañeros de armas británicos, portugueses y españoles se mandó levantar un monumento funerario, rodeado de rejas, con una lápida en la que constaba nombre, patria, rango y hechos del difunto. Fue costeado, eso sí, por los de las Islas. En la mañana del 13 de noviembre los oficiales británicos, encabezados por un ministro de la Iglesia de Inglaterra, asistieron a un oficio religioso y rezaron por Sir Alexander Duncan. El clérigo, creo yo, sería como los de las novelas de Jane Austen.

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* Velázquez y Sánchez, José, Anales de Sevilla (1800-1850), 1872.
** El Conciso, 17-10-1812.

jueves, 22 de octubre de 2015

GRIPES, CATARROS Y VISITAS

Ahora que vienen tiempos de catarros, gripes, dolores de coyunturas y otros achaques no es mala idea seguir los consejos de don Juan Manuel Calleja* si nos vemos en el compromiso u obligación de visitar a un enfermo. En primer lugar, nos recomienda que tales visitas sean cortísimas. Coincido con el autor pues es inhumano que el visitante se instale al lado de un ser quebrantado, normalmente sin posibilidad de huir y, durante horas,  aumente sus padecimientos con el látigo de su palabra. No hay derecho, la verdad, ni necesidad de padecer tales tormentos. El visitante, eso sí es lo correcto, y lo advierte don Juan Manuel, debe interesarse por el estado de salud del visitado, ponerse a su disposición, también a la de su familia, y largarse pronto. Nuestro autor proscribe la impertinente, imperdonable y agorera costumbre de hablar mal de los médicos que atienden al doliente "porque es sembrar la desconfianza y el desconsuelo en el enfermo y en la casa". El visitante ha "de abstenerse de recetar como suele hacerse, y mucho más de porfiar porque se use de los remedios que se les propone con indiscreción y ligereza". La corta duración de las visitas es también muy aconsejable en las visitas de cumplido y, llegado el momento, el visitante pretextará "el motivo de no ser molesto, de no querer robar tiempo, etc. etc." -¡civilizado siglo XIX!- despidiéndose con una inclinación de cabeza "doblegando ligeramente el cuerpo".

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*D. Juan Manuel Calleja, Prontuario de las reglas de buena crianza y de urbanidad que deben saberse y practicarse por todos los que aspiren a pasar por bien criados y educados, Imprenta de Benito Monfort, Valencia, 1847

domingo, 18 de octubre de 2015

UNA LUMBRE POR SAN LUCAS


La imagen ilustra el Missale secundum consuetudinen ecclesiae giennensis, conservado en el Archivo Diocesano de la Catedral de Jaén. Es de inicios del siglo XVI. Aparecen un labrador afanado en plena sementera y, al lado, un acompañante, sedente y arrimado a una fogata, cebada quizás con leña de lentisco o con unas ramas de majuelo. "En seco o en mojado, por San Lucas ten sembrado" decían y también "Octubre, echa pan y cubre". Hacia el día de San Lucas -evangelista y muy principal en la Corte de los Cielos- empieza a hacer frío y hay rastros de humo en el aire. No es casual que nuestros personajes estén arropados con sus sayos y tengan sus molleras bien abrigadas con gorras aunque, en esto de las vestimentas, hablo con incertidumbres y reparos por lo que les remito a la autoridad de Consuelo Sanz de Bremond.  Estos dos hombres estaban, eso lo tengo por cierto, en el campo bien temprano, cuando ya tardean las amanecidas y los  pájaros mañanean muy soliviantados y se buscan, muy atentos al voleo de las semillas, su sustento. ¿Son tordos o mirlos?. O, a lo mejor, son grajos o grajillas que- según los romanos que tanto sabían de labranzas y señales-  presienten las lluvias. 

martes, 13 de octubre de 2015

OCTUBRE DE 1792

Leo en un periódico de finales del XVIII -un siglo muy agrarista- una descripción del tiempo y de las labores agrícolas. Tiene la relación un tono horaciano, antiquísimo, que no dejará indiferentes a los aficionados al campo de antaño:

"En las provincias de Zamora, Toro, Burgos, Cataluña, Salamanca, y Galicia se han experimentado nortes fuertes, y lluvias; y estas an sido nocivas a los mayces. En las de Avila, Aragón, Guadalaxara,Valladolid, Soria, Asturias y Leon ha hecho un tiempo sereno y fresco favorable a la sementera. En la de Palencia se ha experimentado un temporal seco y árido. Generalmente hablando la estación es bastante varia; pero se prepara una buena sementera".  

Se vivieron años muy fríos en toda Europa. El orden de las estaciones y de los trabajos era el de siempre, pero ya -en 1792- nada era igual. 

Correo Mercantil de España y sus Indias, Jueves 11 de octubre de 1792

domingo, 11 de octubre de 2015

LOS LOBOS DE NAVALCARDO

Por la Virgen del Pilar llegaban los rebaños de las serranías de Cuenca y de Teruel a las majadas de Navalcardo. Tengo yo un recuerdo, viejo y muy venerado, de esos días de otoño en la dehesa de nuestros padres y abuelos. También del sonido de las esquilas, de la majestad de los mastines y de la vivacidad de los careas. No he vuelto a Navalcardo desde hace más de cuarenta años aunque no he dejado de recordar cada día, por una u otra razón, los tiempos vividos allí. Cada uno -pues esto nos pasa a todos- tiene su paraíso perdido. Días pasados tuve la fortuna de descubrir una serie de entrevistas realizadas a José Ramón Marín Hortelano en las que nos habla de lobos y de pastoreo, de caza y encinares y, también, de la gente de Sierra Morena. Son vivencias centradas en Navalcardo que se remontan, las más antiguas, a mediados de los años cincuenta del pasado siglo. Otras de tiempos anteriores proceden, con rigurosa veracidad, de familiares muy queridos y nunca olvidados. Las palabras de mi primo José Ramón Marín - profesor, cazador, criador de pondencos y hombre de bien- demuestran un conocimiento de las cosas del monte que no se aprende en los libros sino en lo vivido. También prueban una singular capacidad de observación que hacen de sus evocaciones un documento muy valioso para naturalistas, ganaderos, historiadores, cazadores, antropólogos y filólogos. Es admirable su dominio de las palabras relacionadas con el monte. Son términos desconocidos para la gente, olvidados ya, e imprescindibles cuando se habla de la sierra. El lobo es el argumento central de sus recuerdos. Estaba ahí, bien lo sabíamos, muy cerca de nosotros, aunque no lo veíamos. Estaba ahí desde siempre. Antes que, muchos siglos atrás, los grandes señores de la trashumancia abrieran cañadas, veredas y cordeles. No podía faltar este testimonio en un cuaderno dedicado a la España antigua.




MEMORIAS DEL LOBO EN SIERRA MORENA (NAVALCARDO 01) from SIECE on Vimeo.

domingo, 4 de octubre de 2015

DON ALFONSO O LA CONVENIENCIA DE LA TEMPLANZA


Don Alfonso de Vico, mozo soltero, vecino de Huelma, en Jaén, fue condenado por incontinencia en 1690 "a que sirbiese a Su Magestad quatro campañas en la parte donde elijiese dandole un año de termino para su prebencion". Supongo en don Alfonso una naturaleza rijosa, inmoderada e incorregible. Personas sensatas pensaron, no sin razón, que una temporada de vida campamental, en cualquier presidio lejano, y algún que otro hecho de armas, podrían apaciguarlo. La Justicia, sin embargo, se tomaba su tiempo y en 1694 todavía estaba Vico, joven libertino de pueblo, campando por sus respetos, aunque quiero creer que un poco más templado y un tanto menos soliviantado. Mal panorama acechaba al señorito con el suelo por cama, la pitanza mal sazonada, la galleta dura como peñones y la vida en almoneda, aparte de otros notorios inconvenientes del oficio castrense. Trataba de ajustar, el muy ladino, "la paga de otra persona [...] hasta ser cumplidas las dichas cuatro campañas". O lo que es lo mismo, que otro cumpliese por él la pena a cambio de una gratificación. Don Alfonso era un pájaro de cuenta.

domingo, 27 de septiembre de 2015

DEL CALABOZO AL RUEDO

En 1817, el marqués de Las Hormazas, Hermano Mayor de los Reales Hospitales de Madrid, solicitaba a la Sala de Alcaldes que permitiese salir de la cárcel a Mariano Martínez Picharrache, reputado banderillero, para su participación en unos festejos organizados por tan beneméritos establecimientos. Desconozco la causa por la que Picharrache estaba encarcelado aunque sospecho que era por algún ruido, como se decía entonces, o pelea. Cuando uno se llama así, la verdad, la suerte está echada. Se justificaba la petición por el beneficio general que supondría "conciliar la diversión de este público en la permisión de la salida de la Cárcel [...] y con la menor ofensa de la parte agraviada". También resultaban favorecidas, naturalmente, las arcas de los hospitales de la Villa y Corte. Por supuesto, el Marqués garantizaba que, " después de concluido su exercicio en esta noche", Picharrache volvería a la sombra conducido por un criado suyo que, sin la menor duda, debía de ser  individuo de grandes fuerzas, resolución probada y de maneras convincentes. La petición está firmada el siete de julio, fecha en la que, por la mañana y por la tarde, se lidiaron catorce toros -de Andalucía y Castilla-  procedentes de las ganaderías de don Juan Díaz Hidalgo, don José Rafael Cabrera, don Vicente Perdiguero y don Felipe Rus por Jerónimo José Cándido, José García El Platero y José Antonio Baden al frente de sus respectivas cuadrillas.  

(La petición de Hormazas en Archivo Histórico Nacional, Sala de Alcaldes, Consejos, legajo 1.408, expediente, 114.)

domingo, 20 de septiembre de 2015

TRATAMIENTOS Y CORTESÍAS

En los tiempos antiguos -y entiendo por tales a los anteriores al siglo XX- se hablaba de a los niños y a aquellas personas con las que se mantenía una gran familiaridad. A nadie más. El vos se reservaba para los criados e individuos de poco rango y de escalera abajo. No se utilizaba nunca con personas principales, de lustre o con aspiraciones a serlo. En el Tesoro de la Lengua Castellana de Sebastián de Covarrubias (1611) se afirma que el vos "no todas vezes es bien recebido, con ser en Latín termino honesto y común a todos". El Diccionario de Autoridades (1739) es claro al respecto: "se usa assimismo como tratamiento que dán los superiores à los inferiores".  Poco habían cambiado las costumbres al respecto. Un desliz en estas cuestiones tenía siempre consecuencias fatales y podía dar lugar a disgustos,quimeras y pesadumbres muy difíciles de reparar. Por la ligereza de un vos a destiempo se descompusieron los gestos, se demudaron los semblantes, las miradas se tornaron fieras y se cimentaron enemistades de por vida. Y hasta se requirió la espada.

martes, 15 de septiembre de 2015

DEL MARQUÉS DE LOS VÉLEZ





Los tres Vélez fue el último libro escrito por Gregorio Marañón. Esta obra melancólica, solemne y, me atrevería a afirmar, desengañada estudia tres generaciones de la Casa de Vélez. Fueron estos Fajardo señores de mucho mando en el Reino de Murcia desde los años bajomedievales, cuando en España se mataban unos a otros sin faltar a la cortesía y había tragedias que espantarían al mismo Shakespeare.

En el libro, don Gregorio, que se sabía ya cercano a la tumba, trata con especial dedicación la personalidad de don Luis Fajardo, II marqués de los Vélez. Fue hijo de don Pedro Fajardo y de doña Mencía de la Cueva y Toledo, nieto, por tanto, de los duques de Alburquerque. No le faltaban antepasados esclarecidos, desde luego. Don Luis Fajardo, nacido hacia 1508 y hombre de guerra, sirvió a Carlos V y a Felipe II. En su juventud se jugó la vida, a cuerpo gentil, frente a los piratas berberiscos que, aún siendo gente de cuidado, le cogieron miedo pues lo conocían como "El diablo de la cabeza de hierro". Combatió a los turcos en Hungría en 1531, estuvo en la campaña de Provenza -en la que mataron a Garcilaso- en la expedición a Túnez y en la desgraciada empresa de Argel. Participó, por sentido del deber y con ánimo sombrío, en la desconocida y terrible guerra de los moriscos, junto a Don Juan de Austria y al marqués de Mondéjar, allí, entre despeñaderos de espanto.

Las descripciones de su persona y de su mundo nos trasladan a un siglo XVI que todavía tenían mucho de medievales. Nada hay de aristocracias declinantes ni de lánguidas reflexiones. El marqués había nacido para mandar y, si se terciaba, amedrentar. Según Cascales, "era terrible, por ser de naturaleza belicosa, membrudo y corpulento y de rostro feroz, que mirando ponía terror". Pérez de Hita se extiende más en su retrato: "pues es de saber que el marqués Don Luis era muy gentil hombre: tenía doce palmos de alto; era de recios y doblados miembros; tenía tres palmos de espalda y otros tres de pecho; fornido de brazos y piernas; tenía la pantorrilla gruesa". Sigue Pérez de Hita diciendo que calzaba trece puntos de pie, que era moreno, cetrino, de ojos grandes y rasgados, "lo blanco de ellos con unas vincas de sangre de espantable vista" y cuando miraba enojado "parecía que le salía fuego de los ojos". Lucía barba crecida y peinada, vestía traje de monte, de tela verde y parda, botas blancas y abiertas, abrochadas con cordones. Su porte era majestuoso, "entre mil hombres parecía que él era el señor, por razón de la gravedad de su persona y ahidalgado talle". En general, según el citado cronista, trataba bien a sus criados pero "por poca ocasión tenía un hombre preso veinte días, y allí preso le daba de comer" aunque después se le quitaba el enojo, le pesaban sus palabras y no dudaba en pedir perdón. Es evidente que no era aconsejable irritarlo. Nada tacaño, fue hombre dado a larguezas, gastador y devoto ya que oía dos misas diarias. Dice nuestro Pérez de Hita "que los capellanes no lo podían sufrir". Comía una vez al día aunque, para compensar, lo que cuatro hombres, sólo bebía vino aguado. Solía vivir de noche más que de día, "de noche era su negociar y así se iba a dormir cuando los otros se levantaban". 

Don Luis Fajardo fue un buen jinete -"parecía en la silla un peñasco firme cada vez que subía al caballo le hacía temblar y orinar"-  consumado tirador de escopeta y ballesta, gran justador y torneante; en los combates llevaba la lanza "atada a la muñeca del brazo con un grueso cordón de seda verde";  una lanza tan pesada que un criado la sostenía sobre su hombro no sin apuros. Él, en cambio, "la meneaba como si fuera un junco delgado." Todos los días salía al monte y si hacía mal tiempo, "que nevase o lloviese o hiciese grandes aires", pues mejor pues así curtía a su gente por las espesuras y barrancos. Mucho quería a sus caballos, perros "y aves de volatería" y mucho debieron de celebrarlo a él. Entre ladridos, juramentos y piafar de caballerías, salía de caza "todos los días del mundo".

martes, 8 de septiembre de 2015

ESTUDIANTES ALBOROTADOS EN 1896


En el invierno de 1896 un grupo de estudiantes de Madrid convocó una manifestación en protesta contra la injerencia norteamericana en la guerra de Cuba. Los organizadores visitaron distintas redacciones de periódicos y difundieron una "alocución-aviso" en la que se decía: "Compañeros ante el incomprensible acto del pueblo norteamericano reconociendo la beligerancia en   favor de los bandidos que contra la Madre Patria pelean en Cuba, os convocamos para realizar una solemne protesta, mañana domingo, a las dos y media de la tarde, en la Universidad Central." El ministro de la Gobernación que no dudó en prohibir tales protestas y mandó fuerzas policiales  a los alrededores de la Universidad. Prefería que los estudiantes se dedicasen a estudiar o, al menos, a jugar al billar. 

Acababa febrero y la exaltación era notoria: "en cafés, teatros y centros de reunión no se hablaba de otra cosa" que de las provocaciones estadounidenses y en algunos locales se solicitaba con pasión que las orquestas interpretasen 'La Marcha de Cádiz' entre aplausos y vivas a España. A pesar de tal ambiente, el primero de marzo se celebró la manifestación en Madrid y fue un fracaso pues, según la prensa, sólo fue seguida por unas trescientas personas de las que sólo una tercera parte eran  estudiantes. Recorrió la calle de San Bernardo aunque le fue vedada, por orden del Rector, la entrada a la Universidad. No hubo mayores incidentes.

En Barcelona hubo otra manifestación y aquí, en cambio, fue todo distinto y mucho más duro. Según la prensa contó con más de 15.000 participantes que se concentraron en la Plaza de Cataluña: "se pusieron en marcha, dirigiéndose hacia Las Ramblas y dando vivas a España, al Ejército y a Cuba española, y mueras a los yankees". Aquí las cosas fueron mucho más agitadas pues hubo carreras, cargas de caballería, golpes de sable y amenazas al Consulado de Estados Unidos, cuya fachada fue dañada por los más exaltados. En Tarragona hubo otra protesta muy concurrida y sin mayores sobresaltos. 

No era la primera vez que los estudiantes hacían política en las calles. A partir del fin de siglo, sin embargo, la agitación en las calles de jaimistas, jóvenes bárbaros y jóvenes maristas, entre otras obediencias, marcará el tono. El cuatro de marzo el Gobierno, temeroso de que estallasen algaradas en los medios estudiantiles, clausuró todos los centros docentes de Madrid y las universidades de Barcelona, Granada y Valencia. Unos días después hubo nuevas protestas callejeras en Barcelona y, además, en Bilbao, Zaragoza, Cádiz, Málaga, Valladolid, Logroño, Granada, Murcia, Oviedo y Valencia. En esta última ciudad se produjeron más cargas de la fuerza pública y hubo numerosos heridos. Se declaró el estado de sitio y hubo trece encausados en un consejo de guerra entre los que, según los periódicos, estaba Blasco Ibáñez. 


miércoles, 2 de septiembre de 2015

COMULGAR EN EL SIGLO XVII


En las Constituciones Sinodales del Obispado de Jaén, mandadas aprobar y redactar en 1624 por el cardenal y obispo de Jaén don Bartolomé de Moscoso y Sandoval, se recogen algunas disposiciones, creo que interesantes, relacionadas con la comunión. Aportan una valiosa información sobre religiosidad, hábitos y mentalidades vigentes en la España del siglo XVII*.

En dichas constituciones se expresa una evidente intención de limitar, en los oficios religiosos, toda manifestación de pompa y vanidad particulares por parte de los fieles.  Así, para recibir dignamente los Sacramentos, "y en especial el sacrosanto de la Eucharistía, es de gran importancia humillarse profundamente en el acatamiento de Dios, no solo interior, sino también relacionado con el vestido y en toda suerte de ornato". Se ordenaba, de manera muy explícita, que "ninguna persona para comulgar o confesar lleve almohada en que hincarse de rodillas, no tenga guantes, ni espada" y si -una vez amonestados- no se despojaban de estas prendas, se les podían negar los sacramentos. Tampoco se permitiría que los comulgantes "pongan particulares paños o otro aparato de su casa" para, de esa manera, resaltar su presencia. Con tal prohibición se suprimía la tentación de ir a comulgar acompañado de escudero, rodrigón, criado o esclavo con un cojín bajo el brazo, tafetanes, brocados y demás galas. Las demasías, en estos despliegues de fatuidad y boato, eran muy del siglo XVII y serían, en verdad, dignas de verse y comentarse. El sacerdote, además, estaba obligado a dar la comunión sin preferencias ni respetos humanos "por el orden que estuvieren sin hacer cortesías, dando a unos primero que a otros", ni enfadarse por cuestiones de precedencia. Una isla de igualdad en una sociedad hipersensibilizada, puntillosa hasta la obsesión en asuntos de protocolo, hasta en los más mínimos detalles. Nada eran, ni son, las jerarquías del mundo ante Dios. Otra cosa es que estas prohibiciones se cumpliesen pero las intenciones eran obvias y, a la vista está, acabaron por imponerse en la práctica religiosa.

En las Constituciones Sinodales de Jaén no se olvidan unas advertencias sobre "la frecuencia en comulgar". Fue un asunto polémico en los siglos XVI y XVII.   Así, "la frequente comunión", aunque con mucha prevención y reserva, era considerada saludable para "los que de ordinario desfallecen pecando" para que "con este sagrado manjar,  medicina se esfuercen y reparen" Con todo, el hecho de que algunas personas comulgasen diariamente originaba cierto escándalo "a veces con nota de los confesores", acusados -supongo- de mostrar una excesiva indulgencia y manga ancha. En consecuencia, las Constituciones requerían a éstos "que reparen mucho en dar a sus penitentes licencia de comulgar todos los días, ó muy a menudo, especialmente a mujeres mozas, y no de aprobada virtud, que facilmente se dexan llevar de vana gloria".
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*Constituciones Sinodales del Obispado de Jaén, hechas y ordenadas por el Illmo. Sr. D. Bartolomé de Moscoso y Sandoval, 1624. Utilizo la edición de Pedro de José de Doblas, Jaén, 1787.


viernes, 28 de agosto de 2015

UN CORTIJO ANTIGUO

Fotografía http://vreina.es/http://vreina.es/
Hay un cortijo de mediados del siglo XVIII llamado Casa Grande. Está en Villanueva de la Reina, en la campiña de Jaén y cerca del Guadalquivir*. Es una hacienda de aire señorial, con sus buenas bodegas y sus tinajas empotradas en el suelo. Tiene un aljibe también muy viejo que, con un ingenioso sistema, recoge el agua decantada de impurezas. Durante la Guerra de Independencia sirvió como cuartel a los franceses. En el pueblo estuvo acantonado el ejército de Dupont y no demasiado lejos están los campos de Bailén. El muro sur del cortijo fue utilizado como paredón para fusilamientos. Había, además, en la Casa Grande una mesa vieja que, bajo un forro de cuero, ocultaba periódicos de aquellos días y un mapa, muy detallado, con las posiciones y movimientos de las tropas españolas y francesas. Esto se descubrió, no sin el lógico asombro, cuando restauraron el mueble. Allí, muchos años después, un doce de febrero, se suicidó, con un tiro en la sien, el general Dabán que estuvo al lado de Primo de Rivera y mandó al Somatén. Ese mismo día iba a contraer matrimonio por segunda vez.
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*Los datos sobre el cortijo en: Manuel Rodríguez Arévalo, "Cortijos antiguos con historia en Villanueva de la Reina",  en Senda de los Huertos, 63-64, pág. 113 y ss.

jueves, 20 de agosto de 2015

MONDONGOS, DESPOJOS Y DEMÁS CASQUERÍA DIECIOCHESCA


Carnicerías Reales de Jaén hace unos cien años

En el Archivo Municipal de Jaén se conserva una relación de precios de los despojos, disponibles en las Carnicerías Reales, en 1707. No eran, en general, manjares para estómagos delicados. Tampoco los lugares donde se despachaban, en especial en verano. Ésta era la tarifa:

Cabeza de carnero: 20 maravedíes.
Cabeza de macho: 24 maravedíes .
Cabeza de oveja: 12 maravedíes.
Sesera de vaca: 50 maravedíes.
Libra de callo de vaca: 8 maravedíes.
Mano de vaca sin pelar: 8 maravedíes.
Mano de vaca pelada: 16 maravedíes
Menudo de macho sin pelar: 24 maravedíes.
Menudo de macho pelado: 32 maravedíes.
Menudo de carnero y oveja sin pelar: 8 maravedíes.
Menudo de carnero y oveja pelados: 16 maravedíes.

Además, "la libra de toda asadura de carnero, obeja, macho y vaca, corazón, riñón y varillas" a una docena de maravedíes. Un par de criadillas costaban 20 maravedíes y si se vendían por unidades se ajustaría  "con la carne de más bajo precio como es estilo"

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Archivo Municipal de Jaén , legajo 253.

lunes, 10 de agosto de 2015

UNA MODESTA FAUNA FANTÁSTICA


El campo ha sido siempre fuente de peligros. Y no sólo por los lobos y los ladrones. Así, los lisos y los tiros eran muy temidos en ciertos medios rurales. Para unos eran salamandras y para otros eslizones, luciones o culebras de cierta peligrosidad. También se identificaban con las alicántaras de imprecisa y confusa identificación. La prevención hacia estas criaturas era general. Recuerdo que, a finales de los ochenta, en una aldea, entre la Sierra de Segura y la de Alcaraz, un vecino, de edad provecta, las describía como sabandijas de las que más valía guardarse y que vivían, silenciosas y acechantes en las chimeneas, cerca del fuego. Lo decía cuando, allí, estábamos cerca de la lumbre, en una fría y todavía temprana primavera. "Si te pica el alisón coge la espuerta y el azadón" afirma un agorero refrán. También existía la creencia de que el liso era el macho de la víbora y se le atribuía la capacidad de chupar, durante largos ratos, la sangre de sus víctimas. Si conseguía herir a algún desgraciado con la lengua, aseguraban, la tragedia era inevitable. El Dr. García Ramos ha escrito textos muy documentados sobre creencias relacionadas con estos animales que constituyen, a su manera, una modesta fauna fantástica propia de nuestros campos. El liso es, en la creencia popular, tan rencoroso que persigue aviesamente a sus víctimas y las ataca cuando duermen -con temeraria despreocupación- la siesta.  Manuel Alvar, Antonio Llorente y Gregorio Salvador recogieron, además, interesantes referencias sobre estas criaturas en su Atlas lingüístico y etnográfico de Andalucía, a principios de los cincuenta.